A Laurel Vega se le ha ocurrido una nueva revista.
– Quiero llamarla Divorcio -dice, mostrándonos una supuesta portada.
Hay una fotografía en blanco y negro de Elizabeth Taylor con el vestido de cintura estrechísima que se puso para su boda con Conrad Hilton, Jr. Los titulares dicen cosas como «Qué ponerte para que él quiera suicidarse» o «Casándose con el desastre o 20 destinos ideales para divorciarse».
Laurel es la secretaria de Dan Neuberg, el director financiero de la editorial. Aunque no solemos tener contacto con ese departamento, Laurel nos visita a menudo en la redacción porque la parte económica del negocio la aburre. Y porque es muy simpática.
– La idea es dar toda la información posible sobre el divorcio. Una revista exclusivamente dedicada a eso. Y no sólo sobre el mejor atuendo para aparecer ante el juez, aunque habrá fotografías y artículos, claro. Tendrá secciones sobre el mejor bufete de abogados, la separación de bienes más conveniente y la mejor manera de celebrar tu recién adquirida libertad.
Laurel se levanta para hacer la presentación.
– La mitad de los matrimonios terminan en divorcio y esas mujeres necesitan consejo: ¿Qué clase de investigador privado debo contratar? ¿Qué tengo a mi nombre? ¿Cómo se lo digo a los niños? Sé que tenéis miedo de que el tema asuste a los anunciantes, pero pensadlo: el público objetivo serían mujeres recién divorciadas de clase media-alta, que reciben una buena pensión. ¿Qué significa eso?
Christine no sabe de qué está hablando y me mira a mí, como pidiendo ayuda. Yo ya he estado en alguna de estas reuniones sobre Divorcio y me sé la respuesta:
– Dinero fresco.
– Eso es, dinero fresco. Mujeres que tienen suficiente dinero para irse de vacaciones a Bali. Pero eso no es todo. ¿Qué otra cosa significa?
Christine vuelve a mirarme, pero yo me encojo de hombros. Esta parte de la presentación también es nueva para mí.
– Nuevas casas y nuevos apartamentos. Señoras y señores, estas mujeres tienen que comprar casas y muebles. Los antiguos bienes se han repartido y es hora de renovar el mobiliario: lavadoras, lavavajillas, sofás, neveras, mesas, lámparas, sillones, librerías… Estas mujeres tienen que cambiar de vestuario. Estas mujeres tienen que acudir al cirujano para quitarse veinte años de encima. Señoras y señores, esta revista venderá millones y ganará millones. Gracias por su interés -anuncia Laurel, haciendo una reverencia.
Yo suelto una carcajada. Desde luego, la presentación es digna de aplauso.
– Gracias, gracias.
– Bueno, ¿qué quieres? -le pregunto, sabiendo que no ha bajado sólo para hacernos el numerito
– He bajado para traerle esto a Marguerite -dice Laurel, señalando una bolsa que había dejado sobre la mesa de Christine-. ¿Sabéis en qué despacho está? He ido al de Eleanor, pero ahora es un almacén de material.
– Nuestra nueva directora de belleza y moda está en un diminuto despacho pegado al ascensor. Marguerite ha colgado una estrella de plata en la puerta, así que es fácil encontrarlo.
– ¿Una estrella de plata? Arriba usamos una placa con el nombre.
– Los de mantenimiento aún no se la han puesto.
Y los de mantenimiento no se la pondrán porque Jane no quiere que lo hagan. Pero eso no lo digo.
– Es que son tremendos. Bueno, igual les pego un toque para que se den prisa.
No es su trabajo encargarse de esas cosas, pero Laurel es una tía encantadora.
– ¿Qué hay en la bolsa?
– Un vestido de dama de honor, de Tisha.
– ¿Tisha? -pregunta Christine.
– La hija mayor de mi jefe.
Laurel abre la bolsa y nos muestra lo que la pobre Tisha tuvo que ponerse para la boda de su prima Judy: un vestido de raso color champán con escote redondo, lo peor para una mujer de pecho grande. Tisha tiene una 95 y con ese vestido sus pechos debían parecer los Alpes.
– Marguerite le contó a Dan lo del artículo que estáis escribiendo y le preguntó si alguna de sus hijas querría convertir un vestido horroroso de la muerte en un modelito de Donna Karan. Tisha está encantada, claro.
– ¿Y quién no?
– Eso digo yo. A mí me habría gustado daros un vestido mío, pero es que nunca he sido dama de honor -nos confiesa Laurel-. La verdad, estuve a punto de ir a comprar uno para luego tener un modelazo, pero me contuve. Bueno, me voy. ¿La puerta con una estrella de plata?
– Sí, la puerta con una estrella de plata -contesto yo.
Aunque creo que, por esta maniobra, Marguerite se merece una de oro.