Veintisiete

Buenos días, mundo. Escucho la radio a todo volumen. Una canción de Mina. Se la quiero dedicar a Fabio cuando me lo encuentre por el pasillo. Sí, sí, es muy apropiada. «Cómo tengo que decirte que no me gustas, tienes la espalda muy ancha, más que yo, cómo tengo que decirte que con tus bigotes ocultas tiernas sonrisas y el sol que hay en ti, cómo tengo que decirte que no hay…» Exacto. No hay. Y cuando no hay… no hay. No.

¿Sabes lo que voy a hacer? Esta mañana tengo ganas de comerme dos barritas de cereales con chocolate. Demonios. Tiene que llevarme mamá. Qué rabia. No tengo ciclomotor. De todos modos, el tipo era agradable. Lástima que me haya destrozado a Mila. Pero era dulce de verdad. Tan preocupado. Claro, que ¡después de preocuparse por el lateral de su coche! Un poco… eso, demasiado sentido de la propiedad. Y también… mentalidad algo antigua. Pero fuerte. Sí, hoy lo llamo. Tengo ganas de… aires nuevos.


– Chicos, sólo os digo una cosa: yo no me quiero ir de Roma.

Andrea Soldini y todos los demás lo ven entrar sonriente, como no habían visto a Alessandro desde hacía bastante tiempo.

– De modo que tenemos que ganar. Venga, explicadme bien en qué dirección estamos avanzando.

Todos hablan a la vez. Empiezan a enseñarle viejos anuncios, pequeñas fotografías, publicaciones de los años setenta, y también productos americanos e incluso, japoneses. Un mundo entero dando vueltas en torno a un simple caramelo.

– Tenemos que ser capaces de llegar a un público joven, pero también adulto…

– ¡Sí! Tiene que ser gracioso, pero serio a la vez… De calidad pero popular, ambiguo, pero también concreto.

– Tiene que ser un caramelo.

Todos se vuelven a mirar a Andrea Soldini.

Y, ante esta última afirmación, Dario mueve la cabeza.

– Director del staff creativo… es verdad, es un genio.

A Alessandro se le escapa la risa, pero lo disimula.

– Vamos bien, chicos, en serio. Siempre he deseado tener un equipo que lo fuese de verdad hasta el fondo. Que no estuviese controlando lo que dice cada uno por si me pasa por delante y me quita puntos; como si también hubiese una competición entre nosotros.

Alessandro se detiene un momento. Andrea Soldini mira a Dario y le sonríe, como diciendo «¿Oyes lo que está diciendo? Eh, eh… No te has portado nada bien». Dario no cree lo que ven sus ojos, mueve de nuevo la cabeza y al final también él se ve obligado a soltar una carcajada y aceptar aquel desafío por el grupo.

– Ok, ok. Pongámonos a trabajar. Andrea… pon un poco de orden en todo lo que tenemos hasta ahora.

Andrea sonríe y se acerca a una gran pizarra en la que empieza a trazar líneas y a hacer un esquema con todo lo que han encontrado sobre caramelos, a través de tiempos y países.

– Bien, las imágenes que se imponen, las más bellas, son las de un caramelo francés. ¿El eslogan? Un americano imitando el famoso cartel de Vietnam, que dice aquello de «Te quiero ya», refiriéndose obviamente al caramelo.

Y continúa hablando, explicando la increíble cultura que se ha ido construyendo a través de los tiempos para acompañar a los caramelos más diversos. Alessandro escucha con curiosidad y atención, pero sin dejar de mirar su teléfono móvil. Esboza una sonrisa melancólica para sí, al ver que no llega ningún mensaje. Y un pensamiento dulce como un caramelo. Llamaría a Elena. Y sonríe mientras escucha y mira, sin verlas ya, las líneas que Andrea continúa trazando en la pizarra. Caray, el chico se esfuerza. Mira a los demás, que están tomando apuntes, que siguen su explicación, tomando notas en sus blocs, haciendo alguna aportación de vez en cuando. Giorgia sigue dibujando el eslogan, Michela anota frases y eslóganes, y subrayando de vez en cuando alguna cosa que le parece correcta, o que puede dar lugar a otra reflexión. Nos hallamos en pleno brainstorming, piensa Alessandro, y yo quiero quedarme en Roma.

Andrea Soldini traza una larga línea azul al final de todo lo que ha escrito.

– ¡Ya está! Me parece que éste es el material más interesante que hemos encontrado y sobre el que debemos trabajar. Alex, ¿tienes alguna sugerencia, alguna idea en particular, puedes indicarnos algún camino? Somos todo oído. Si tienes algo que decir, nosotros, tus fieles guerreros, soldados, servidores…

– Quizá sea mejor decir simplemente amigos o colegas.

– ¿Sí? Vale… bueno, cualquier idea que tengas… nosotros la seguimos.

Alessandro sonríe, luego estira los brazos y los apoya en la mesa.

– Siento desilusionaros. Me ha gustado mucho escuchar todo el trabajo que habéis hecho, lo que pasa es que ahora mismo no tengo ideas. No sé cómo moverme, en qué dirección.

Todos lo miran perplejos, en silencio, alguno baja la mirada un poco avergonzado por cómo él se la sostiene, sin temor alguno, sonriente.

– Sé a donde no quiero ir, eso sí. A Lugano. Y también sé que muy pronto entre todos daremos con algo. Así que a trabajar, ¡nos vemos en la próxima reunión! Hasta ahora habéis hecho un buen trabajo.

Todos recogen sus carpetas, folios y cuanto han dejado sobre la mesa de la reunión y salen de la habitación. Todos menos Andrea Soldini, que se le acerca.

– Sé que Marcello y los suyos van adelantados. Hay una persona en ese grupo que me tiene en gran estima, a la cual estoy ligado. Sí. Me haría un favor, que me lo debe, vaya.

– Andrea, ¿por qué no eres nunca claro? Nunca se entiende lo que dices, ¿adonde quieres ir a parar?

– A ninguna parte. Lo que me gustaría es encontrar un atajo a la victoria. Podemos saber, por ejemplo, en qué punto se encuentran ellos y superarlos con una idea diferente, o hacer algo que haga que su idea resulte manida y superada. No me parece que esté diciendo nada tan raro.

– No. Pero sería un camino poco correcto, eso sí. Yo preferiría vencer sin atajos. -Alessandro le sonríe.

Andrea extiende los brazos.

– Sabía que eras así. Elena me lo decía. Sólo quería saber hasta qué punto lo eras de verdad.

Andrea se da la vuelta y vuelve a su trabajo. Justo en ese momento suena el móvil de Alessandro. Un mensaje. Mira a su alrededor cauteloso. Ve que sólo queda Andrea. Todos los demás están en la habitación contigua. Puede leerlo con tranquilidad. Espera que sea el que lleva esperando desde hace ya varios meses. «Amor, disculpa, me he equivocado.» O bien «Era una broma». O quizá «Te echo mucho de menos». O presuntuoso «¿No me echas de menos?», o absurdo «Tengo unas ganas tremendas de acostarme contigo». O taxativo «Fóllame ya». O loco «Lo sé, soy una fulana, pero quiero ser tu fulana…». En fin, cualquier mensaje, pero que lleve su firma: Elena. Alessandro permanece un instante con el móvil en la mano. Esa espera antes de leer. Ese sobrecito que parpadea sin revelar todavía todo lo que contiene y que, sobre todo, no dice si es suyo o no… Al final no puede más y lo abre.

«Ey, ¿qué estás haciendo? Fingiendo trabajar, ¿eh? Recuerda, sueña y sigue mis consejos: ligereza. Una sonrisa y todo te parecerá más fácil. Bueno, exagero un poco. Un beso. Y buen trabajo.»

Alessandro sonríe y borra el mensaje. Había pensado en todo menos en ella. Niki.

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