Cien

Las ocho y media. Alessandro entra agotado en el ascensor de su casa. Se mira al espejo. En su cara se aprecia perfectamente toda la fatiga de ese día. Sobre todo el estrés de no haber encontrado aún una idea ganadora. Las puertas del ascensor se abren. Alessandro mete la mano en el bolsillo de la chaqueta. Saca las llaves. Le basta con abrir un poco la puerta de la entrada para que el cansancio le desaparezca de golpe.

Eh, pero ¿qué pasa? ¿Quién ha entrado? Por todo el salón hay repartidas pequeñas velas perfumadas, encendidas. Las llamas bailan movidas por una ligera brisa. Una música suave se difunde por toda la casa. Un perfume de cedro hace que resulte más limpia y fresca. En el centro del salón, en el suelo, hay dos recipientes de barro, grandes y bajos, de color claro, llenos de pétalos de rosa. Y de ellos emana un perfume aún más fuerte, embriagador. Alessandro no sabe qué pensar. Sólo otra persona tiene las llaves de casa. Y nunca las ha devuelto. Elena. Pero en ese preciso instante, su duda, ese miedo, esa extraña preocupación, se desvanece. Una suave música japonesa de sonidos antiguos, ancestrales, ritmos secos, inconfundibles. De la penumbra del dormitorio sale ella. Un kimono blanco, con pequeños dibujos bordados en plata, lo mismo que la cinta que le ciñe la cintura. Pequeñas sandalias en los pies, y el paso corto, rítmico, típico de las auténticas japonesas. Las manos juntas frente al pecho. El cabello recogido, tan sólo un pequeño mechón castaño claro ha logrado escapar de esa extraña captura.

– Aquí estoy, mi señor… -Y sonríe.

Alessandro tiene ante sí a la geisha más hermosa que haya existido jamás. Niki.

– ¿Cómo lo has hecho?

– No me haga preguntas, mi señor… Hoy tus deseos son órdenes. -Y le quita la chaqueta, que deja bien doblada sobre el sillón de la sala. Lo hace sentar, le quita los zapatos, los calcetines, los pantalones, la camisa.

– Pero quisiera saber cómo lo has hecho.

– Un esclavo tuyo lo hizo posible, señor.

Niki hace que Alessandro se ponga un suave kimono negro.

– Y me pidió que te diese esto. -Niki le entrega una nota a Alessandro.

La abre.

«Querido Alex, te he cogido sin que te dieses cuenta las llaves del bolsillo y se las he dado a Niki. Ella se ha hecho una copia y me las ha devuelto. Como podrás ver, vuelven a estar en tu bolsillo. Creo que, en ocasiones, vale la pena arriesgarse por una buena velada. Posdata: yo invito al champán. A lo demás… no. Espero que no me despidas. De no ser así, bueno, a lo mejor me he arriesgado demasiado, pero espero que al menos haya valido la pena… Andrea Soldini.»

Alessandro dobla la nota. Justo en ese momento, oye que descorchan una botella a sus espaldas. Niki está sirviendo en dos copas el champán. Le ofrece una a Alessandro.

– Por el amor que desees, mi señor, y por tu sonrisa más bella que espero esboces siempre por mí.

Y brindan con sus copas. Un leve tintineo se expande por el salón, mientras Alessandro bebe el champán frío, helado, perfecto, seco. Como la mano de Niki, que poco después lo conduce hacia el baño. Le quita el kimono y lo ayuda a entrar en la bañera que poco antes preparara.

– Relájate, amor. -Y Alessandro se sumerge en el agua caliente, pero no en exceso. Temperatura perfecta. En el borde de la bañera hay unos pequeños cuencos con velas de sándalo dentro. En el fondo, se disuelven pequeños cristales de sales minerales azules. Y poco a poco la bañera se llena de una espuma ligera que perfuma el agua. Alessandro se deja resbalar hacia dentro, mete la cabeza bajo el agua, cierra los ojos. En medio de ese silencio, la música llega muy lejana y suave al agua. Todo como amortiguado. Todo tranquilo. Estoy soñando, piensa. Y se relaja por completo. Incluso su pelo ondea dejándose acunar por esa calma acuática. Poco después, algo le roza las piernas. Alessandro se echa hacia arriba, emerge de nuevo, escupe un poco de agua. Y la ve. Niki. Como una pequeña pantera. Se sube sobre él completamente desnuda. Apoya una pierna, luego la otra, las dobla. Luego un brazo y después el otro, y así sigue avanzando, seca todavía, dentro de esa agua hecha de pequeñas burbujas perfumadas. Con la boca abierta, sedienta de amor, se deja resbalar sobre él, sobre su cuerpo. Y baja cada vez más, hasta sumergirse también. Ahora sólo se ve su espalda y sus cabellos mojados, que se abren perdidos en esa agua, como un pulpo asustado que de repente abre sus tentáculos, como unos fuegos artificiales que explotan en el cielo de noche. Y emerge otra vez, mojada, con el agua resbalándole por la cara, por el cuello, por sus senos. Y lo besa. Y otro beso más. Y otro. De dos bocas perdidas, que resbalan, que se encuentran, que no se detienen, que se aman. Y hacia abajo de nuevo sin pudor, como una geisha perfecta que halla en el placer de su hombre su única felicidad. Hasta el fondo. Hasta colorear esa agua azul y perfumada de posible vida.

Poco después, Niki lo está duchando y lo seca con una enorme toalla. Hace que se tienda en la cama. Se le monta desnuda sobre la espalda y lo rocía con un poco de aceite templado, mantenido hasta entonces en una olla de agua caliente.

– Oh… está caliente.

– Ahora se enfría. -Y con sus fuertes manos de jugadora de voleibol, la campeona Niki golpea esos músculos, suavizándolos, relajándolos, obligándolos a abandonarse. Luego se tiende sobre él y recorre su espalda con su seno. Y continúa hacia abajo, hasta masajearle las lumbares, y las piernas, y de nuevo hacia arriba. Trabajando los dorsales, el cuello, el trapecio. Y otra vez hacia abajo. Como una pastilla de jabón, lisa, enloquecida, que corre arriba y abajo… y no se detiene jamás.

– Se llama body massage.

Alessandro no puede casi hablar.

– ¡Yo creo que tú no vas al instituto Mamiani!

Se echan a reír y vuelven a hacer el amor y Alessandro se queda dormido. Se despierta. Y no se lo puede creer.

– ¿Qué estás haciendo, Niki?

Está tendida a su lado y sonríe divertida.

– ¡He preparado la cena! -Pero sobre una mesa muy especial. Ha colocado el mejor sushi y el mejor sashimi encima de ese extraño y blando plato. Su abdomen. En el fondo, es como si fuese una pequeña bandeja.

– Eh, ahí está la soja… ¡ten cuidado de que no se te caiga, porque debe de estar muy caliente! -Y se ríen, mientras Niki le pasa los palillos dentro de un pequeño sobre de papel.

Alessandro no puede creer lo que están viendo sus ojos.

– Tú estás loca…

– ¡Por ti!

Alessandro los saca y los separa.

– ¿Y tú no comes?

– Después, mi señor.

Alessandro mira el sushi y después el sashimi. No sabe por dónde empezar. Todo tiene muy buena pinta.

– Oh… pero espabila, Alex, ¡que yo también tengo hambre!

Alessandro mueve la cabeza.

– Eres un magnífico ejemplar de geisha borde. -Y empieza a comer como un perfecto Alex-San auténtico. Lo prueba todo, y de vez en cuando le da un poco a Niki, que sonríe divertida. Muerde maliciosa, arrancando trozos de sushi de aquellos pequeños palillos. Luego Niki se levanta y sirve una magnífica cerveza Sapporo en dos vasos.

– Hummm, está buenísima. ¡Lo has preparado todo a la perfección, Niki! No hubiese querido otra cosa, en serio, ha sido maravilloso.

Niki inclina la cabeza hacia un lado.

– ¿En serio?

– En serio.

– Entonces, ¿vas a perdonar a Andrea Soldini?

– Pienso ascenderlo.

Niki se echa a reír. Lo coge de la mano.

– Ven. -Y acaban desnudos en el salón-. Toma.

Niki le da una nota. Alessandro la abre.

«Quisiera que éste fuese el mejor cumpleaños de tu vida. Pero también quisiera que fuese el peor de todos los que celebraremos juntos todavía. Y me gustaría no haber perdido todo este tiempo. Y me gustaría no perder más. Y me gustaría que lo celebrásemos cada día, como si fuese nuestro "feliz no cumpleaños", como en aquel cuento. Más aún. Me gustaría que nosotros fuésemos un cuento de hadas. Me gustaría seguir viviendo este sueño contigo sin despertar nunca. Felicidades, mi amor.»

Alessandro dobla la nota. Tiene los ojos brillantes. Hermoso. Muy hermoso. Después la mira.

– Dime que es verdad, que no estoy soñando. Y sobre todo dime que nunca más chocarás con otro.

Niki se echa a reír, luego coge a Alessandro por los hombros y lo conduce con dulzura.

– Ven. Es para ti.

Un paquete enorme, todo él envuelto, está escondido en una esquina del salón.

– Pero ¿cómo te has apañado para traerlo?

– No me lo preguntes. Tengo la espalda hecha polvo. ¡Venga, ábrelo! -Alessandro empieza a romper el papel-. Bueno, ¿sabes una cosa? ¡Tus vecinos me han ayudado!

– ¡No me lo puedo creer! Si has conseguido que te ayudase el tipo ese que siempre me está denunciando y me envía a la policía a casa, es que debes de tener extraños poderes.

Alessandro acaba de desenvolver el paquete y, al ver el regalo, se queda sin palabras.

El mar y el arrecife… La escultura que estaba en Fregene, en el local de Mastín.

– Sí, te gustó tanto… La he traído para ti.

– Cariño, ¿cómo lo has hecho? ¡Es un regalo precioso! Demasiado. A saber lo que te habrá costado.

– ¡No te preocupes por eso, más que un creativo pareces un contable! ¡A ti qué te importa! Es bonito hacer un regalo sin pensar en lo que cuesta. Claro, que este verano tendré que trabajar para Mastín de friegaplatos, o de camarera, o directamente de fregona, pero eso no es nada comparado con la satisfacción de verlo ahora en tu salón. Eso no tiene precio.

Alessandro mira la escultura perplejo.

Niki se da cuenta.

– ¿Qué pasa, no te gusta? Puedes ponerla en el baño, o en la cocina, o fuera en la terraza, o tirarla… Es tu regalo, ¿sabes?… ¡Puedes hacer lo que quieras con él! ¡No vayas a pensar que quiero decorarte la casa!

– Tranquila, tranquila, sólo estaba pensando. Es la cosa más bella que nunca me hayan regalado. No tienes ni idea, he pensado a menudo en ella, pero creía que Mastín no estaba dispuesto a venderla.

– También yo. De hecho, por las dudas de si no me la daba, te compré también esto. -Y Niki saca un pequeño paquete-. Toma, de todos modos era para hoy.

– Pero ¡Niki, es demasiado! ¡Me lo podrías dar en otra ocasión!

– ¡Venga ya, contable de sentimientos, en otra ocasión habrá otro regalo! Ábrelo ya y déjate de historias.

Alessandro lo abre.

– ¡Una digital! ¡Es preciosa!

– ¡Así, la próxima vez que vayamos a Eurodisney no tendremos problema! -Niki sonríe-. Además, ¿a ti te parece normal que tú, un supercreativo que es lo que eres… tengas de todo y te falte una máquina fotográfica? Siempre te puede ser útil. A lo mejor ves algo, se te ocurre una idea, entonces aprietas un botón… clic, y la haces tuya.

Alessandro sonríe.

– Ponte ahí, al lado de la escultura. Quiero estrenarla ahora mismo.

Niki se esconde detrás y se asoma con timidez, cubriendo su desnudez.

– Lo hago sólo por ti. Yo soy muy vergonzosa. Venga, hazla ya, antes de que cambie de idea.

Alessandro la encuadra. Está hermosísima en esa penumbra del salón, abrazada a aquella blanca escultura.

– Ya está. Mira. -Alessandro se acerca a Niki y le muestra la foto-. Podría ser un cuadro. Ya tengo el título. El mar, el arrecife… y el amor. -Se dan un beso.

– ¿A qué hora tienes que volver a casa?

– No tengo que volver. Les dije a mis padres que me iba a estudiar a casa de Olly y que después me quedaría a dormir allí.

Alessandro le sonríe.

– ¿Lo ves…? A veces estudiar sirve de algo.

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