Nueve

Noche de ventanas entreabiertas para recibir un atisbo de primavera. Noche de colchas que protegen y recuerdos que dejan dudas y un sabor un poco amargo en la boca. Niki da vueltas y más vueltas. A veces, el pasado hace que las almohadas resulten incómodas. Pero ¿qué es el amor? ¿Existe alguna regla, una manera, una receta? ¿O es todo casual y sólo te queda esperar a ver si tienes suerte? Preguntas difíciles mientras el reloj con forma de tabla de surf colgado en la pared señala la medianoche. Fabio. Raro aquel día. No, hermoso. Todavía me acuerdo. Setiembre. Brisa agradable y cielo azul oscuro de una noche apenas comenzada. Él y los otros tocando en un concierto improvisado en una nave abandonada, escenario inventado, mientras en una pared de cartón piedra algunos grafiteros entablan una competición de dibujos y spray. Nosotras habíamos ido allí por casualidad, gracias al boca a boca habitual de la calle. Me gusta su estilo. Palabras de fuego para canciones funky que arañan el corazón. Y Olly venga a decir que Fabio está bueno que te mueres. Y cada vez que lo dice, yo siento una extraña punzada de fastidio. Porque es guapo. Me doy cuenta. Y de vez en cuando nos miramos, y él me señala mientras canta. Emoción de dos que juegan a distancia, encima y debajo de un escenario improvisado, entre scratch y gente que hace popping y baila al ritmo rápido y explosivo que propone la música. Y después, sorpresa, vuelvo a encontrármelo en el instituto, en otro grupo, y descubro que tenemos la misma edad, que me mira y me sonríe. Sí, es realmente guapo. Comenzar a salir juntos después de las clases para ir a dar una vuelta en el ciclomotor, a tomar un helado o una cerveza en los centros cívicos, asistir a los ensayos de algún grupo en un sótano. Hasta que todo nos lleva a besarnos entre los sonidos y colores de un sábado por la noche en un local. Luego el viaje continúa, y el beso se convierte en una noche solos aquí en casa; con mis padres en una de sus habituales cenas y mi hermano durmiendo en casa de Vanni. Una casa demasiado grande para un amor quizá demasiado pequeño. Él con una flor. Una sola, dice, porque al menos es especial, única, no perdida en un ramo, confundida con otras. Un beso. Uno solo no. Otro. Y otro más. Manos que se entrelazan, ojos que se buscan y encuentran espacios y panoramas nuevos. Esa vez. Momento único. Que desearías que no acabase. Que fuese el inicio de todo. Descubrirse vulnerables y frágiles, curiosos y dulces. Una explosión. Al día siguiente reúno a las Olas, se lo explico todo y me siento grande. Él que me busca, viene a recogerme y me dice: «Eres mía. No me dejarás nunca. Estamos demasiado bien juntos. Te amo.» Y después: «¿Dónde estabas? ¿Quién era ése? ¿Por qué no te quedas conmigo esta noche en vez de irte a la discoteca con tus amigas?» Y comprender que tal vez amar es otra cosa. Es sentirse ligeros y libres. Es saber que no pretendes apropiarte del corazón del otro, que no es tuyo, que no te toca por contrato. Debes merecerlo cada día. Y se lo dices. Se lo dices a él. Y eres consciente de que hay respuestas que quizá deben cambiarse. Es preciso partir para volver a encontrar el camino. Fabio que me mira enfadado, de pie, ante el portal. Y dice que no, que me equivoco, que somos felices juntos. Me coge por un brazo, me lo aprieta con fuerza. Porque cuando alguien a quien quieres se te va, intentas detenerlo con las manos, y esperas poder atrapar así también su corazón. Pero no es así. El corazón tiene piernas que no ves. Y Fabio se va diciendo «Me las pagarás», pero el amor no es una deuda que saldar, no regala créditos, no acepta descuentos.

Dos lágrimas resbalan despacio, casi tímidas y preocupadas por no manchar la almohada. Niki se abraza a ella. Y por un instante se siente protegida por esa colcha que la separa del mundo.

Las doce y media de la noche. Niki vuelve a darse la vuelta. La almohada le resulta incómoda. Como un pensamiento puntiagudo colocado debajo del colchón. Ruido de cerradura que se abre. Reflejo de luz que llega desde el pasillo.

– ¡Desde luego, los Frascati son una pareja absurda! ¿Lo has oído? ¡Él se enfada porque su mujer no ha querido inscribirse también en el curso de tango! Pero ¡si a ella no le interesa para nada el baile!

Simona deja las llaves en la repisa como hace siempre. Niki oye el ruido. Y la imagina. Los oye hablar.

– Sí, pero para él eso sería un gesto de amor. Ya sabe que a ella no le gusta, pero por una vez quisiera que fuese con él.

– ¡Ya, pero no se puede pretender que sólo porque alguien te ama debas soportar una cosa que no te interesa! ¡Él tendría que decirle: querida, haz tú también lo que te guste y después nos lo contamos en casa por la noche! ¡Así resulta más divertido! Hay un intercambio…

– ¡Claro! Tú, por ejemplo, vas a hacer aeróbic acuático y yo en cambio juego a tenis.

– ¡Y a mí no se me ocurriría pedirte que te pusieses el flotador para hacer el curso conmigo y otras diecinueve mujeres!

– ¡En parte porque ya me dirás qué iba a hacer yo solo entre veinte mujeres vestido como un experimento de Leonardo da Vinci! ¡Un momento…, ¿has dicho diecinueve mujeres?!

– ¡Sí, tonto! pero todas neuróticas. A ti en cambio te ha tocado la mejor…

Un ruido de silla que se mueve, como si la hubiesen empujado. Después silencio. Ese silencio pleno. Profundo. El silencio de los besos. Ese que habla de sueños y fábulas, de tesoros escondidos. Los más bellos. Y Niki lo sabe. Y mientras aprieta con más fuerza la almohada piensa que quizá el amor verdadero sea el de sus padres. Un amor simple hecho de días juntos, cada cual con sus propios deberes y aficiones. Un amor hecho de risas y bromas mientras se regresa a casa de noche, hecho de desayunos preparados por la mañana, de hijos a los que educar, de proyectos que aún han de realizarse. Sí, mis padres se aman. Y no han sido el primer amor el uno del otro. Se conocieron después de haber amado a otras personas. Y quizá no de este modo. Puede que sea preciso viajar antes de saber cuál es la meta adecuada para nosotros. Quizá cada vez que amas sea la primera.

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