Casi un mes después.
Los padres de Niki están parados en un semáforo. En el coche. Los dos con la boca abierta. Los dos mudos a causa de la impresión. En la plaza hay una serie de carteles gigantescos. Y en todos aparece Niki. Niki que duerme boca abajo. Niki que duerme con el culo en pompa, con un brazo por el suelo y, por fin, Niki recién despertada, con el pelo un poco revuelto y un paquete en la mano. Sonríe. «¿Quieres soñar? Coge LaLuna.»
Roberto se vuelve estupefacto todavía hacia Simona.
– Pero ¿cuándo ha hecho Niki la publicidad de esos caramelos?
Simona intenta tranquilizar a Roberto. Sea como sea, tiene que darle a entender que Niki y ella siempre se lo cuentan todo.
– Sí, sí, algo me dijo… pero ¡no pensé que fuese algo tan importante!
El padre de Niki arranca de nuevo, pero no parece muy convencido.
– Vale, pero las fotos son extrañas… quiero decir, que no parecen de estudio, más bien parecen… robadas. Eso mismo. Como si se las hubiesen hecho en casa de alguien. Vaya, que la han estudiado bien. Parece que esté dormida de verdad, ¿te das cuenta? Y que después se acabe de despertar. Cómo te lo diría… Es la misma cara que llevo viendo desde hace dieciocho años, todos los domingos por la mañana…
Simona suspira.
– Ya. Son muy buenos.
Luego Roberto la mira un poco más convencido y feliz.
– ¿Tú crees que a Niki le habrán pagado bien por este anuncio?
– Sí, creo que sí.
– Cómo que crees que sí. ¿No habéis hablado de ese tema?
– Pero, cariño, no hay que agobiarla. Si no, después no me explica nada.
– Ah, ya… Tienes razón…
Al llegar a casa les espera una sorpresa aún mayor. Alessandro está allí. Los está esperando. Simona lo reconoce e intenta preparar a su marido de alguna manera.
– Cariño…
– ¿Qué ocurre, tesoro, se nos ha olvidado la leche?
– No. ¿Ves a ese chico? -Y señala a Alessandro.
– Sí. ¿Qué?
– Es el falso agente de seguros del que te hablé. Y, sobre todo, en estos momentos es la persona más importante para Niki.
– ¡¿Ése?! -Roberto aparca.
– Sí, puede que te niegues a admitirlo, pero tiene su atractivo…
– Bueno, digamos que lo oculta muy bien.
– Muy gracioso. Deja que hable yo, dado que ya nos conocemos. Espérame arriba.
Roberto echa el freno de mano, apaga el motor.
– Por supuesto. Pero esto no irá a acabar como en El graduado, ¿no?
– ¡Idiota!
Simona le da un manotazo y lo empuja fuera del coche. Roberto se baja, camina con Simona y llegan ante Alessandro. Roberto lo ignora, pasa de largo y sube a su casa. Simona, en cambio, se detiene frente a él.
– Ya lo entiendo. Lo ha pensado mejor y quiere que haga alguna otra extraña inversión…
Alessandro sonríe.
– No. Quería pedirle una cosa. Sé que Niki vuelve mañana. ¿Le podría dar esto?
Alessandro le da un sobre. Simona lo coge, lo mira y se queda un instante pensativa.
– ¿Le hará daño?
Alessandro se queda en silencio. Después sonríe.
– Espero que no. Me gustaría que le hiciese sonreír.
– A mí también. Y cómo. Y aún más le gustaría a mi marido. -Y después se va sin despedirse.
Alessandro vuelve a montarse en su Mercedes y se aleja.
Simona entra en casa. Roberto se le acerca de inmediato.
– ¿Y bien, qué quería?
– Me ha dado esto. -Deja el sobre cerrado encima de la mesa.
Roberto lo coge. Intenta ver algo a contraluz.
– No se lee nada. -Luego mira a su mujer-. Lo voy a abrir.
– Ni se te ocurra, Roberto.
– Venga, pon agua a hervir.
Simona lo mira sorprendida.
– ¿Ya tienes hambre? ¿Quieres cenar…? Si sólo son las siete y media.
– No, quiero abrir el sobre con el vapor.
– Pero ¿tú dónde lees esas cosas?
– En Diabolik, desde siempre.
– Entonces, a saber la de cartas que me habrás abierto.
– Puede que una, pero no estábamos casados.
– ¡Te odio! ¿Y de quién era?
– Bah, de nadie. Era una factura.
– ¡Espero que por lo menos la pagases tú!
– No, era la factura de un regalo para mí…
– ¡Te odio el doble!
Roberto mira de nuevo el sobre. Le da vueltas entre sus manos.
– Oye, yo lo abro.
– ¡De ninguna manera! Tu hija no te lo iba a perdonar nunca. Jamás volvería a tener confianza en ti.
– Sí, pero la tendría en ti, que me lo habías prohibido. Yo le digo que tú no querías que lo abriese, que hemos discutido un montón… ¡y tú ganas aún más puntos! Podemos hacer como los policías americanos en los interrogatorios, tú de poli buena y yo soy el malo. Y así nos enteramos de qué es lo que tiene que decirle ese…
Simona le arranca a Roberto el sobre de las manos.
– No, tu hija acaba de cumplir dieciocho años, ya es mayor de edad. Salió por esa puerta y volverá a entrar todas las veces que quiera. Pero es su vida. Con sus sonrisas. Sus dolores. Sus sueños. Sus ilusiones. Sus llantos. Y sus momentos felices.
– Ya lo sé, sólo me gustaría saber si en esa carta hay algo que pueda causarle daño…
Simona coge el sobre y lo guarda en un cajón.
– Lo abrirá ella cuando vuelva, y le gustará saber que la hemos respetado. Y a lo mejor también se alegra al leerla. Al menos eso espero. Ahora me voy a preparar la cena… -Simona se va a la cocina.
Roberto se sienta en el sofá. Enciende el televisor.
– Ya lo sé -le grita desde el salón-. Es ese «al menos eso espero» tuyo lo que me preocupa.