Dieciocho

– Bien, entonces buscadme todo lo que se pueda encontrar sobre cualquier tipo de caramelo que se haya publicitado alguna vez en Italia. No, mejor. En Europa. Qué digo, en el mundo.

Giorgia mira a Michela y sonríe señalando a Alessandro.

– Me vuelve loca cuando se pone así.

– Sí, a mí también; se convierte en mi hombre ideal. Qué lástima que cuando todo esto acabe volverá a ser como los demás. Frío, desinteresado por cualquier cosa que no sea… -y traza una curva en el aire-, y, sobre todo, comprometido ya…

– No, ¿no lo sabes? Se han separado.

– No me digas. Hummm… entonces la cosa se pone más interesante. Podría ser que mi apetito durase más allá de la campaña… ¿En serio lo ha dejado con Elena? Ahora entiendo lo de anoche, todos a su casa… Las rusas… Ahora me encaja.

– ¿Qué rusas? ¿Qué noche? No me digas que se fueron de juerga con nuestras modelos.

Llega Dario.

– ¿Cómo que vuestras modelos? Ésas son de nuestra empresa, la Osvaldo Festa, hasta hoy. Tenían que rodar un día más y por lo tanto siguen bajo contrato. Y, además, son un poco de la comunidad, son nuestras mascotas. ¿Qué os pasa, estáis celosas?

– ¿Nosotras? ¿Por quién nos has tomado?

Justo en ese momento, llega Alessandro.

– ¿Se puede saber qué es tanto hablar? ¿Os queréis poner a la faena? Venga, a currar, exprimios las cabecitas, lo que os quede dentro. ¡Yo ni me voy a Lugano ni os quiero perder!

Giorgia le da una patada a Michela.

– ¿Lo ves? ¡Me ama!

La otra resopla y niega con la cabeza.

– ¿«Me»? ¡En realidad ha utilizado el plural cosa que me incluye a mí también!

– ¡Venga, a trabajar!

Andrea Soldini se acerca a Alessandro, que está mirando el paquete de caramelos. Lo ha dejado sobre la mesa. Lo observa fijamente. Cierra los ojos.

Imagina. Sueña. Busca la inspiración… Andrea le da unos golpecitos en el hombro.

– ¿Eh? ¿Quién es? -Se remueve un poco molesto.

– Yo.

– ¿Yo quién?

– Andrea Soldini.

– Sí, lo sé, bromeaba. Dime…

– Lo siento.

– ¿El qué? Nos lo jugamos todo en esta partida. Si empezamos así, estamos apañados.

– Estoy hablando de Elena.

– ¿Elena, qué tiene que ver Elena con esto?

– Bueno, que siento que se haya acabado.

Andrea se vuelve hacia Giorgia y Michela, que se fingen absortas en sus ordenadores respectivos.

– Bueno, nada, disculpa, me he equivocado… Pensaba que…

– Eso mismo, muy bien, pensar, eso es lo que tienes que hacer. Pero pensar en el caramelo LaLuna. Sólo en eso. Siempre, de un modo ininterrumpido, de día, de noche, incluso en sueños. Tiene que ser tu pesadilla, una obsesión, hasta dar con algo. Y si no lo encuentras, empieza a pensar en LaLuna también cuando te desveles. Venga, no te distraigas. LaLuna… LaLuna… LaLuna…

En ese momento, suena un teléfono móvil.

– Y cuando estemos reunidos, cuando estemos en un momento de brainstorming, en medio del temporal creativo, a la caza de la idea para LaLuna, mantened apagados los malditos móviles.

Georgia se acerca y le pasa un Motorola.

– Ten, boss. Es el tuyo.

Alessandro lo mira levemente azorado.

– Ah, sí… es verdad. Bueno, boss me gusta más que jefe. -Luego se aleja mientras responde-. ¿Sí? ¿Quién es?

– Pero ¿es qué no has metido todavía mi número en memoria?

– ¿Diga?…

– Soy Niki.

– Niki…

– A la que has atropellado esta mañana.

– Ah, perdona, es verdad, Niki… Mira, ahora mismo estoy liadísimo.

– Vale, no te preocupes, cuando nos veamos yo te ayudo. Pero hazme un favor. Guarda mi número, de ese modo cuando te llame te ahorrarás el tiempo de preguntar cada vez quién habla y yo el de recordarte cada vez nuestro accidente y especialmente que la culpa fue tuya…

– Ok, ok, está bien, te juro que lo haré.

– Y sobre todo, guárdalo con el nombre de Niki, ¿eh? Niki y nada más… Mi nombre es justo así. ¡No soy la abreviatura de ningún otro! No te equivoques con Nicoletta, Nicotina, Nicole ni cosas así.

– Entiendo, entiendo, ¿algo más?

– Sí, tenemos que vernos para arreglar el asunto.

– ¿Qué asunto?

– El accidente, mi ciclomotor. Tenemos que rellenar aquella hoja, ¿cómo se llama?

– El parte.

– Eso, el parte y además lo que ya te he dicho antes… Te acuerdas, ¿verdad?

– ¿De qué?

– De que tienes que venir a buscarme para acompañarme al mecánico. Yo no puedo estar sin ciclomotor.

– Y yo no puedo estar sin trabajar. Tengo que dar con una idea importante y tengo poco tiempo.

– ¿Cuánto?

– Un mes.

– ¿Un mes? Pero si en un mes se resuelve cualquier cosa… En un mes se tiene tiempo hasta de ir a casarse a Las Vegas.

– Ya. Pero nosotros estamos en Italia, y aquí las cosas son más complicadas.

– Bueno, tampoco es que tengamos que casarnos, ¿no? Al menos no de inmediato.

– Oye, Niki, de veras que estoy muy liado. No puedo seguir hablando por teléfono.

– Entiendo, ya me lo has dicho. Entonces te lo pondré fácil. A la una y media en el instituto. ¿Recuerdas dónde es?

– Sí, pero…

– Ok, hasta luego entonces.

– Escucha, Niki… ¿Niki? ¿Niki?

Ha colgado.

– Chicos, me voy a mi despacho. Seguid trabajando. LaLuna, LaLuna, LaLuna. ¿Lo oís? La solución está en el aire. LaLuna, LaLuna, LaLuna.

Alessandro sale meneando la cabeza. Niki. Sólo le faltaba eso.

Cuando se va, Giorgia y Michela se miran. Giorgia tiene el ceño fruncido. Michela se da cuenta.

– ¿Qué te pasa?

– Me parece a mí que el boss se va a recuperar pronto.

– ¿Tú crees?

– Bueno, tengo esa sensación.

– Ojalá sea así. Cuando está tan nervioso, se trabaja mal.

Andrea Soldini se desplaza al centro de la mesa. Sonríe extendiendo los brazos.

– Una vez leí una cosa muy bonita. Amor… motor. Es cierto, ¿no? El amor hace que todo se mueva.

Dario mueve la cabeza.

– Yo me voy a buscar anuncios que tengan que ver con caramelos. -Antes de salir se acerca a Michela con expresión muy triste-. No sé por qué, pero echo de menos a Alessia una barbaridad…

Andrea Soldini coge un bloc de notas y lo abre.

– Bien, repartámonos las tareas. Objetivos y subobjetivos, ¿no? como nos ha dicho el boss. Mientras tanto, que alguien se informe sobre Marcello Santi. Quién es. Qué hace. De dónde viene. Qué come. Qué piensa. Cómo trabaja.

Michela lo mira con curiosidad.

– ¿Y eso por qué?

– Porque es bueno conocer al adversario. Yo de él sé poco, muy poco. Algún éxito y alguna historia que no me gusta pero que no tiene nada que ver con nuestro trabajo.

– ¿Qué historia?

– He dicho que no tiene nada que ver con nuestro trabajo.

– Entonces, ¿por qué la sacas a colación?

– Vale -Michela levanta la mano-, de Marcello Santi me ocupo yo.

– Perfecto, los demás investigan sobre el producto y piensan también en algún eslogan para LaLuna.

– Yo pienso en el eslogan -dice Giorgia.

Dario se queda en silencio. Andrea lo mira.

– Además, tenemos que inventarnos otro tipo de packaging, no sé, una caja nueva para caramelos, un dispensador diferente a todos los demás.

Dario sigue callado. Andrea suelta un largo suspiro.

– Si nos organizamos todo irá mejor. Es cierto que soy el staff manager, pero para mí, nosotros somos sólo un equipo que debe vencer.

Dario mueve la cabeza y sale de la habitación. No sé por qué, piensa, pero cada vez echo más de menos a Alessia.

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