Y cuando Niki llega al Alaska, las amigas no albergan dudas. En parte porque ella se echa a llorar. Entonces todas la abrazan. Y Olly mira a Diletta. Luego a Erica. Pero no hace comentario alguno. Cierra los ojos. Se muerde el labio. Y lamenta profundamente haber tenido razón. Y todas intentan hacerla reír y le ofrecen un helado y le hablan de otras cosas e intentan distraerla. Pero Niki se desespera. Nunca lo habría esperado. Eso no. En serio.
– Quiero decir que me lo podía imaginar todo, os lo juro, todo, pero esto no. Ha vuelto con la que estaba. O sea, se acabó.
Y esa misma tarde, Olly decide cometer una locura. En el fondo, oportunidades no le faltan.
– ¡Niki, baja! -gritan todas a la vez. Y ella, Olly, la gran organizadora, se monta en el coche y empieza a tocar el claxon como loca. «Piiipiiipiii…»
Niki se asoma a la ventana.
– Pero ¿qué ocurre? ¿Qué es este jaleo?
– ¡Venga, muévete, que te estamos esperando!
Niki ve el coche. Después a sus amigas.
– No me apetece bajar.
– No lo entiendes… Si no lo haces, subimos y te desmontamos la casa.
– ¡Sí y yo me lo monto con tu padre!
– ¡¡¡Calla, Olly!!! Ok, ya bajo. ¡Dejad de armar jaleo! -Y en un momento está abajo. Corre curiosa hacia el Bentley último modelo.
– ¿Qué estáis haciendo?
– Hemos organizado una jornada ad hoc para ti… Para nosotras, para mí… En resumen, ¡porque me apetece, vamos!
Olly empuja a Niki al coche. Y se van con la conductora, una chica de treinta años llamada Samantha, que sonríe y mete la primera.
– ¿Vamos a donde me ha dicho usted… Olly?
– Sí, gracias… -Y vuelta hacia Niki-. Vale, he estado pensando que… ¡nosotras, las Olas, no debemos permitir que ningún Alessandro ni ningún otro hombre nos haga verter una sola lágrima por él! ¿Está claro?
Y sube el volumen del CD que acaba de poner. Las Scissor Sisters inundan el coche. I don't Feel Like Dancin'. Y ellas también cantan y bailan y se ríen y arman jaleo. Arrastran a Niki, la empujan, le alborotan los cabellos, todo por hacerla reír. Incluso Samantha sonríe y se divierte con esas cuatro locas sedientas de felicidad.
– Hemos llegado.
– Bien, en marcha, chicas, bajad… La primera etapa es aquí, en el spa del Hilton. Ya está todo reservado, acordado y sobre todo pagado… ¡Venga, Olas, entrad!
Olly las empuja hacia el interior del spa, en ese extraño templo de estilo romano. Poco después, están las cuatro sólo con unas enormes toallas enrolladas a la cintura. Olly hace de guía.
– Daos cuenta… Aquí hay casi dos mil metros cuadrados de puro placer, por supuesto no del que me gustaría a mí, pero no está mal.
Y en un instante todas se dejan ir. Abandonadas en la piscina interna climatizada, mirando a través de la cúpula de cristal las nubes que pasan ligeras. Se ríen, conversan. Luego se meten debajo de una cascada sueca, y un hidromasaje y un paseo por bañeras de piedras calientes.
– ¡Y ahora a la Chocolate Therapy!
– ¿Y eso qué es?
– Eso que está tan de moda ahora.
– Hummm, me gusta el chocolate.
– ¡Pero no te lo tienes que comer! Es él el que se come tu estrés.
Erica se toca las nalgas, apretándose un poco el muslo.
– ¿Y de aquí? ¿De aquí se come algo?
– Ah, no, para eso tienes que hacer un tratamiento ayurvédico.
– ¿Qué?
– Sí, ¿qué es eso?
Olly sonríe.
– Son tratamientos que se remontan al arte hindú iniciado hace cinco mil años. Y para ese problema que tanto te preocupa, deberías hacer un garsha… Pero todavía es muy pronto, ¡no tienes ni una gota de celulitis!
– Yo creo que tú tienes alguna especie de abono en este spa. Sabes demasiado…
– ¡Qué va! Pero tengo a mi madre que lo ha probado prácticamente todo y más… con escasos resultados. Pero ¡me lo cuenta prácticamente cada día!
Y poco después, de nuevo en el coche con Samantha hacia una nueva aventura.
Aparcan a la entrada del Parque de Veio. Olly, Niki, Diletta y Erica se encaminan por un pequeño sendero hacia el verde del bosque. Entre setos de boj, pinos, palmeras. Y un prado de estilo inglés, perfectamente cuidado, con luces indirectas, ocultas y una música suave que baila entre el ligero rumor de esas plantas inclinadas por un leve viento estival.
– ¿Y aquí qué hay?
– Se llama Tête á tête.
– ¿O sea?
– Es un pequeño restaurante que tiene una mesa y una cocina exclusivas para dos personas solas.
– Pero ¡nosotras somos cuatro!
– ¡He conseguido que se saltasen un poco las normas!
Las Olas se sientan a la mesa y son recibidas por un equipo de camareros. Leen rápidamente el menú y comentan divertidas esos platos tan extraordinarios. Olly le pide un vino excelente a un maître discreto que ha aparecido de repente junto a la mesa. Y ordenan y comen con placer, navegan entre platos italianos y franceses, y algo de chino e incluso uno árabe.
– No, por favor. Eso sí que no. Yo pongo toda mi voluntad, pero es más fuerte que yo. No pidamos nada japonés, ¿vale?
Niki se echa a reír. Todas se ríen. Y un poco de ese dolor ha sido exorcizado.
– Pensad que si uno viene aquí acompañado… Bueno, después de cenar, en el parque, se puede hacer una paradita en un delicioso y romántico bungalow.
– Venga ya. ¡Guau!
– Qué fuerte.
– Yo te dejaría allí, Olly.
– Sí, para que lo desmontase…
– Yo en cambio lo alquilaría y encerraría dentro a Diletta. Después, cada día le mandaríamos a uno diferente a la hora de visita. Y hasta que no pasase algo, no la dejaríamos salir.
– Sí, una especie de prisión erótica al revés.
Diletta las mira altanera.
– De todos modos, yo resistiría.
Empiezan a llegar uno tras otro varios camareros, las invitan a levantarse y empiezan a abrazarlas. Olly, Diletta, Erica y Niki se miran anonadadas.
– Pero ¿qué pasa? ¿Qué están haciendo?
– Pues no lo sé.
– Habrán estado oyendo lo que hablábamos.
– Venga, Diletta, aprovecha.
El maítre se acerca.
– Disculpen, pero estamos promoviendo esta iniciativa: free hugs, abrazos gratis… Es una terapia contra la soledad, la melancolía, el aburrimiento, la depresión y la tristeza.
– ¿Nos está tomando el pelo?
– En absoluto. Se lanzó en setiembre, en Australia, y rápidamente se adoptó en muchas ciudades italianas, la primera fue Génova, con Rene Andreani. Nosotros somos freehuggers, abrazadores… Nos encantaría que también vosotras llevaseis adelante esta iniciativa.
Olly sonríe.
– Yo ya soy de los vuestros… Mis amigas pueden confirmarlo. Quiero decir que yo, desde siempre, he estado absolutamente convencida de la enorme fuerza de los free hugs, sí, de los abrazos gratis… Claro, que a veces también me parece más útil, cómo lo diría, no quedarse en la superficie, llegar un poco más hasta el fondo. Y, sobre todo, elegir como si dijéramos el abrazo «oportuno», pero, a fin de cuentas, eso son sólo pequeños detalles.
Y poco después están de nuevo en el Bentley para una última y divertida cita.
– No me lo creo.
– Pues no te lo creas.
– Mira eso.
Entran en una pequeña sala en el último piso del Gran Hotel Edén. Y es cierto. Vasco Rossi está allí.
– ¿Te lo crees ahora?
– Pero no es posible.
– Esto es el after show, un espacio donde relajarse después del concierto. Sólo para cincuenta personas, y nosotras estamos entre ellas.
– ¿Cómo lo has hecho, Olly?
– Conozco a uno de sus guardaespaldas. Un «abrazo libre» muy significativo.
– ¡Olly!
– Venga, chicas, que iba en broma. Vosotras tenéis una pésima opinión de mí, pero lo hago ya a propósito. Me he acostumbrado al papel. ¿Dónde está la verdad y dónde la mentira? Vete tú a saber.
Y se aleja con sus amigas, alegres, divertidas, que observan a su ídolo mientras se pasea entre las mesas, canta algún pedazo de canción, se bebe un vaso de algo y se ríe con ellas.
Vasco. Vasco que envía un mensaje desde su teléfono móvil a las estrellas, quién sabe qué palabras y para quién. Vasco, con esa voz un poco ronca, pero llena de relatos, de historias, de desilusiones, de sueños y de amor. Esa misma voz que te ha sugerido que no intentes buscarle un sentido a esta vida. Aunque sólo sea porque esta vida no tiene sentido.
Y Olly las mira desde lejos. Observa a sus amigas que conversan curiosas, hacen preguntas, no paran de hablar con él. Niki sonríe. Se arregla el pelo. Y hace otra pregunta. Finalmente está distraída, se muestra curiosa, tranquila, piensa en otra cosa. Olly sonríe. Le hace feliz que ella sea feliz. En parte porque así se siente un poco menos culpable por lo que ha hecho.