Varios días después. Diletta sigue mejorando.
– ¿Te das cuenta? -Olly camina como loca por la pequeña habitación del hospital. Diletta la mira divertida-. No. Yo creo que no te das cuenta… ¿Y vosotras? O sea, ¿al menos vosotras os dais cuenta o no? ¡Ésta se ha vuelto loca!
Niki está sentada en la silla vuelta de revés. Erica está apoyada en la pared.
– ¿De qué?
– Dilo y acaba de una vez.
Olly se detiene de improviso.
– ¿En serio no sabéis de qué estoy hablando? Ésta ha estado a punto de irse sin más, pafff… -Olly chasquea los dedos-, por culpa de un imbécil que conducía a toda velocidad. Y no había probado la cosa más buena del mundo. Más que la pizza del Gianfornaio. Más que el helado del Alaska, San Crispino y Settimocielo juntos, más que la nieve y el mar, que la lluvia y el sol…
Erica la mira.
– ¿Y qué es, la droga?
– No, mucho mejor… ¡El sexo! -Olly se acerca a Diletta y le coge las manos-. No puedes correr estos riesgos. Ya no. Te lo pido por favor, confía en mí. Déjate ir, coge esa deliciosa manzana.
Niki se hecha a reír.
– Pues claro. Una manzana. Piensa que se jugaron el paraíso por esa fruta.
Olly extiende los brazos.
– Eso mismo. Diletta, puedes estar tranquila, no puede ocurrirte nada peor. Y de todos modos me he equivocado de fruta. Me refería a una banana.
Diletta patalea bajo las sábanas.
– ¡Olly! ¿Por qué siempre tienes que ser tan grosera?
– Perdona, pero creo que no te entiendo… ¿Grosero es quien dice la palabra adecuada en el momento oportuno? ¿El que dice la verdad? ¡Entonces soy grosera de remate! Pero no me avergüenzo de ello. Porque también soy tu amiga.
Olly se aparta de la cama de Diletta y se dirige a la puerta de la habitación. La abre. Se asoma al pasillo.
– Ven.
Vuelve a entrar con una gran sonrisa. Todas la miran con curiosidad.
– ¿Y ahora? ¿A quién habrá llamado?
Niki no sabe qué pensar. Erica aún menos. Diletta la mira curiosa. Aunque tiene sus sospechas.
– Aquí está, ¿te acuerdas de él?
Efectivamente. Justo lo que sospechaba.
Filippo, ese chico tan encantador de quinto A, está en la puerta, con un ramo de magníficas rosas rojas en la mano.
– Hola, Diletta… Pregunté a tus amigas cómo estabas y Olly me dijo que podía venir a verte, de modo que… aquí estoy.
Olly se acerca a Diletta.
– Bueno, adiós, nosotras nos vamos. Estaremos aquí fuera, estudiando por si necesitas algo.
Diletta se sonroja. Luego le dice en voz baja:
– ¿Y no podías avisarme? ¡Mira qué pinta tengo! No llevo ni una gota de maquillaje, estoy hecha polvo, con la cabeza vendada…
– Chissst. -Olly le da un beso-. Tranquila. Así se excita aún más. Y si quieres meterte ya en «faena», no te preocupes, estaremos aquí fuera vigilando. Tómate tu tiempo.
Diletta intenta darle un golpe.
– Pero ¡qué dices! -Y con el gesto casi se arranca el catéter del brazo.
Olly se aparta a tiempo y evita el golpe riéndose. Luego coge a Erica y a Niki del brazo y las escolta hasta la salida.
– Adiós, nosotras nos vamos. -Al salir le guiña un ojo a Filippo-. ¿Entendido?
Él sonríe mientras Olly sale de la habitación. Luego ve un jarrón con unas margaritas marchitas junto a la ventana.
– ¿Puedo?
– Claro, claro. -Diletta se arregla un poco, se echa hacia atrás irguiendo la espalda.
Filippo coge las flores viejas y las tira en la papelera que hay debajo de la mesa. Luego enjuaga el jarrón en el lavamanos, lo vuelve a llenar con agua fresca y pone dentro sus espléndidas rosas. Las coloca con mimo.
– Ya está, así tienen espacio y se abrirán… En un par de días estarán preciosas.
Diletta sonríe.
– Yo, en cambio, necesitaré un poco más.
– No es verdad – Filippo la mira-. Estás tan guapa como lo estabas en el instituto. En realidad, el año pasado suspendí a propósito para poder seguir viéndote…
– Sí, y yo voy y me lo creo.
Filippo se echa a reír.
– Digamos que era algo inevitable y entonces me dije, por lo menos podré seguir viéndola.
Luego la mira fijamente a los ojos. Diletta, un poco azorada, golpea la sábana con la mano, como para arreglarla.
– Ufff, que calor, ¿eh…?
– Sí. -Filippo sonríe y coge una silla-. ¿Puedo?
– Claro.
– Gracias. -Y se sienta-. Es que está llegando el verano. Pero nosotros no tenemos prisa.
Fuera de la habitación. Olly tiene pegada la oreja a la puerta e intenta escuchar lo que dicen. Niki le tira de un brazo.
– Venga, déjala tranquila… ¿Qué más te da?
– Cómo que qué más me da, ¿estás de broma? Ha sido idea mía, hasta le he obligado a traer flores.
Erika le da un empujón.
– Está bien, pero ¿no irás a decirme que también elegiste tú esas magníficas rosas?
– No, eso no. Pero la idea ha sido mía. Diletta siempre quiso ir… a ver la Gran Manzana… Pero ¡como por el momento está aquí atrapada, por lo menos que vea la Gran Banana!
– Contigo es imposible, Olly. Eres una borde total.
Empiezan a empujarse y a reír, a correr por el pasillo, bajo la mirada molesta de alguna enfermera. Luego ven pasar a una monja y empiezan a jugar en broma.
– ¡Tuya! -empieza Olly, al tiempo que le da un manotazo a Niki.
– ¡Tuya! -Niki le da a Erica al vuelo, que, veloz como un rayo se vuelve y toca de nuevo Olly.
– ¡Tuya! ¡Y no vale devolverla!
– Jo, así no se puede jugar.
Erica mira al fondo del pasillo.
Se da cuenta de que los padres de Diletta están a punto de entrar en la habitación.
– ¡Oh no, chicas! Se supone que teníamos que montar guardia.
– ¡No te preocupes! -Olly se pone la mano abierta cerca de la boca, más borde que de costumbre a propósito-. ¡Filippo lo tiene todo pensado!
Luego toca a la monja, se echa a reír y sale corriendo del hospital, seguida por sus amigas.
Y llegan otros días. Ahora más tranquilos.
– ¿Estáis todas en casa? Pero esta noche salimos, ¿no? Venga, que hay una fiesta en el Goa, una pasada, con el DJ Coko. Y otros ingleses además, que se van alternando en las consolas.
– Olly, no falta nada para la Selectividad, tenemos que estudiar, y tú también deberías.
– Pero, Niki, estamos perdiendo los mejores años de nuestra vida.
– Espera, ¿quién dijo eso?
– Zero.
– ¿Seguro?
– No. Renato…
– Sí, vete a cantárselo a mis padres y ya veremos qué te responden.