De vez en cuando, Mauro le da una patada a la rueda trasera de su viejo ciclomotor, falcado en su caballete, haciéndola girar. Está fumando un cigarrillo. Un poco más allá, al menos cinco o seis Winston azules han acabado de igual manera. Mira de nuevo hacia el final de la calle. Ahí está.
Mauro apaga el cigarrillo y corre a su encuentro.
– Pero ¿dónde cojones estabas? ¿Dónde te has metido? ¿Eh? ¿Dónde demonios estabas?
Paola avanza serena. Se la ve feliz. Tiene una sonrisa radiante.
– ¡Amor, me han cogido, me han cogido!
– ¿Y por qué no me has llamado?
– Me he quedado sin saldo, no podía ni enviar mensajes, y mi madre estaba hablando por el fijo. Me han llamado para un recall…
– ¿Un qué?
– ¡Un recall! Es cuando te llaman para que vuelvas a hacer la prueba… Me he ido en autobús, no podía esperarte, y después he cogido el metro. De todos modos, la prueba no era lejos, otra vez en Cinecittá.
Lo abraza, lo besa, suave, dulce, sensual como sabe ser Paola cuando quiere.
– Pero ¿por qué estás así? ¿No te alegras? ¡Me han cogido!
Mauro sigue de morros. Se suelta de su abrazo.
– Joder, te lo he dicho mil veces… no me gusta que vayas sola. -Paola pone los ojos en blanco-. Entiéndeme, no es que no quiera que hagas pruebas, al contrario, pero me gusta acompañarte.
– Perdona, pero ninguna de las otras va acompañada de su novio.
– Ah, vale, muchas gracias, pero es porque a ellos les importa un carajo. En cambio, yo me preocupo por ti. Y otra cosa, te lo he dicho mil veces, cuando estés a punto de quedarte sin saldo dímelo, ¿no? Mi madre trabaja en el quiosco de la esquina… La llamo y te recarga la tarjeta en nada. O te la recargo yo directamente en cualquier parte. -Luego Mauro se queda callado. Sí, y con qué dinero lo hago, piensa para sí. Pero es evidente que aquel no es momento de recordárselo.
Paola abre su enorme bolso de largas asas.
– Mira, después de la prueba he ido a Cinecittá 2 y te he cogido esto. -Saca un osito de peluche con la camiseta del Roma.
– ¡Guau! Es superguay, gracias, amor.
– ¿Has visto? Es el osito Totti, es como tu capitán, un pequeño gladiador… peludo.
– Es muy bonito.
– Huele, huele. -Paola se lo restriega sobre la cara.
Mauro lo aparta, mientras se rasca la nariz.
– ¡Ay, me haces estornudar, ya vale!
– Pero ¿lo has notado?
Mauro vuelve a acercárselo a la nariz, esta vez él solo, con tranquilidad. Paola sonríe.
– Le he echado un poco de mi Batik, así cuando te lo lleves a la cama pensarás en mí. ¿De qué te ríes? ¿Es que le he echado demasiado, Má?
Mauro sonríe y se lo mete en el bolsillo interior de la chaqueta.
– No… no. Lo que pasa es que tengo tantas ganas de ti que este osito no me basta, cariño… Tú eres mejor que él.
Mauro le da un beso con lengua, la aprieta contra sí, haciéndole notar que está excitado.
– En serio, tengo ganas. Vamos a tu garaje, al coche de tu padre…
Paola se toca la parte baja del vientre.
– No puedo. Me ha venido hoy la regla, cuando estaba a punto de hacer la prueba. Por suerte allí tenían.
– ¿Quién las tenía?
– El anuncio que estoy haciendo es justamente de éstas. -Y saca de su bolso un paquete de veinticuatro compresas-. Debe de ser por la emoción, pero se me ha adelantado. ¡Mira qué suerte, me han regalado un paquete!
– Pero ¿qué estás diciendo? Estás de coña, ¿no? -Mauro se aparta de ella-. ¿Es en serio que tienes que hacer un anuncio de estas cosas? O sea, es como decirle a todo el mundo que tienes la regla.
Paola se sorprende.
– Perdona, pero ¿qué te pasa esta tarde? ¿Tienes ganas de discutir? ¡Es algo natural! No es nada vulgar, ¿qué hay de malo en ello? Todas las mujeres, todos los meses, las necesitamos. Lo normal es que los hombres se cabreen cuando dejan de ser necesarias, porque eso quiere decir que…
– Ya lo he pillado, pero aun así, sigue pareciéndome una cosa poco fina.
Paola se le acerca y lo besa en el cuello.
– Estás demasiado nervioso. Venga, ven conmigo al rodaje, ya verás que no hay nada que pueda fastidiarte. Oye, ¿quieres que vayamos a comer una pizza? Invito yo.
– No. -Mauro se dirige hacia su ciclomotor-. Vamos, sí, pero invito yo.
– ¡Como quieras, yo sólo quería celebrar que me han elegido!
– Ya me has regalado el osito, ¿no?
– Está bien… ¿Vamos al Paradiso? No está lejos, y siempre hay un montón de actores.
– Vale, vamos. -Mauro le pasa el casco, luego se pone el suyo. Paola se sienta detrás y coloca su enorme bolsa entre ella y la espalda de Mauro.
– Ah, Paolilla, ¿te imaginas que un día te haces famosa y la gente va al Paradiso a verte comer? -Mauro le sonríe, mirándola por el espejo retrovisor.
– Venga ya, te estás quedando conmigo.
– ¿Por qué? Lo digo en serio, todo puede pasar…
Justo en ese momento llega una moto grande que se detiene a su lado. El motorista se levanta la visera del casco.
– Hola, Mauro. Señorita… ¿qué hacéis?
Mauro sonríe.
– Vamos a comer una pizza.
– He ido a buscarte a tu casa, pero ya te habías ido. Necesito que me eches una mano.
– Gracias, pero ya te he dicho que no puedo.
– Cuando te decidas, házmelo saber. Cuando quieras, te regalo esta moto. Así, aunque vayas a comerte una simple pizza, tardarás menos. Y, sobre todo, tu novia irá más cómoda. Mauro, a las mujeres les gusta la comodidad, ¿sabes? ¡Que no se te olvide!
El tipo se baja la visera. Mete la primera y se aleja a toda velocidad levantando la rueda delantera. Segunda, tercera, cuarta. Ya ha desaparecido al final de la calle. Mauro arranca despacio. Paola se apoya sobre su espalda.
– ¿Quién era ese tipo, Má?
– Nadie.
– ¿Cómo que nadie? Venga, dímelo.
– Ya te he dicho que no es nadie. Fuimos juntos a la escuela, pero hacía siglos que no lo veía. Lo llamaban el Mochuelo; un tipo simpático.
– Lo será, pero a mí me parece un macarra, peligroso incluso. Y, además, ¿qué es esa gilipollez de que a las mujeres nos gusta la comodidad? A las mujeres nos gusta el amor, se lo puedes decir al Mochuelo cuando lo vuelvas a ver. -Mauro sonríe y le toca la pierna. Paola le acaricia la mano-. No, mejor no. No se lo digas. De todos modos, no lo entendería.
Mauro acelera y se van hacia el Paradiso, un restaurante grande próximo a Cinecittá. Pero el ciclomotor está ya en las últimas, y avanza despacio en la noche. Tiene la rueda trasera ligeramente desinflada y lleva encima dos pasajeros llenos de ilusión y de esperanzas.