El comienzo de un complot

Allison es una serie de historietas vagamente conectadas que viajan por encima de los paneles que separan nuestras mesas en la redacción. Las cosas que cuenta son tan absurdas que a veces parece menos una persona que un personaje de cómic.

Como trabajamos en el mismo sitio, Allison y yo nos vemos por los pasillos o en la sala de juntas, pero apenas nos dirigimos la palabra.

Sé tantas cosas de su vida (qué hombres no la llaman al día siguiente, las odiosas mujeres con las que sale su padre, las vacaciones que le han salido mal, la infección de vejiga que su médico no es capaz de curar) que apenas puedo mirarla a los ojos. Esas son cosas que yo no debería saber.

Hay cosas de las que no se habla en el trabajo, cosas que sólo se cuentan a los amigos.

De modo que me sorprende que Allison asome la cabeza por encima del panel y me diga:

– Vig, ¿podemos hablar?

La petición es tan extraña que me quedo unos segundos sin habla. Aunque se dirige a mí, aunque ha usado mi nombre, me digo que está hablando con otra persona. Tiene que haber otra Vig. Miro alrededor, pero no hay nadie.

– ¿Tienes unos minutos? No te entretendré demasiado.

Como llevo dos años escuchando todas sus conversaciones, sé que eso no es cierto. Allison tarda muchísimo en explicar algo. Ella no sabe lo que es la concisión. Empieza a hablar de una cosa y, de repente, se encuentra hablando de otra que no tiene nada que ver. No sé cómo lo soporta la gente que habla con ella por teléfono, pero a veces yo tengo que levantarme y dar una vueltecita por la redacción para no volverme loca.

Aunque tengo una montaña de trabajo que debo terminar antes de las seis, siento demasiada curiosidad como para decir que no. El interés de Allison en mí no tiene precedente. Hay pocas cosas que se hagan «sólo una vez en la vida», pero creo que esta es una de ellas.

– Muy bien.

– Aquí no. ¿Te importa si…? -dice Allison, señalando hacia el pasillo.

Como no estoy acostumbrada a que sea discreta, temo por un momento que vaya a despedirme. Pero no puede ser. Allison es redactora, igual que yo.

La redacción de Fashionista está casi a oscuras porque ya es muy tarde y las únicas luces son las que salen de los despachos. Pasamos por delante de recepción y subimos a la planta de directivos, donde están el presidente, los consejeros delegados, el departamento jurídico y el director financiero. Nunca había estado allí y me sorprende que sea tan elegante. Por fin, llegamos a un aseo de señoras. Allison marca un código de cuatro números y la puerta se abre. Estamos en el aseo de ejecutivos, que tiene lavabos de mármol, una alfombra persa y un sofá de cuero negro. Sentadas en el sofá están Kate Anderson, de Accesorios y Sarah Cohen, de Fotografía. Yo estoy desconcertada por el aseo, por el sofá y por la compañía.

– Hola -digo, mirando a Allison para que me dé una explicación.

– Gracias por venir -sonríe Sarah, señalando el sofá para que me siente a su lado.

– ¿Por qué estoy aquí?

– Eres nuestro ariete -contesta Kate.

– ¿Cómo?

– Nuestro ariete -insiste Allison.

– ¿Un ariete? ¿De qué estáis hablando?

– El ariete para nuestro plan.

– ¿Vuestro plan?

– Nuestro plan -repite Allison, aparentemente muy satisfecha.

– ¿Qué plan? -me veo obligada a preguntar.

– Nuestro ingenioso plan para echar a Jane McNeill de Fashionista.

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