Ciento cuatro

Más tarde. Alessandro mira su reloj. Son las ocho y media de la tarde. Cómo ha volado el tiempo… Cuando estás bien, cuando eres feliz, pasa en un instante. En cambio, a veces, parece no querer saber hacerlo. Bueno, ya basta. He trabajado demasiado. Además, lo peor ya ha pasado. Hemos ganado y, sobre todo, me quedo en Roma. Alessandro recoge sus papeles, los guarda en una carpeta y los mete en su cartera. Sale de su despacho, atraviesa el pasillo. Se despide de algún colega que aún sigue trabajando.

– Adiós. Buenas noches. Felicidades, Alex.

– ¡Gracias!

Llama el ascensor. Llega, entra, aprieta el botón de bajada. Pero antes de que la puerta se cierre, una mano la bloquea.

– Yo también bajo.

Es Marcello. Entra en el ascensor y se queda a su lado.

– Hola. -Alessandro aprieta un botón y las puertas se cierran.

– Bueno, felicidades, Alex… Lo has conseguido.

– Ya. No lo esperaba.

– Oh, no sé si creérmelo… Siempre me has parecido tan seguro, ¿o es eso lo que querías hacerme creer?

Alessandro lo mira. Claro… Hay que estar siempre tranquilos, serenos, tener el control de la situación. Incluso cuando te falta el suelo bajo los pies. Le sonríe.

– A ti te toca decidirlo, Marcello.

– Esperaba esa respuesta. A veces el trabajo es como una partida de póquer. O se tienen las cartas, o se le hace creer al otro que se tienen. Lo que importa es saberse echar el farol.

– Ya, o bien estar servidos desde el principio y fingir que no se tienen buenas cartas. Pero en esta ocasión tenía un póquer.

– Sí, has tenido mucha suerte.

– No, lo siento, Marcello. Suerte es el nombre que se le da al éxito de los demás. Yo he cambiado de cartas y he ganado la partida. No he tenido suerte, lo he hecho muy bien.

– ¿Sabes?, He leído una frase muy bonita de Simón Bolívar: «El arte de vencer se aprende en las derrotas.»

– Y yo he leído una de Churchill: «El éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo.» A mí me pareces joven y bastante entusiasta todavía.

Marcello guarda silencio. Luego lo mira y sonríe.

– Tienes razón. Lo has hecho muy bien y has ganado esta partida. Pero a lo mejor yo he ganado otras. Me iré a Lugano. Además, Roma ya me ha dado cuanto podía darme. Y lo que tenía aquí estaba empezando a aburrirme.

Llegan al piso de abajo y las puertas del ascensor se abren. Alessandro extiende una mano hacia adelante, invitándolo a pasar primero.

– Qué extraño, yo, cuando pierdo a futbito, siempre pienso que son los demás los que no corren. El problema es que también los demás piensan eso mismo de mí. De modo que al final la verdad es otra. «A veces el vencedor es simplemente un soñador que nunca ha desistido.» Jim Morrison. Hasta la vista, Marcello.

Alessandro se va. Sonriente, dejándolo así, con sus años de menos y una derrota más.

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