Los archivos de Delia

Delia se acerca a mi escritorio para decirme que puedo contar con ella.

– Alex me ha contado tu plan -dice en voz alta, sin preocuparse de que alguien pueda oírla-. Y quiero que sepas que estoy dispuesta a servir a la causa, si me necesitáis.

Yo levanto la mano, indicándole que lo primero que tiene que hacer es bajar la voz. Aunque Allison está en su mesa hablando de cordero a la brasa (yo también pensaba que no me gustaría, pero tienes que probarlo, está de morirse), no quiero que nos oiga. No debe saber que le he contado nuestro plan a alguien.

– Vamos a la calle -digo en voz baja.

Delia me sigue. Pero cuando abre la boca en el ascensor, de nuevo le hago un gesto con la mano. Estoy muy dura hoy.

– Siento ponerme en plan 007, pero creo que en los ascensores hay micrófonos ocultos -le digo, cuando ya estamos en la calle. Nos sentamos en el brocal de la fuente, junto a un montón de empleados con traje de chaqueta que están comiendo o fumando un cigarrillo.

– No te disculpes, lo entiendo -responde la mujer que lleva dos años escondiendo cosas a toda la redacción-. Nunca se es demasiado cauto. Además, los de seguridad no sé si oyen, pero te aseguro que miran por la cámara. Un día me quité las medias en el ascensor y cuando llegué al vestíbulo empezaron a silbarme.

– ¿Por qué no te las quitaste en el baño?

Hay un hombre a mi lado comiéndose un sándwich de atún y, para no soportar el olor, me inclino hacia atrás hasta que casi meto la cabeza en el agua. Nuestra fuente no hace ningún truco, no tiene una estatua, ni delfines echando agua por la boca. Es más bien como una piscina pequeña. Sólo en Navidad encienden los tres chorros y ponen un abeto. Sólo entonces tiene algo de interesante.

– Porque tenia prisa. Siempre intento hacer varias cosas a la vez, aunque a veces los factores externos lo hacen imposible.

Delia no parece una fashionista. Lleva ropa práctica y cómoda, como faldas de Gap o pantalones de pana de Bradlee's. No suele maquillarse, se sujeta el pelo con una trenza y siempre lleva en las manos un maletín de piel de esos que tus padres te regalan cuando terminas la carrera. Delia es la viva imagen de la eficiencia.

Antes de contarle el plan, miro alrededor para asegurarme de que no hay nadie de la revista comiendo atún o fumando un cigarrillo.

– ¿Alex te ha hablado del plan? -pregunto en voz baja.

– Sí, y creo que es muy buena idea. Eres un genio.

– El plan no es mío, es de Allison.

Delia saca una carpeta de la mochila.

– Ya, bueno… Toma.

– ¿Qué es esto?

– Es el expediente de Jane.

– ¿Tienes un expediente de Jane? -pregunto yo, sorprendida.

Delia me mira con expresión perpleja.

– Tengo un expediente de todo el mundo.

– ¿Tienes un expediente de todo el mundo?

– Sí -contesta ella, como si eso no fuera algo que sólo hace el FBI-. Tengo un expediente de todo el mundo.

– ¿También tienes un expediente mío?

– Sí.

– ¿Y también lo tienes de Carter?

Carter es el chico del correo.

– Sí, claro.

Yo me quedo perpleja. Lo que me sorprende no es que tenga un expediente sobre mí, lo que me sorprende es que haga su trabajo, el de Alex Keller… y el de J. Edgard Hoover a la vez. Esta chica no para nunca. ¿De dónde saca el tiempo? ¿De dónde saca las ganas? Yo no tengo tanto interés por nada en la vida.

– Tienes expedientes de todo el mundo, incluyendo a Carter -repito, para asegurarme de que entiendo la situación. Delia asiente con la cabeza-. ¿Podrías darme el mío?

– No.

– Yo te enseño el tuyo si tú me enseñas el mío.

No tengo ni idea de cómo se hace un expediente, pero estoy segura de que podría pergeñar uno si me da un par de horas.

Delia no me hace ni caso.

– Ya he empezado con el expediente de Marguerite. Te lo daré en cuanto lo tenga terminado. En general, suelo esperar dos meses antes de empezar a recopilar información. Es un rollo hacer expedientes de gente a la que luego despiden -me dice, tan tranquila-. Pero con Marguerite, y dadas las circunstancias, he hecho una excepción. Me parecía lo más práctico.

Lo más práctico sería no hacer expedientes de sus compañeros de trabajo, pero no se lo digo. Abro la carpeta de Jane y veo que hay cientos de papeles. Tardaré una semana en leer todo esto.

– La información va en orden cronológico, empezando por el día que me entrevistó para darme el puesto de trabajo. No sé si algo te será de interés, pero por si acaso… -Delia sonríe, subiéndose las gafitas-. Esto es muy emocionante. De verdad, si necesitáis mi ayuda para algo, no dudes en pedírmela.

– De acuerdo. Gracias por toda esta información, nos vendrá muy bien. Te devolveré la carpeta dentro de unos días.

– No hace falta. Es una copia, los originales están en mi casa -sonríe nuestra sorprendente conspiradora, mirando el reloj-. Bueno, me voy. Alex… -Delia hace un gesto con los dedos, como poniendo comillas en el aire- tiene una reunión dentro de diez minutos.

– ¿Cómo lo haces? -le pregunto mientras entramos de nuevo en el edificio.

– ¿Qué?

– Ser Alex sin que nadie sospeche.

– Ah, muy fácil. Como es insoportable con todo el mundo, nadie quiere hablar con él personalmente.

Entramos de nuevo en el ascensor y, aunque estamos solas, no abrimos la boca. Por si acaso.

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