Setenta y dos

Habitación añil. Ella.

«Entonces comprendió con extrema lucidez lo desesperada que era su situación. Sintió que se encontraba en el centro del Valle de las Tinieblas y que toda su vida se desvanecía. Se dio cuenta de que dormía mucho y de que siempre tenía sueño… Miró en la habitación. Al pensar en las maletas, se sumió en el desasosiego. Decidió dejarlas para el último momento.»

Ya. Las maletas. También yo tendría que salir a comprarme una bolsa. El momento de la partida se acerca. Pero antes de llenar la mochila y la bolsa, debería decidirme a deshacerme de algo más. Algo que a lo mejor no se ve, que no se toca, pero se recuerda. Mira por la ventana. Hace sol y ha quedado en el centro para ir a comprar las últimas cosas que faltan.

«¿Dónde estaba? Le pareció que en un faro. Sin embargo, era su cerebro, del que emanaba una luz blanca, cegadora, que cada vez giraba más de prisa… Fue lo único que alcanzó a comprender. En el instante en que supo, dejó de saber.»

Sonríe. Alegría y dolor. No hay nada que hacer. El amor que lo elevó hasta las estrellas es el mismo que lo hizo caer. Qué bonito. Y qué feo. Pero yo volví a levantarme. Estoy a punto de partir de nuevo. Lo conseguí. Y un día me gustaría darle las gracias a este tal Stefano.

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