Ciento siete

El día después. El más difícil.

Alessandro está en una esquina, debajo de la casa de Niki. Envía un mensaje con el móvil y espera la respuesta. Al cabo de unos segundos, veloz como siempre, llega. Poco después la ve salir de casa por el espejo retrovisor. Mira a su alrededor, derecha, izquierda, entonces Niki ve el coche de Alessandro y corre hacia él, alegre como siempre. Quizá más. A Alessandro se le encoge el corazón. Cierra los ojos. Y cuando los vuelve a abrir, Niki ya está allí. Abre la puerta y se tira dentro del Mercedes.

– ¡Hola! -Y se abalanza sobre él, lo sacude con su entusiasmo, lo besa.

Alessandro sonríe. Pero es una sonrisa diferente a la normal. Calmada. Tranquila. Para no perder el control de la situación.

– ¿Dónde te metiste ayer? Te estuve buscando todo el día. Tenías el móvil apagado.

Alessandro evita mirarla.

– No tienes idea del trabajo que tuve. El móvil estaba descargado, se apagó solo y yo ni siquiera me di cuenta… -Entonces la mira. Intenta sonreír de nuevo, pero algo va mal.

Niki se da cuenta. Se aparta de él. Se acomoda en su asiento. Repentinamente seria.

– ¿Qué sucede, Alex?

– Nada, no pasa nada. He estado pensando en nuestra historia. Desde que nos conocimos hasta hoy.

– ¿Y ha habido algo que no ha estado bien? ¿No te has sentido bien? Dime en qué me he equivocado.

– Tú no te has equivocado en nada.

– ¿Y entonces…?

– La que está equivocada es la situación.

– Pero siempre me sales con ese problema de edad, de la diferencia… Ya sabía que antes o después me saldrías con eso. De modo que vengo preparada. -Niki se saca un folio del bolsillo de los pantalones-. Bien… Puesto que la lista en la que los hombres eran bastante mayores que ellas no te bastó, te he traído otra de nombres de parejas en las que los hombres tienen bastantes años menos que sus mujeres. Aquí está… Melanie Griffith y Antonio Banderas, Joan Collins y Percy Gibson, Madonna y Guy Ritchie, Demi Moore y Ashton Kutcher, Gwyneth Paltrow y Chris Martin… y les va bien, a todos… A nadie le parece que haya nada equivocado en ello.

– Puede que sea yo el equivocado.

– Pero ¿equivocado en qué? ¿Tienes miedo de que esto no funcione? Pues entonces intentémoslo, ¿no? En realidad, ya lo estamos intentando. ¡No seas gafe! Tú mismo lo has dicho un millón de veces… sólo viviendo lo sabremos. ¿Qué te pasa, reniegas de tu Lucio?

Alessandro sonríe.

– No, Niki, eso nunca, pero es sólo una canción.

– Y entonces, ¿qué?

– Que en cambio esto es la vida.

– Que puede ser más bella que una canción.

– Cuando se tienen dieciocho años.

– Mira que llegas a ser pesado.

– No, Niki, en serio. Me he pasado la noche pensando. No puede salir bien. Ya te lo he dicho, no me lo pongas más difícil.

Niki se queda callada, lo mira.

– Te he demostrado amor, me la he jugado, por todo y contra todos. No puedes decirme esto. No te estás comportando bien. Las cosas se acaban cuando hay una razón para que se acaben, un motivo válido. ¿Tú tienes un motivo válido?

Alessandro la mira. Querría decirle algo más. Pero es incapaz.

– No, no tengo un motivo válido. Pero tampoco tengo ninguno para seguir contigo.

Silencio. Niki lo mira. Es como si de repente el mundo se le hubiese desplomado encima.

– ¿En serio? ¿En serio no tienes ninguno?

Alessandro se queda en silencio.

– Entonces ése es el motivo más válido de todos.

Niki se baja del Mercedes, se aleja sin darse la vuelta y desaparece de repente, del mismo modo que había aparecido. Silencio. Un poco de silencio. Y esa molestia. El no habérselo dicho. Y ese silencio es entonces como un bramido. Alessandro arranca y se va.

Niki sigue caminando. Pero se siente morir. No logra refrenar las lágrimas que empiezan a escapársele veloces. Le gustaría no sollozar, pero no puede evitarlo. No lo consigue. Y la calle parece silenciosa. Todo parece silencioso. Demasiado silencioso. Una parte de su corazón se ha apagado. Un vacío enorme se abre de repente en su interior. Y ecos lejanos de su voz, sus carcajadas, sus palabras alegres y momentos y pasiones y deseo y sueño. Plaf. Todo se ha desvanecido en un instante. Nada más. Sólo una frase: «No tengo un motivo válido para seguir contigo.» Pumba. Un pato al amanecer y un disparo de fusil. Un cristal esmerilado y una pedrada repentina. Un niño en bicicleta que cae con las manos por delante y se las lastima. Dolor. Eso es. Por su culpa. Por querer estar al lado del contable de los sentimientos, el contable del amor, el hábil comerciante que logra hacerte ahorrar una sonrisa. Qué tristeza. ¿Era así el hombre al que yo amaba? Niki llega a su portal. Lo abre y entra. Camina por el pasillo como una zombi joven sin vida.

Simona sale de la cocina. Está llevando la fuente de la pasta a la mesa.

– Ah, aquí estás, ¿dónde te habías metido? Venga, ven, que vamos a comer, estamos todos ya sentados a la mesa.

– Perdona, mamá, me duele el estómago… -Y se mete en su habitación, cierra la puerta y se echa en la cama. Se abraza a la almohada. Llora. Por suerte, su madre la ha visto sólo de espaldas, de otro modo se hubiese dado cuenta de inmediato de cuál era su verdadero problema. Mal de amores. Y no se cura fácilmente. No existen medicinas. Ni remedios. No se sabe cuándo pasará. Ni siquiera se sabe cuánto duele. Sólo el tiempo lo cura. Mucho tiempo. Porque cuanto mayor ha sido la grandeza de un amor, tanto más largo resulta el sufrimiento cuando éste se acaba. Es como en las matemáticas: se trata de magnitudes directamente proporcionales. Matemática sentimental. Y, por desgracia, en esa materia, Niki podría sacar ahora un diez.

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