Ciento uno

Más tarde. Noche. Noche profunda. Luces apagadas. Un viento suave que viene de lejos, del mar. La luna llena ilumina la terraza. Las cortinas bailan levemente. En la penumbra de la habitación, Alessandro está despierto. Mira a Niki mientras duerme. Lleva puesta su camisa azul celeste. Qué extraña es la vida… Aquí estoy, he celebrado mis treinta y siete años con una chica que acaba de cumplir dieciocho. Estaba a punto de casarme. Y, de repente, sin ni siquiera un porqué, me quedé solo. Elena ni siquiera se ha acordado hoy de felicitarme, ni un mensaje, ni una llamada. Puede que haya optado precisamente por no felicitarme. Pero ¿por qué? ¿Por qué quiero justificarla? Tengo la impresión de que mi vida resulta incierta, caótica, con el riesgo, ¿qué digo?, la certeza casi, de pifiarla en el trabajo e ir a parar a Lugano. Y sin embargo, en este momento soy feliz.

Alessandro la mira mejor. Y mi felicidad depende de ella. De ti… Pero ¿quién eres tú? ¿Podemos ser de verdad un cuento de hadas? ¿No es más fácil que tú te acabes cansando de esto? Te quedan todavía tantas cosas por hacer que yo ya he hecho… A lo mejor te encuentras a alguien más divertido que yo. Más joven. Más simplemente estúpido. Alguien que te pueda hacer sentir de tu edad, uno que todavía tenga ganas de ir a la discoteca y bailar hasta las cuatro de la mañana, y hablar de cosas inútiles, idiotas pero livianas, hermosas, cosas que carecen de final, que no sirven para nada, que no tienen que significar algo por fuerza, pero que hacen reír tanto… Y hacen sentir tan bien. Cómo echo de menos las cosas estúpidas.

De repente, Niki se agita. Como si estuviese oyendo esos pensamientos. Se pone boca abajo y, a pesar de que sigue durmiendo, sube las piernas y las dobla. Una posición cómica, extraña, imperfecta. Y justo en ese momento, Alessandro la ve. Nítida. Clara. Perfecta. Se le acaba de ocurrir la idea. Se baja de inmediato de la cama, coge la cámara digital que le acaba de regalar Niki. Sube despacio las persianas. E, iluminada por la luna, se apodera de esa imagen. Clic. Y espera. Niki se vuelve un poco. Y otra vez clic, otra foto. Y más espera. Y silencio. Y noche. Y otro clic, y clic. Y al cabo de media hora, de nuevo clic. Foto. Una tras otra, roba esas imágenes. Las rapta. Las hace suyas. Las aprisiona en esa máquina encantada. Luego se dirige a su ordenador, las descarga, las salva. Poco después, clica sobre esas imágenes acabadas de salir, frescas todavía de creatividad. Y trabaja en ellas con el Photoshop. Y las aclara, las colorea, modifica cosas. También el cielo real de la ventana empieza a aclararse. Está rayando el alba. Alessandro continúa trabajando. Va a la cocina y se prepara un café. Después regresa a su ordenador y sigue trabajando. Son casi las nueve cuando acaba.

– Cariño, despierta.

Niki se da la vuelta en la cama. Alessandro está a su lado. Le sonríe cuando ella abre los ojos.

– Pero ¿qué hora es?

– Las nueve. Te he traído el desayuno.

Apoyado en la mesita de al lado hay un café con leche todavía humeante, un yogur, un zumo de naranja y cruasanes.

– ¡Hasta cruasanes! Eso quiere decir que tú has salido ya… ¿Cuánto hace que estás despierto?

– ¡No he dormido!

– ¿Qué? -Niki se incorpora-. ¿Y por qué, te sentías mal? ¿No estaba bueno el sashimi?

– No, todo estaba buenísimo, y tú eres hermosísima. Y, sobre todo, has estado perfecta.

Niki muerde un cruasán.

– Tú también…

– No, tú más…

– Bueno -toma un poco de zumo de naranja-, digamos que la geisha tiene el dominio de la situación en esos casos… Y te aseguro que no pretendo ser vulgar…

– Lo sé. Has estado perfecta mientras dormías.

– ¿Por qué? ¿Qué he hecho?

– Me has inspirado. Ven.

Niki termina de beber su zumo y baja de la cama. Sigue a Alessandro al salón. Y al llegar no se lo puede creer. Colgadas de la pared hay tres grandes fotos suyas, dormida en las posturas más extrañas.

– Eh…, pero ¿qué ha pasado?

Alessandro sonríe.

– Nada, eres tú mientras duermes…

– Ya lo veo, pero debía de tener una pesadilla. Me debió de sentar mal el sushi o el sashimi… Mira ésa… Estoy totalmente contorsionada. A saber lo que estaría soñando.

– No lo sé. Pero me has hecho soñar a mí. Se me ha ocurrido la idea.

Alessandro se acerca a la primera foto, en la que aparece Niki con las piernas encogidas.

– Mira, aquí tenemos a una chica que duerme de un modo extraño, que tiene malos sueños… -Alessandro se desplaza hacia la segunda foto. En ésta, Niki está torcida, un brazo le cae de la cama y toca el suelo-. Tiene pesadillas. -Alessandro pasa a la tercera foto. Niki está boca abajo, con las nalgas levantadas, las sábanas tensas-. Mejor dicho, tiene unas pesadillas espantosas…

– ¡Madre mía, aquí estaba mal en serio!

Entonces Alessandro se detiene ante la cuarta y última foto. Está vuelta contra la pared.

– ¡Y aquí está la idea! -Le da la vuelta. Niki duerme tranquila. Tiene una expresión serena, beatífica, con las manos alrededor de la almohada y una leve sonrisa, casi un pequeño gesto de satisfacción. Está preciosa. Y encima, aparece el paquete de caramelos con un enorme eslogan: «Sueñas… con LaLuna».

Alessandro la mira feliz.

– ¿Qué? ¿Te gusta? ¡Para mí es preciosa, tú eres preciosa, mejor dicho, tú y LaLuna resultáis preciosas!

Niki observa de nuevo la sucesión de fotos.

– Sí, ¡es muy fuerte! ¡Bravo, mi amor!

Alessandro no cabe en sí de gozo. Abraza a Niki y la levanta, la cubre de besos.

– Qué feliz soy… Por favor, dime que serás mi modelo… La chica de los jazmines se convierte en la chica de los caramelos. Por favor, dime que la que estará en los carteles serás tú.

– Pero quizá no me quieran a mí, Alex…

– ¿Qué dices? ¡Tú eres perfecta, eres la nueva Venus de los caramelos, eres la Gioconda dulce! Estarás en todas las vallas del mundo, todos te verán, serás conocida en las tierras más lejanas, serás famosa en los lugares más dispersos. Vaya, ¡que si algún día volvemos a Eurodisney, serán Mickey y los demás los que vendrán a pedirte un autógrafo!

– Pero Alex…

– Por favor, dime que sí.

– Sí.

– Ok. Gracias. -Alessandro va corriendo hacia las fotos, las descuelga una tras otra, las recoge, las deja sobre la mesa para ponerlas en orden y las mete dentro de una carpeta.

– ¿Nos vamos? ¿Estás lista? Te acompaño y luego me voy directo a la oficina.

– No te preocupes, tengo mi ciclomotor.

– ¿Estás segura? Entonces, ¿puedo irme?

– Venga, vete. Yo me arreglo con calma y después me voy.

– ¿Tranquilamente? Pues claro. Tú aquí puedes hacer lo que te parezca, quédate el tiempo que quieras, vuelve a la cama si te apetece, acaba de desayunar, date un baño, una ducha, mira la tele… Pero yo me tengo que ir… -Alessandro coge la carpeta, se pone la chaqueta y se dirige hacia la puerta. Entonces se detiene y vuelve atrás.

Niki se ha quedado quieta en medio del salón.

Le da un beso larguísimo en los labios.

– Perdona, amor, no sé dónde tengo la cabeza. -Se aparta y deja escapar un largo suspiro-. Gracias, Niki. Has vuelto a salvarme por segunda vez. -Y sale corriendo del salón.

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