Ciento veintitrés

Niki mete las llaves en la cerradura de casa. Roberto y Simona oyen ese sonido familiar. Están sonrientes y felices, curiosos y divertidos con todas las historias, los lugares, las anécdotas, las aventuras de su joven hija que acaba de llegar a la mayoría de edad. Guapa, morena, un poco más delgada… pero sobre todo increíblemente crecida.

– Y después, ¿sabéis lo que hizo Olly? Bebió como una loca en una fiesta que había en la playa, una rave que duró hasta por la mañana. Y tuvo que tomar algo, porque estuvo mala dos días. No se acordaba de nada. Ni siquiera de quiénes éramos nosotras.

Roberto y Simona escuchan casi aterrorizados esas palabras, haciendo como si nada, intentando incluso divertirse.

– Y Erica tuvo una historia con un alemán, una especie de Hulk en rubio. Dice que le gustaría ir a Mónaco el sábado y el domingo. En cambio Diletta no sé cuántas veces pidió a sus padres que le recargaran el móvil para llamar a Filippo. Y cuando no tenía cobertura o se había quedado sin saldo, hacía unas colas interminables para llamar desde un fijo. Un primer amor de dependencia absoluta. ¡Os lo juro, nos daba la paliza cada día contándonos todo lo que se habían dicho, los mensajes que le había mandado, los que había recibido! ¡Una neverending story!

Simona la mira.

– ¿Y tú?

– ¿Yo? Bueno yo me he divertido, lo he pasado bien, muy bien. Tranquila. Mamá, mira lo que me he comprado.

Niki se va hasta su mochila y saca una camisa blanca, toda arrugada, con el cuello en V y unas piedras cosidas en el escote. Se la pone por delante.

– ¿Os gusta? No me costó muy cara.

– ¡Sí, es bonita! -Pero Simona apenas tiene tiempo de acabar la frase, pues ya Niki ha salido corriendo hacia la mochila de nuevo.

– Esto os lo he traído a vosotros: un pareo para mamá, y para ti, papá, esta bolsa azul. ¡Son unas sandalias de cuero!

Roberto las coge.

– Son preciosas, gracias. ¿De qué número son?

Niki lo mira contrariada.

– ¡Del tuyo, papá, el cuarenta y tres!

– Vale, es que me parecían pequeñas.

Simona se levanta y va hacia el cajón.

– También nosotros tenemos una cosa para ti. -Saca el sobre de Alessandro.

Niki lo coge y de inmediato reconoce la letra.

– Disculpadme. -Se va a su habitación, cierra la puerta y se sienta en la cama. Da vueltas al sobre entre sus manos. Decide no pensarlo más y lo abre.

«Hola, dulce chica de los jazmines…» Y sigue leyendo, sonriendo, conmoviéndose a veces, soltando una carcajada en algún pasaje. Lee, sonríe. Recuerda cosas, lugares, frases. Recuerda besos y sabores. Y muchas cosas más. Y al final de la carta no tiene dudas. Sale de la habitación, regresa al salón con sus padres. Roberto y Simona están sentados en el sofá, intentando distraerse de algún modo. Simona hojea una revista, Roberto está mirando las costuras de las sandalias, las estudia con tanta atención que en algún momento parece que tenga ganas de montar una empresa para fabricarlas. Simona la ve llegar. Cierra la revista e intenta aparentar calma, como si esa carta no le importase lo más mínimo. Pero se muere de curiosidad, se muere de verdad, pagaría lo que fuese por saber qué es lo que hay escrito en ella. No obstante, esboza una ligera sonrisa a fin de no resultar agobiante.

– ¿Todo bien, Niki?

– Sí, mamá. -Niki se sienta delante de ellos-. Papá, mamá, tengo que hablar con vosotros…

Y empieza a hacerlo. Y casi ni se detiene. Sus padres escuchan en silencio esa especie de río desbordado, todas las razones por las que no pueden de ningún modo oponerse.

– Ya está. He acabado. ¿Qué os parece?

Roberto mira a Simona.

– Ya te dije que teníamos que haber abierto esa carta…

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