Renovadoramente urbana

Tras el tremendo éxito del desfile, Pieter van Kessel ha decidido recluirse. Charló amablemente con todo aquel que fue a verlo al backstage para felicitarlo por su colección y después desapareció. Nadie ha vuelto a verlo desde entonces, excepto Hans, su socio. Y él no dice nada.

– Sería perfecto para nosotros -me dice por teléfono una mujer, que se ha presentado como Leila Chisholm, del New York Times-. Estamos intentando hablar con alguien de la firma, pero ni siquiera tienen publicista.

Yo recuerdo el sótano que visité hace unos meses, en lo peor del verano. No, no me sorprende que Pieter van Kessel no tenga publicista.

– ¿Quién te ha hablado de mi entrevista?

Sigo sin entender quién le ha dicho al New York Times que yo soy la única que sabe algo del diseñador holandés.

– Ellis Masters. Me ha contado que piensas hacer una serie de artículos sobre él.

– Es una idea que ronda mi cabeza, sí -le digo, como si aquella situación fuera normal para mí.

¡Pero me están llamando del New York Times!

Nos encantarían.

– ¿Cómo?

No es que no la haya oído, es que quiero que lo repita.

– Que nos encantaría que hicieras esa serie de artículos para el New York Times.

Yo tengo que tragar saliva.

– Muy bien.

Aunque he firmado documentos rechazando adquirir o reclamar derechos de autor sobre los artículos que escribo para Fashionista, no me preocupa el tema. Jane no está interesada en Pieter van Kessel. Puede que el diseñador holandés sea lo más en el mundo de la moda, pero Fashionista no tiene nada que ver con la moda.

– Estupendo. Querríamos publicar la primera entrevista el viernes. Tres mil palabras. ¿Cuándo lo tendrás?

Yo hago un rápido cálculo. Tengo doce páginas con notas que organizar y dos horas de cintas que transcribir.

– ¿Qué tal mañana?

– Por la mañana.

Yo había pensado por la tarde, pero acepto. La pila de trabajo que tengo sobre mi escritorio es aburrida e insustancial. Nada comparado con un artículo para el New York Times. Y no tengo intención de hacer nada hasta que mi entrevista con Pieter van Kessel quede perfecta.

– ¿A las doce?

– De acuerdo. Si me das tu número de fax, te envío el contrato ahora mismo.

No me sé el número de fax de la redacción y tengo que buscarlo en una tarjeta. Después de colgar, me quedo pensando qué hacer. ¿Llamar a mis padres y salir corriendo hacia el fax? Una sensación paranoica de que nunca me pasa nada bueno se apodera de mí y corro hacia el fax. Quiero que sólo mis dedos toquen ese documento. Tarda quince minutos en llegar y está un poco borroso, pero a mí me parece la octava maravilla del mundo.

Antes de llamar a mis padres o hacer una pirueta en el pasillo, asomo la cabeza en el despacho de Marguerite y le pregunto si cree que Fashionista estaría interesada en mi entrevista con Pieter van Kessel.

Ella niega con la cabeza.

– Tal y como están las cosas ahora, no. Si yo fuera la directora…

No termina la frase, pero la intención está clara. Y ha dicho exactamente lo que yo quería oír.

No puedo seguir controlando la alegría y le regalo mi mejor sonrisa.

– Gracias.

Después, vuelvo a mi despacho, cierro la puerta y me pongo a bailar como una loca. Tres mil palabras para el New York Times. Casi no me lo puedo creer. Esto es un sueño. Esta es la razón por la que estudié periodismo.

Respiro profundamente y decido que es hora de ponerme a trabajar. Antes de hacerlo, escribo una nota de agradecimiento a Ellis Masters, pero sólo es un gesto. En realidad, nunca podré agradecérselo suficiente.

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