Sólo es otra cita

Alex quiere saber por qué sigo en Fashionista.

Durante cuarenta y cinco minutos me escucha pacientemente hablar sobre la maldad de Jane, la pasividad de Dot y el desastre al que ha quedado reducida mi vida en estos cinco años. Entonces inclina un poco la cabeza, me examina calladamente y hace la pregunta lógica:

– ¿Por qué lo soportas? ¿Por qué te dedicas a regar y mimar las semillas de tu descontento?

– Hombre, regar y mimar…

– Tú sabes por qué sigo yo en Fashionista. ¿Por qué sigues tú?

Hay varias respuestas a esa pregunta y yo las considero todas cuidadosamente mientras espero que el camarero nos traiga la cena. La respuesta más sincera es que soy una criatura inerte. La otra, es que no sé qué quiero hacer con mi vida.

La verdad es que me da miedo cambiar, me da miedo ir de la sartén al fuego. Pero no quiero decirle eso. Alex es demasiado nuevo para mí. Su olor, su risa, cómo me besa en la mejilla… todo eso es nuevo y reciente y no quiero estropearlo. No quiero revelarle que soy inerte, pasiva y miedosa. Aunque Alex es emocionalmente inalcanzable y no tenemos futuro, estoy intentando dar una buena impresión.

– ¿Has oído hablar de Pieter van Kessel?

Le cuento entonces mi idea de un artículo anual para seguir su proceso hasta el éxito. Parece que estoy cambiando de tema, pero no es cierto. Van Kessel es la razón por la que sigo en Fashionista. No sólo necesito trabajar en una atmósfera laboral más agradable, no sólo necesito librarme del despotismo de Jane. Gracias a los seis millones de términos de referencia de mi amiga Maya, se me ha caído la venda de los ojos y estoy deseando darle al mundo algo más que una lista de los mejores champús. Y por eso Marguerite es una esperanza.

– Suena bien -dice Alex cuando termino de venderle la versión de una Vig creativa y llena de recursos-. Y no creo que Jane esté interesada. Cuando empecé a trabajar en Fashionista intenté colar exposiciones y fiestas de artistas de vanguardia, pero ella me dio el alto enseguida.

El camarero nos trae las hamburguesas y una bandeja humeante de patatas fritas. Estamos en un mugriento bar del East Village donde sirven las mejores hamburguesas de todo Manhattan. Es la primera vez que traigo a Alex a uno de mis sitios favoritos; las otras citas fueron planeadas por él.

No sé por qué, pero esta mañana me he despertado con ganas de compartir algo de lo mío.

– ¿Por eso decidiste volver a la universidad para estudiar arquitectura?

– No, a mí Jane me da igual. Como sabes, yo disfruto de unas condiciones laborales inmejorables.

– ¿Y cuándo se te ocurrió el taimado plan de escaquearte?

– No lo sé. Empecé a tomar unas clases casi por curiosidad, porque las pagaba la revista, y un profesor de diseño me dijo que podría ser un buen arquitecto. Entonces empecé a compaginar las clases con la revista… pero fueron unos años terribles, estaba agotado. Hasta que llegó Delia. ¿Y tú?

Como yo no estoy estudiando arquitectura y no tengo una Delia que me haga el trabajo, no sé qué quiere saber.

– ¿Yo qué?

– ¿Cómo acabaste en Fashionista?

– No sabía qué quería cuando terminé la carrera. Llegué aquí desde Missouri con mis dos maletas y mi fabuloso curriculum del Bierlyville Times y sólo sabía que quería trabajar en un sitio lleno de glamour. Fashionista fue como un sueño para mí.

– Cuidado con lo que deseas…

Yo sonrío como si fuera muy sabia, pero no le cuento la parte más embarazosa, que había creído que el glamour se pegaba, como el polvo de estrellas, con sólo acercarte a él.

– Así que el Bierlyville Times, ¿eh?

No hay mucho que contar. Bierlyville, 1.244 habitantes, la mitad de ellos descendientes de los plantadores de maíz que fundaron el pueblo en 1873. Aunque Alex y yo nos hemos visto mucho durante las últimas dos semanas, es la primera vez que hablamos de nuestro pasado. Eso es lo que pasa con hombres emocionalmente inalcanzables… si no tienes pasado, no puedes tener futuro.

– Sólo había un semáforo en medio del pueblo y únicamente reparabas en él cuando te estabas examinando para sacar el permiso de conducir. El resto del tiempo era un objeto decorativo.

Termino de hablarle sobre mis humildes orígenes y Alex me cuenta historias de su infancia en Nueva Jersey. Es encantador y, cuando terminamos de cenar, insiste en pagar la cuenta. Y me acompaña a casa, de la mano.

Cuando llegamos al portal, el instinto me dice que lo invite a subir. Mi instinto me dice que abra la puerta y me tire encima de él, pero decido ser cauta.

Alex me da un beso. Sus labios son cálidos y enredo los brazos alrededor de su cuello para estar más cerca. Sé que debería apartarme, pero se me olvida lo de que es emocionalmente inalcanzable y se me olvida también ser cauta.

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