Mauro llega con su vieja motocicleta hecha polvo a casa de Paola. Levanta la cabeza y la ve asomada al balcón. Está fumando un cigarrillo cuando de repente se percata de su presencia.
– ¡Eh, ya has llegado!
Mauro la saluda con un gesto con la cabeza.
– ¡Espera, que bajo!
Paola apaga el cigarrillo en el suelo, lo pisa con sus zuecos nuevos y le da una patada a la colilla, que sale volando del balcón y va a parar cerca de Mauro. Él se baja del ciclomotor y se sienta encima. Poco después, Paola sale del portal. Es guapa, piensa Mauro, qué digo, es guapísima. Y tan alta, además. Le sonríe. Paola abre los ojos, feliz, curiosa, nerviosa.
– ¿Y bien? ¿Dónde te has metido, Mau? Te he estado llamando hasta hace un momento. Tu móvil seguía apagado. Te he llamado a casa, pero no tenían ni idea de dónde podías estar, de dónde te habías metido. Están preocupados.
– Ellos sólo se preocupan cuando les conviene.
Paola se le acerca y le pone las manos en la cintura.
– ¿Y bien? Venga, cuéntame. ¿Tanto ha durado la prueba?
Paola no quita la mano izquierda de la cintura de Mauro, pero la gira para mirar el reloj.
– Son las nueve y cuarto.
– Vaya. Me han tenido allí la tira, ¿eh?
– Venga, cuéntame algo, que me muero de curiosidad.
– Me han tumbado.
– No… Lo siento, amor.
Paola lo abraza, se acerca para besarlo, pero Mauro se aparta.
– Estáte quieta.
Paola se aleja un poco. Le vienen ganas de enfadarse, pero lo piensa mejor.
– Venga, Mau, no reacciones así. Es una cosa normal, le pasa a todo el mundo. Era tu primera prueba.
Mauro se cruza de brazos. Luego saca un cigarrillo del bolsillo. Paola se percata de la cazadora nueva…
– ¡Qué bonita! ¿Es nueva?
– Es una Fake.
– ¡Caramba, vas a hacer estragos!
Mauro da una calada a su cigarrillo, luego esboza una media sonrisa.
– ¡Qué va! Me la había comprado adrede para la prueba. Dinero malgastado. Lo mismo que el de las fotos, que me han costado una pasta.
Paola se anima. Vuelve a mostrarse curiosa.
– A ver, ¿las tienes aquí? ¿Me las dejas ver?
Mauro coge una bolsa que lleva colgada en el gancho de debajo del asiento. Se las pasa de mala gana.
– Toma, aquí tienes.
Paola las apoya sobre el ciclomotor. Abre la bolsa y empieza a mirarlas.
– Qué bonitas. Este fotógrafo es una maravilla. ¡Qué buena ésta! En esta otra has quedado muy bien. Pareces Brad…
Mauro la mira.
– Por mí, te las puedes quedar todas. Parezco Brad, pero han elegido a otro, a un macarra cualquiera; y ni siquiera tan macarra. Seguro que tenía enchufe…
Paola vuelve a guardar las fotos en la bolsa.
– Mau, ¿tú no sabes cuántas pruebas he tenido que hacer yo antes de que me contrataran para el anuncio del otro día? ¿Lo sabes?
– No, no lo sé.
– Pues te lo voy a decir. Un montón. ¿Y tú te enfadas porque no te han elegido en la primera a la que vas? ¡Mira, tío, te queda un largo camino por delante hasta conseguirlo, y si uno se achanta al principio, no lo logrará jamás! -Paola se arregla la camiseta, tira de ella hacia abajo-. Pero estas fotos son preciosas. En mi opinión, eres muy fotogénico, o sea, molas un montón. Te lo digo en serio, no porque no te hayan escogido.
– Venga ya…
– Te lo juro.
Mauro coge la bolsa, la abre y mira las fotos. Parece un poca más convencido.
– ¿Tú crees?
– Desde luego.
Mauro recupera un poco de seguridad. Coge una foto y la saca.
– Mira ésta. Mira, ¿a quién me parezco?
– Para mí, aquí eres el Banderas.
– Sí, sí, Banderas. Antes Brad, ahora Banderas, ¿te estás quedando conmigo? Aquí intentaba poner la pose del actor ese cuando intenta conquistar a aquella actriz…
– Ahora no me viene el nombre…
– ¡Johnny Depp, eso! Cuando está en la puerta, en aquella película en la que salían una madre y su hija que cada dos por tres cambiaban de ciudad. Sí, Chocolate.
– Ya sé cuál dices, pero el título era Chocolat.
– Vale, da igual como se diga. -Vuelve a enseñarle la foto-. ¿A que sí? ¿Sabes qué escena digo? Me ha quedado bien, ¿no?
Paola sonríe.
– Sí, sí, la has clavado.
Mauro vuelve a guardar las fotos en la bolsa, un poco más relajado.
– Bah, de todos modos, no me han cogido.
– A lo mejor es que esta vez no les iba bien Johnny Deep.
– No hay nada que hacer. -Mauro niega con la cabeza y le sonríe-, tú siempre tienes la frase justa en el momento justo.
– Es lo que pienso.
Mauro se le acerca y la abraza.
– Ok, sea como sea, ¿sabes que dicen que Johnny Depp la tiene enorme? Y ahora mismo yo… joder… me le parezco en todo… No sé qué me ha dado. A saber. Será que estaba cabreado o que antes te he mirado mientras te tirabas de la camiseta, por encima de las tetas, vaya por Dios, me he puesto como una moto. Mira, toca aquí. -Coge la mano de Paola y se la apoya encima de los vaqueros.
Ella la aparta rápidamente.
– Ya vale, no seas imbécil, aquí debajo de mi casa, con mi padre, que a lo mejor se asoma. Si te ve hacer eso, ¿tú sabes lo que te espera? No haces un anuncio en dos años de lo hinchado que estarías… pero ¡a hostias!
– Qué exagerada eres. -Mauro se le acerca-. Amor -la besa tiernamente-, ¿nos vamos un rato al garaje? Venga, que tengo ganas.
Paola inclina la cabeza a un lado. Las palabras susurradas por Mauro al oído le provocan un repentino escalofrío. Él sabe cómo convencerla.
– Vale, está bien, vamos. Pero no podemos tardar mucho, ¿eh?
Mauro sonríe.
– Bueno, un poquito… Hay cosas a las que no se les puede meter prisa.
– Sí, tú dices eso, pero luego hay veces que pareces un Ferrari.
– Caramba, eres una víbora.
Mauro arranca su ciclomotor. Ha recuperado la alegría. Se pone el casco mientras Paola se monta detrás y lo abraza. Dan la vuelta al edificio y llegan al garaje.
– Chissst -chista Paola mientras baja-. Con cuidado, ve despacio, que si mi padre nos oye tendremos problemas.
Mauro monta el ciclomotor en su caballete.
– Ya, pero, de todos modos, tu padre debería tener un poco de comprensión con nosotros. ¿Tú sabes cuántos polvos le habrá echado a tu madre?
Paola le da un puñetazo en el hombro.
– ¡Ay, me has hecho daño!
– No me gusta que bromees a costa de mis padres con ciertas cosas.
– ¿Qué cosas? Es el amor. Lo más bello del mundo.
– Sí, pero tú no hablas con respeto.
– Pero ¿qué dices, cariño? ¿Es que tus padres no han hecho nunca el amor? ¿No se puede decir? Perdona, ¿y a ti cómo te tuvieron? ¿Con la ayuda del Espíritu Santo? Anda, ven.
Y sin dejar de hablar, la mete dentro del coche del padre, un viejo Golf azul, de cinco puertas.
– ¡Ay, despacio, despacio!
Mauro en seguida le abre los botones del pantalón y de inmediato le mete una mano por el cuello en V de la camiseta. Sus dedos exploran el sujetador, acarician los senos, buscan los pezones.
– No sabes las ganas que tenía antes, en la calle.
– ¿Y ahora no? -Paola lo besa en el cuello.
– Ahora todavía más.
Mauro se desabrocha el pantalón y se baja la cremallera. Luego toma la mano de Paola y la lleva hacia abajo. Como poco antes en la calle. Pero ahora es diferente. Ahora es el momento adecuado. Paola le muerde ligeramente los labios y poco a poco le aparta la goma de los calzoncillos boxer. Mete la mano y también ella explora. Busca lentamente. Entonces lo encuentra. Mauro da un respingo. Y debido a ese movimiento brusco se le cae algo del bolsillo de la cazadora. Mauro se da cuenta. Detiene la mano de Paola. Se echa a reír.
– ¡Lo que faltaba, tenemos un mirón! -Y mientras lo dice, lo saca de la penumbra-. ¡El osito Totti!
– Venga ya, ¿te lo llevaste contigo?
Mauro se encoge de hombros.
– Sí, para que me diese suerte, pero no me ha servido de nada.
– Hombre, lo ha intentado, pero hasta el Gladiador [5] puede fallar de vez en cuando, ¿no? ¡Verás como la próxima vez lo consigue, hará que te escojan y será lo más, algo mágico!
Se oye un bip. El teléfono móvil de Paola. Otro.
– ¿Quién es? ¿Quién te manda mensajes a esta hora?
Demonios, piensa Paola, pero ¿no lo había apagado?
– No es nada, había pedido un favor… Es para la convocatoria de mañana por la mañana. -Y antes de que Mauro tenga tiempo de pensarlo siquiera, se echa encima y lo abraza. Mete de nuevo la mano en los boxer, se la saca y, mirándolo fijamente a los ojos, se la mueve con habilidad arriba y abajo.
– ¿Te apetece tomarme? Lo digo porque yo me muero de ganas.
Mauro la besa y se lo dice con la boca medio cerrada, atrapada en un beso.
– Yo también.
– ¿Has traído condones?
– No, se me olvidó cogerlos.
– Entonces nada. Tendrás que contentarte con mi boca. -Y lo mira una última vez a los ojos antes de desaparecer de su vista, descendiendo lentamente en la penumbra del coche, entre sus piernas, donde florece el deseo. Un deseo tan fuerte que hasta consigue hacerle olvidar el mensaje que a Paola le ha entrado en el móvil.