Ciento veinticuatro

De rodillas, debajo del lavamanos blanco, con las manos en las frías baldosas del baño. Hace calor. Se seca con la manga del mono la frente perlada de sudor. Entonces la ve. Un par de zapatillas All Stars se detienen a pocos pasos de él. El joven fontanero se aparta de debajo del sifón, y Olly le sonríe.

– ¿Quieres agua? ¿Coca-Cola? ¿Café? ¿Té? -Le gustaría hacer como Tess McGill, la joven y combativa secretaria de Katharine Parker en la película Armas de mujer y añadir «¿A mí?», pero le parece fuera de lugar. El joven fontanero se sienta en el suelo, se apoya en el lavamanos y sonríe.

– Una Coca, gracias. -La mira mientras sale. Lleva una falda corta, una camiseta corta, calcetines cortos. Todo corto menos sus piernas. Larguísimas. Y además es amable. Por qué iba a molestarse una como ella en venir aquí a preguntarle a un tipo como yo si quiere beber algo.

Olly regresa.

– Toma, te he puesto también una rodaja de limón. La he cortado con mi navaja sarda… -Olly se la enseña-. ¿Te gusta? Es un modelo de arresoja, superafilada, las hace un artesano de Fluminimaggiore, en Cerdeña. Es un puntazo.

El joven fontanero la coge y la mira. Olly prosigue con su descripción.

– ¿Lo ves? En la hoja tiene una incrustación con una águila y el mango es de cuerno de ciervo.

El joven fontanero la abre.

– Bonita. -Y da un trago a su Coca-Cola. Tiene sed de verdad. Allí debajo hace un calor de mil demonios.

Olly se sienta en el borde de la bañera. Cruza las piernas, una rodilla sobre la otra, así no se le ven las bragas. El joven fontanero la mira. Por un momento lo piensa y se pone nervioso. Pero sólo por un momento.

– Gracias.

– De nada. Oye, antes siempre venía otro a arreglar este tipo de cosas de fontanería. ¿Cómo es que has venido tú? No es que me moleste, ¿eh?, es sólo por saberlo.

El joven fontanero continúa aflojando el tubo bajo el lavamanos y sin dejar de trabajar habla.

– El que venía siempre es mi hermano. Ahora trabajamos juntos. Pero hace poco. Bueno, ya casi he acabado.

Olly sonríe y cruza de nuevo las piernas.

– ¡Oye, que yo no pretendía meterte prisa!

– Ya está. -El joven fontanero saca el tubo y lo vacía en una cubeta, sale un poco de agua y un montón de pelos. Tin. Un ruido sordo en el plástico azul.

– ¿Has visto? Lo conseguí. Tu anillo no se ha perdido.

El joven fontanero se lo da a Olly, que se lo pasa de una mano a la otra sonriendo. Mientras tanto, él vuelve a montar el tubo y lo aprieta fuerte con una llave inglesa.

– Ya está. -Sale todo sudado de debajo-. ¿Has visto? -Mira su reloj-. Veinte minutos. No he tardado mucho…

– Ya te digo. ¡Ha sido cosa de magia! Yo ya lo daba por perdido.

El joven fontanero la mira. Entonces se agacha y gira la llave que hay debajo del lavamanos para abrir el agua. Y decide lanzarse. De todos modos, allí debajo del lavamanos, ella no le puede ver la cara. Lo más que puede hacer es no responder.

– Hubieses tenido problemas con tu novio, ¿eh?

– ¡Para nada! Si acaso con mi madre. Me lo regaló ella por la Selectividad… Es que saqué un notable que nadie esperaba… Sobre todo ella. Y esa vez decidió darme un premio. Si lo pierdo se me cae el pelo. Ya me parece oírla. «¡Olimpia, no sientes respeto por nada ni por nadie, todo lo pierdes! ¿Sabes lo que me ha costado hacer que te hagan ese anillo a medida, encontrar algo que te gustase?»

El joven fontanero sonríe y mira el anillo.

– Bueno, la verdad es que es muy bonito.

– Es idéntico al que llevaba Paris Hilton en la última foto en la que aparecía con su novio. Pero ¡yo creo que mi madre ha escatimado, de modo que no creo que éstos sean diamantes de verdad como los del original!

– Pero está bien por su parte que lo haya pensado.

– Sí.

El joven fontanero se echa a la espalda la caja de las herramientas y se dirige hacia la puerta. Olly lo acompaña.

– Bueno, gracias por todo -le dice mostrándole de nuevo el anillo.

– No hay de qué, gracias a ti por la Coca-Cola.

– ¿Estás de broma? Sólo faltaría. -Olly se detiene y se golpea con la palma de la mano en la frente-. ¡Demonios, te juro que se me había ido por completo de la cabeza! ¿Cuánto te debo?

Él se queda pensativo un momento. Sólo un momento. Niega con la cabeza.

– Bah, no es nada, está bien así. Sólo he tardado veinte minutos.

– ¿Estás de coña? Ni hablar. Tu hermano pedía cien euros sólo por la llamada. Mira que si no, no te vuelvo a llamar y hablo sólo con él.

El chico se mete las manos en los bolsillos.

– Ok, pero sólo cincuenta euros. -Y saca una tarjeta de visita-. Pero me tienes que prometer que sólo me llamarás a mí y no a mi hermano. Sólo yo te hago descuento. ¿Prometido?

Olly mira la tarjeta. El apellido delante del nombre. Sabatini Mauro. Tiene un fontanero como de dibujos animados. Olly consigue contener la risa.

– Eres más simpático que tu hermano. Pero no se lo digas, ¿eh?

Justo en ese momento, aparece la madre de Olly en la puerta. Al verla con ese muchacho, vestido con un mono y con una caja de herramientas, la mira preocupada.

– ¿Qué sucede, Olly?

– Nada, mami, ¿por qué siempre tienes que estar preocupada? Ha venido a saludarme un amigo, no nos veíamos desde antes de las vacaciones… -Olly le guiña un ojo a Mauro.

– Buenos días, señora.

– Buenos días, disculpe, pensaba que, no, nada, no pensaba nada.

– Mamá, le estaba enseñando el anillo que me regalaste y le ha gustado muchísimo.

Mauro sonríe.

– Sí, es de muy buen gusto. Se parece un poco al de la señorita Hilton.

La madre mueve la cabeza.

– Es que es el de la Hilton. -Y entra en casa con la compra.

– Adiós, hasta otra -dice Olly, y se acerca a él, besándolo en una mejilla. Mauro se queda perplejo un instante-. Es que no estoy segura de que mi madre no esté vigilando. -Se le acerca al oído y le dice en voz baja-. A lo mejor podemos llamarnos, de lo contrario se dará cuenta de que estaba mintiendo.

Mauro le sonríe.

– Sí, para que no se entere…

Olly se va a la cocina. La madre está colocando la compra.

– Toma, mete esto ahí debajo. -La madre le pasa varios productos de limpieza-. Te he traído el yogur que querías.

– Gracias.

La madre acaba de vaciar las bolsas.

– Es gracioso, ¿sabes? Tu amigo se parece un montón al fontanero que llamamos siempre. Por un momento, pensé que se habría roto el baño o que habrías hecho cualquier otro desastre.

– Para nada. De todas maneras, es verdad que se parece. Yo también lo había pensado. -Mira de nuevo su anillo-. Gracias, mamá. ¡De veras que es precioso!

– Me alegro de que te guste. -Se abrazan. La madre la coge y la estrecha un momento entre sus brazos, mirándola-. Esperemos que no lo pierdas, como todo lo demás.

Olly se apoya en su pecho como no lo hacía en mucho tiempo.

– No, mamá, puedes estar tranquila. -Y mira el anillo todavía mojado.


«Noticiario radiofónico. Buenas tardes. Esta mañana, la policía ha conseguido desarticular una importante red de tráfico de drogas. Al sospechar del continuo ir y venir de la casa de una pareja de ancianos, han irrumpido en la vivienda de madrugada. El señor Aldo Manetti y su mujer María han sido hallados en posesión de más de quince kilogramos de cocaína. El matrimonio ha sido arrestado. Desde hace años distribuían droga a los barrios de Trieste y Nomentano, así como también a varios suburbios del Salario. Fútbol. Una nueva adquisición para el…»


Ella fuera de la habitación color añil. Ha llegado el momento de devolverlo. La curiosidad es demasiada. Y en el fondo también se trata de una buena acción… La chica pone el intermitente. La calle está poco iluminada, pero logra ver el nombre en la pared. Via Antonelli. Sí, tiene que ser por aquí. Sigue conduciendo. Del pequeño reproductor de CD del minicoche salen palabras buenas, apropiadas para el momento. «La especialidad del día la sonrisa que me das. En un mundo sin salida se distingue siempre más. Deja ver el lado oscuro de la grande hipocresía que trepa por el muro como el final…» Sonríe y se mira un momento. Sí, ese vestido la favorece de verdad. El gris y el azul siempre le han quedado bien. Un stop. Gira a la derecha. «Yo que estaba tan perdido en la cotidianidad, como un faro encendido me has venido a iluminar.» Muy bien, Eros. Debería de estar cerca. ¿Dónde estará ese dichoso lugar? Esperemos que haya alguien todavía; son las ocho. Maldita sea, siempre tengo que llegar tarde. Se mete por una calle de edificios del siglo xix. Aminora y empieza a mirar los números. Cincuenta. Cincuenta y dos. Cincuenta y cuatro. Ahí está. Cincuenta y seis. Se detiene y aparca un poco de través. De todos modos, el minicoche es pequeño, es como tener un Smart. Antes de sacar las llaves, las últimas palabras de la canción. «Solamente tú sabes ver mi corazón, solamente tú que das inicio ahora ya… a una nueva edad.» Una nueva edad. Sí, así es como me siento, Eros.

Se baja, deja a la vista la tarjeta horaria y cierra el minicoche. Se sube a la acera y se acerca a los timbres. Lee los nombres. Giorgetti. Danili. Benatti… Ahí está. Y llama. Mientras espera, el corazón le late con fuerza.

– Sí, ¿quién es? -Una voz gritona la sorprende. Se acerca al timbre e inclina la cabeza.

– Sí, soy yo. Quiero decir… estoy buscando al señor Stefano si está.

– Sí, acaba de salir de la oficina. Debe de estar bajando. Si espera, se encontrarán ahí abajo. -Y cuelga el interfono.

Ah. Bien. Ni siquiera tengo que subir. Así que él baja. Y me encuentra aquí. ¡Y ni siquiera sabe quién soy! ¿Qué le digo? ¿Cómo me pongo? ¿Las piernas rectas y rígidas? ¿O mejor me apoyo en el coche, como posando? ¿Y si sostengo la bolsa con las dos manos frente a mí, en plan «aquí tienes tu paquete»? No, será mejor que… Pero no le da tiempo a acabar. Un chico no muy alto, con una chaqueta ligera de lino abre la puerta del portal y la cierra a sus espaldas. Entonces levanta la cabeza y ve a una chica con un vestido corto muy bonito, gris y azul, que está mirando hacia el cielo. Parece que hable sola. Stefano hace una graciosa mueca de sorpresa. Está a punto de irse. Ella se da la vuelta de repente. Lo ve. Silencio.

– ¡Eh, perdona!

Stefano se vuelve.

– ¿Sí? ¿Hablas conmigo?

– ¡Si sólo estás tú! ¿Por casualidad eres Stefano?

– Sí, ¿por qué?

– ¡Esto es tuyo! -Y le tiende el ordenador en su funda.

– ¿Mío? ¿Qué es? -Stefano se le acerca, coge la funda y la abre, sosteniéndola sobre su rodilla levantada. La cara le cambia de golpe-. ¡No! ¡No me lo puedo creer! ¡Es mi portátil! ¡No te haces idea! ¡Lo tenía todo dentro, un montón de cosas que no había salvado! He tenido que matarme a trabajar, y algunas cosas incluso las he vuelto a escribir de nuevo. Pero ¡lo perdí hace tiempo! ¡Vaya, no es que lo perdiera, más bien me lo pisparon!

– Pues claro, si lo dejas encima de un contenedor, ¿qué esperas? ¡¿Que te lo devuelvan los de la limpieza o un gato vagabundo?!

Stefano la mira.

– ¿Quién eres, cómo lo has hecho?

– El gato. Yo soy el gato que esa noche pasó por allí y se lo encontró. Después lo encendí. Ni siquiera le habías puesto contraseña de acceso. ¡Qué tonto! Así todo el mundo puede leer lo que hay. ¡Eso es peligrosísimo!

– ¡Nunca la pongo, porque como soy tan distraído se me olvida siempre!

– Yo te doy una muy fácil: ¡Erica!

– ¿Erica?

– Sí, mucho gusto. -Y le tiende la mano riéndose-. ¡No se te puede olvidar! ¡Es el nombre de tu ángel de la guarda!

Stefano sigue sorprendido, pero al final sonríe.

– Oye -continúa Erica-, ¿qué pensabas hacer ahora? Son casi las nueve. Caramba, tú sí que trabajas, ¿eh?

– Sí, últimamente me han dado un montón de trabajo en la editorial. ¿Que qué pensaba hacer? Me voy a comer algo, como todo el mundo. ¡Me muero de hambre!

– ¡Yo también!

Silencio.

– Bueno, si estás casado, prometido, blindado, pillado, pescado o similar, dímelo. Lo entenderé. Puede ser también que pienses que soy una maníaca y que te violaré en cuanto doblemos la esquina. También en ese caso te entenderé.

Más silencio.

– Todo te lo dices tú, ¿eh? Qué va. ¿Blindado de qué? ¡¿Quién iba a quererme?! -Y se ríe. Con una sonrisa que Erica nunca ha visto. Una sonrisa de luna lejana, de mar que va y viene, de todas esas palabras que ha leído de él en las semanas precedentes. Una sonrisa hermosa-. En realidad, estoy en deuda contigo. Tienes razón. ¿Cenamos juntos? ¿Te apetece una pizza? ¡No puedo permitirme más!

– ¡Sí! ¿Y si te violo?

– Bueno, todas las mañanas hago… ¡abdominales! ¡¿Crees que pondré defenderme?!

Erica se echa a reír.

– ¿Vas a pie?

– No, tengo un minicoche.

– Déjalo aquí, es una zona tranquila. ¿Te apetece caminar? La noche es apacible y hay una buena pizzería aquí cerca.

– Ok. -Y se alejan.

– Mira qué bonita, la iba escuchando antes, mientras venía hacia aquí…

Erica le pasa los auriculares de su iPod. Stefano se lo pone con un poco de trabajo. Entonces empieza a caminar al ritmo de la música.

– Eh, no está nada mal, en serio. Yo siempre escucho música clásica, ¿sabes?

– ¿De veras? Me gustaría aprender a escucharla, me parece tan…

– ¿Antigua?

– No, antigua no, no sé, extraña… ¡Difícil! O sea, a lo mejor, no sé, me cuesta entenderla.

Stefano sonríe.

– Estoy seguro de que no te iba a costar tanto… ¿Y estos que estoy escuchando quiénes son?

– Los Dire Straits… Money For Nothing…

– Ah, sí, los conozco.

Y ella sonríe. Y también él, mientras empieza Sultans Of Swing. Y siguen. Como cada primera vez. Y el mundo parece detenerse a su alrededor para dejarlos pasar, para verlos alejarse juntos, hacia una cena simple que de todos modos está llena de cosas nuevas que contar.


«Y ahora una noticia del mundo del espectáculo. Ayer se estrenó en varios cines la nueva película del director Piero Caminetti. Al acabar la proyección, en la sala principal del cine Adriano, en la que se hallaban presentes también los actores, el público silbó durante largo rato a la protagonista, la joven actriz debutante Paola Pelliccia. Su interpretación ha sido calificada de poco creíble y absolutamente inadecuada para el papel. Mucho mejor parado salió el protagonista, el personaje principal, interpretado por el conocido actor…»


La misma ciudad. Un poco más allá y un poco más tarde. Fuera, los coches pasan veloces. Pero el ruido del tráfico apenas se oye. O al menos ella no lo oye. De los altavoces llega con el volumen justo una canción. «… Know no fear will still be here tomorrow, bend my ear I'm not gonna go away. You are love so why do you shed a tear, know no fear you will see heaven from here…» No la conocía. Pero es bonita. Sí, no voy a tener miedo, porque tú seguirás aquí mañana. No tengas miedo, verás el paraíso desde aquí. Él la coge de la mano.

– ¿Tus padres no están?

– No, el domingo por la noche siempre se van a cenar y después al cine.

– ¿Hermanos o hermanas?

– No.

– ¿Han salido también?

– Hijo único. -Y le aprieta la mano con delicadeza-. Ven. Te lo enseño. -Abre una puerta de madera de nogal y una sala grande, luminosa y llena de libros la acoge. No le da tiempo a preguntar «¿Lees mucho?», porque de todos modos le regala una respuesta aún más importante. Un beso largo, intenso, profundo la rapta. Y esa habitación parece un mar que se balancea en verano, parece un cielo que observa a dos nubes blancas que se persiguen. Robbie Williams llega desde el salón… y parece el viento cuando habla a los árboles y los mueve, y les habla de lugares lejanos, apenas visitados… «We are love don't let it fall on deafears. Now it's clear, we have seen heaven from here…» El paraíso es una simple habitación de un chico que juega a baloncesto y todas las mañanas tiene un detalle agradable con ella, un detalle con sabor a cereales y frutas del bosque. El paraíso es una colcha azul fina de una cama que la acoge como un pétalo que cae en las olas. Y ella se siente llevar, suave y un poco asustada, pero feliz de estar allí, de haber aceptado ese viaje que están a punto de emprender juntos. Sin partir. Sin maletas. Sin mapas ni planos. Porque en el amor los caminos y el paisaje se descubren cada vez. Porque nadie te los enseña. O quizá sí. Y su respiración te guía. Te dice dónde girar. Dónde aminorar. Dónde detenerse… Y partir de nuevo sin miedo. Filippo la mira así, tumbada, tan hermosa. Y le parece que nunca ha visto salir tanta luz de sólo dos ojos. Le parece que de repente la vida tiene sentido y que todo cuanto ha hecho hasta hoy ha servido precisamente para llegar hasta allí. A ese nuevo paraíso, destino: felicidad. Esa habitación. Se acerca despacio y la acaricia y siente que su respiración se hace más lenta y profunda, asustada, pequeña ola perdida en ese mar en el que están a punto de entrar.

– Yo… nunca lo he hecho… -le susurra ella al oído.

– Yo tampoco.

– ¿Es tu primera vez?

– Sí… contigo. -Y puede que sea verdad o que no. Pero es tan hermoso creer en la felicidad. Y esa respuesta vale cien, vale mil, vale todo un pasado que ya no importa conocer. Porque cuando haces el amor con la persona a la que amas, es siempre la primera vez, es siempre una partida. Diletta lo mira y después lo abraza con todas sus fuerzas. Se siente protegida, se siente acogida y amada. Y entonces esa cama se convierte en una barca en medio de las olas. Olas tranquilas, ligeras, olas que acunan. Olas que no dan miedo. Olas que los llevan hacia una nueva isla desierta, sólo para ellos dos.


«Sucesos. El joven Gino Basanni, más conocido con el apodo de el Mochuelo, ha resultado herido de gravedad en un tiroteo. El joven había sido arrestado anteriormente por robo de coches y tráfico de estupefacientes. Esta vez intentaba dar un golpe más grande, introduciéndose…»


Más tarde. Entre la puerta y el armario hay colgada una fotografía de un enorme acantilado golpeado por el mar. Diletta la mira. Sonríe. Filippo le acaricia el cabello, lo aparta, libera su rostro dándole más luz. Y después un leve beso en la mejilla.

– Estás muy hermosa después del amor.

– Tú también. ¿Has visto?

– ¿El qué?

– Los arrecifes.

Filippo se vuelve. También él mira la foto.

– Sí, es una foto que hice cuando fui a Bretaña, el verano pasado. ¿Sabes?, la llaman el reino del viento. Se puede hacer la ruta de los faros, desde Brest hasta Ouessant, saliendo del de Trézien, en Plouarzel. Pero a mí lo que me gustó fueron los acantilados. Sólidos, fuertes, siempre soportando el azote del mar, tanto que al final acaban formando parte de él.

Otro ligero beso en aquellos labios rojos, suaves, llenos de amor todavía.

– ¿Lo has pensado alguna vez? Los arrecifes resisten las olas, la sal, el viento, pero se dejan modelar, cambian de forma, con el tiempo se vuelven lisos, van perdiendo las aristas, parecen suaves…

Diletta se apoya en él.

– Las olas y los arrecifes. Como el amor entre las personas. Uno se encuentra, se elige, se mete en mar abierto.

Filippo le coge el rostro entre las manos.

– Y tú, pequeña ola, te has hecho amar.

Se abrazan. Ella lo mira, se aprieta con fuerza a él. Y sonríe oculta entre sus brazos.

– He esperado tanto porque tenía miedo. Sentiría tanto haber sido una idiota. No hagas que tenga razón.

– Has sido inteligente al esperarme. Y al tener miedo. Pero ahora serías idiota si no disfrutases nuestra felicidad.


«Sigue el estado de pronóstico reservado del conocido cantante Fabio Fobia. Se vio involucrado en una pelea que se produjo en un local social de la Tiburtina. Al parecer, al final de su concierto, una chica del público mostró su disgusto por sus particulares e insistentes atenciones. Ello motivó una pelea entre el joven cantante y el acompañante de la chica, quien salió mucho mejor parado. Fabio Fobia continúa hospitalizado. A continuación, escucharemos una canción de su último single, que quedó finalista en el concurso de voces jóvenes de Villa Santa María, en Abruzzo: "Perdóname, a lo mejor me he equivocado, he recordado lo que me regalaste. Una sonrisa. Un beso. Un viaje nunca empezado…".»


El camarero llega con dos pizzas marineras humeantes. Ha traído ya dos jarras de cerveza bien fría. Erica lo mira.

– Tengo que confesarte una cosa.

– Dime.

– Tú escribes superbién. Me has hecho compañía en estas semanas. He leído tus cosas en el ordenador.

– ¡Venga ya! ¿De veras?

– ¿Te molesta?

– No. En el fondo, uno escribe para ser leído, antes o después. ¡Y mejor si es una extraña!

– Es curioso, porque a mí en cambio me parece que te conozco desde siempre. ¡A lo mejor es porque te he leído!

– ¿Qué es lo que te ha gustado en particular?

– Bueno, por ejemplo, muchos pasajes que tienes en esa carpeta que se llama «Martin». Es tu nombre artístico, ¿verdad? Bonito. Sí, allí has escrito cosas muy bellas… hasta me las he copiado en la agenda. Esa última frase, la que dice «Y en el instante en que supo, dejó de saber». ¡Demonios, es preciosa!

Stefano se queda callado. Mastica un poco de pizza. Pero tiene una expresión graciosa. Erica continúa.

– Había también otra carpeta, la que se llamaba «El último atardecer». Vaya, a mí me parece que ahí has dado lo mejor de ti. ¡Hay pasajes preciosos! Pero eso no lo has terminado todavía, ¿verdad?

Stefano deja de comer. Apoya el tenedor en el enorme plato blanco. Coge su jarra y toma un sorbo de cerveza. Luego se echa a reír.

– ¿Qué ocurre, qué es lo que he dicho?

– No, nada… ¡es que me hace gracia!

– ¿El qué?

– Vale. «Martin» no es mi nombre artístico. Lo puse por Martin Edén. Y lo que has leído en esa carpeta es mi traducción de la novela de Jack London que lleva ese título.

Silencio.

– Es del que nos hablaron en la escuela…

– Sí, ese mismo. Van a sacar una versión moderna, y me habían encargado la traducción y tú… Bueno, por suerte me has salvado, no lo hubiese conseguido jamás si no me hubieses devuelto el ordenador con todo el trabajo que ya tenía hecho.

– Pero ¿en serio es de Jack London?

– Y tan en serio. Tengo que traducir también la próxima novela, El vagabundo de las estrellas.

– Jo, y yo que creía que había leído Martin Edén. Lo podías haber puesto, ¿no?

Silencio.

– Entonces, ¿también la otra novela es de Jack London?

– No.

– ¿De un amigo?

– No.

– ¿De uno de los autores de la editorial?

– No. Es mía.

Silencio.

– ¿Te estás quedando conmigo?

– No, en serio, es mía. Y eres la primera persona que la lee…

– ¡Venga ya! ¡Eres muy bueno! -Y Erica golpea con las manos sobre la mesa haciendo que otros clientes de la pizzería se vuelvan-. ¡Eres genial! ¡Escribes que es una pasada! ¡Eres mi escritor favorito! -Coge la jarra y la levanta al cielo.

Stefano sonríe y hace otro tanto. Los cristales se tocan y resuenan alegres.

– ¡Por el hombre de las palabras adecuadas para mí! -Y todavía no sabe lo cierto que es ese brindis.

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