Misma hora, misma ciudad, pero más lejos. En el Eur. Detrás del parque de atracciones, en un espacio grande, oculto en la penumbra creada por los altos pinos, por alguna pequeña montaña de verde y por algún edificio alto abandonado ya desde hace tiempo. Un grupo de muchachos apoyados en su ciclomotor, otros sentados en la acera, otros en el coche, con las ventanillas abiertas por las que sacan los pies. Una pequeña nubecita de humo sale de vez en cuando, como si un calumet pasara de ventanilla en ventanilla, una señal de humo como para indicar que alguien se está poniendo a tono. Sí, son ellas, las Olas, las cuatro divertidas amigas.
– Eh, ¿quieres? Es bum shiva. Toma.
– No, no me apetece fumar.
– Mira que es sólo un porro, no un cigarrillo.
– Precisamente por eso… -Niki lo aparta.
– ¿Qué quieres decir?
– Eh, ¿tienes algún problema?
Diletta le dice a Olly:
– El problema lo tendrás tú, que tienes que fumar para estar alegre…
Niki intenta imponer la paz.
– Venga, no le toques las narices.
– Vale, ¿por qué siempre haces lo mismo? Eres la hostia, continuamente con ganas de pelea.
– Oye, yo tan sólo le he dicho que no fumaba, es ella la que nos quiere someter a todas a la cultura de la María. Ni que fuese una secta religiosa.
– ¡Qué borde eres!
– Sólo yo, ¿eh?
– ¿Se puede saber qué estamos esperando?
– Sí, has anunciado grandes novedades, grandes novedades… Pero aquí no pasa nada…
– ¿En serio nunca has hecho bbc?
– ¿Y eso qué es, la cadena inglesa?
– Significa bum-bum-car.
– En serio. ¿Por qué iba a decirte una cosa por otra?
– Vale, entonces guay… Veamos, mira, éstos son los guantes.
– Vale, ¿y qué hago con ellos?
– Te los tienes que poner, si no, dejas huellas.
– ¿Qué huellas? Yo no estoy fichada.
– Sí, pero imagina que un día te paran en un control y te las toman, entonces te pillarían.
– ¿De qué control hablas, qué pasa con mis huellas? ¿Por qué iban a querer tomármelas?
– Y además te tienes que poner esto. Aquí tienes. -Y se saca del bolsillo unas gafas con goma elástica.
– Pero ¡si son de natación!
– ¿Y? Así no se te caerán cuando choquemos. A veces las ventanillas explotan, ¿sabes?
– ¡Qué estúpida! Lo dices a propósito para darme miedo.
– ¡De eso nada! Además, ¿no decías que tú nunca tienes miedo?
– A los exámenes sí… pero eso es otra cosa.
– ¡Muchas gracias, pero preferiría que no me hicieseis pensar en eso; mañana tengo uno a primera hora!
«Perepereperepere». Un sonido extraño como de trompa, uno de esos cláxones hortera y personalizados, irrumpe de improviso en el aire nocturno.
– Ya están aquí, ahí llegan.
De repente, llegan al descampado cinco coches diferentes. Uno de ellos frena derrapando, los otros lo siguen, intentando más o menos imitarlo. Un Fiat 500. Un Mini. Un Citroen C3. Un Lupo. Un Micrau. Todos aceleran y pisan a fondo.
– Pero ¿por qué habéis elegido todos coches pequeños?
– Es lo único que tenían. No hemos encontrado nada mejor.
– ¿Y cuánto por cada coche?
– ¡No me hables! Cien euros cada uno, los hemos ido a buscar a Manna, allá en la Tiburtina, ¿sabes aquel mecánico chapista?
– Ah…
– Ya estaban listos, con el bloqueo del volante desconectado y la llave ya puesta en todos, ¡es una pasada!
– ¿Te han explicado cómo se hace?
– ¡Pues claro! Mira, ya hemos atado los neumáticos.
– Entonces ¡vamos a montarnos, venga!
– ¡Adelante!, ¿quién viene de paquete?
– Yo voy con él.
– ¿Puedo ir yo contigo?
Cada muchacha se sube a un coche. Todas eufóricas, casi enloquecidas, adrenalíticas.
– ¡Eh, sólo tres por coche y sólo una detrás!
– Yo no quiero…
– ¿Tienes cangueli, eh, Niki…?
– No. Pero no quiero…
– ¿Y tú qué haces, Diletta, no vienes?
– ¿No? ¿Estáis locas? ¿Qué es eso del bum-bum-car?
– ¡Es superguay y tú eres una supermuerma!
Las otras dos Olas, Olly y Erica, se meten rápidamente en los coches junto con otras muchachas. Un chico de los que se han quedado en tierra abre el portaequipajes del suyo y pone la música a todo volumen.
– ¡Ánimo, apostamos por vosotros! Repito las reglas para quien no las sepa. ¡El último coche que siga funcionando lo gana todo! Las apuestas se dividen de la siguiente manera: la mitad para los que van en el coche vencedor y la otra mitad para los que hayan ganado la apuesta.
Una chica grita «¡Todos a sus puestos!». Algunos muchachos que no están en los coches pasan a toda prisa, cierran las puertas y colocan en su sitio los neumáticos, que están atados con una cuerda larga que atraviesa el techo del vehículo. Los neumáticos caen a ambos lados, como si fuese una silla de montar de fantasía. Y acaban apoyados sobre las puertas, para protegerlas de los choques en la medida de lo posible. Una muchacha con shorts y un silbato de colores corre hacia el centro del descampado y se detiene frente a los cinco coches. Después se saca un pañuelo del bolsillo, rojo, bonito, encendido. Divertida, loca madrina del bum-bum-car, lo levanta hacia el cielo con un gesto espléndido, enfático. Luego lo baja de golpe, riendo, silbando. «¡Ya!», y se quita rápidamente de en medio, a toda prisa, con miedo, y salta al arcén para quedar lejos, a cubierto de la loca carrera de autos. Los coches derrapan y parten. El Fiat 500 se abalanza sobre el Miera, lo espolea y es alcanzado de repente en un costado por el Mini. El Citroen oscuro corre veloz, supera a ambos coches y luego mete de repente la marcha atrás y golpea al Lupo, arrancándole el radiador. Llega el Fiat 500 y se estrella contra uno de los costados del Miera, rebotando contra el neumático de protección. Explotan ambas ventanillas, las muchachas que van dentro gritan, chillan, fingen terror, divertidas, enloquecidas. Luego lo ven y gritan:
– Corre, corre, que viene Fabio a toda pastilla.
El Miera está a punto de volcar, pero recupera el equilibrio, frena y alcanza de nuevo de lleno al Fiat 500. La luna trasera explota en mil pedazos. Y siguen así, se apartan, se alejan y retroceden, corriendo como locos. Y bum, de nuevo contra el Miera y el Lupo. Bum, el Mini contra el Fiat 500 y bum, el Mini contra el Miera y bum, el Miera choca de rebote contra el C3. Y así todo el rato, destrozándose los unos a los otros, chocando, con un ruido seco de chapa, de puertas abolladas, de cristales rotos, de faros que explotan, de parachoques retorcidos, de capós encogidos sobre sí mismos como súbitos calambres de una mano metálica. Los neumáticos utilizados como protección rebotan en las puertas, vuelan hacia arriba, vuelven a su sitio. Otros se sueltan y ruedan lejos, libres, hacia los muchachos que están en el arcén. Y bum, bum, bum. Poco después concluye el bbc. El bum-bum-car tiene su vencedor. El Mini y el Miera echan humo por el radiador, la parte delantera de ambos coches está totalmente hundida, el Fiat 500 está como doblado, con el semieje partido y las ruedas en posición oblicua, inclinadas hacia fuera. Parece un toro al que le acabasen de clavar la última banderilla, las rodillas dobladas y sin dejar de resoplar; acabando finalmente con el morro en el suelo. El Miera tiene las dos ruedas traseras pinchadas e incrustadas bajo la chapa de los laterales como consecuencia de los muchos golpes recibidos. El Lupo es el único que todavía logra avanzar un poco. Casi a trompicones, se dirige lentamente hacia el centro del descampado. De repente, pierde la placa de la matrícula, que cae con un sonido de lata, como las que se les atan a los coches de los recién casados. Pero esta noche no se ha casado nadie, y ningún dueño se sentirá feliz de recuperar su coche, visto el estado en que éstos han quedado.
– ¡Yuuju! ¡Hemos ganado! -Los muchachos que están en el arcén explotan de alegría-. ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡El Lupo pierde el pelo, pero no la clase [1]! -Y otras lindezas por el estilo, peores incluso, mientras uno, más agarrado que los otros, se ocupa ya de recoger las ganancias y empieza a hacer cuentas.
Los heroicos conductores van bajando uno tras otro de los coches, unos se descuelgan por las ventanillas rotas, otros se deslizan por el portaequipajes, y algunos salen hasta por el parabrisas destrozado. Todos se quitan las gafas de natación.
– ¡Bien! ¿Cuánto ha sido?
– ¡Venga, que hemos ganado!
– Reparte bien, ¿eh? ¡No te equivoques!
Fabio coge el dinero que le toca y lo cuenta rápidamente.
– ¡No me lo puedo creer, seiscientos euros! Bien, Niki, te invito a una cena fabulosa, así hacemos las paces.
– ¿Todavía no lo has pillado? ¿Cuántas veces te lo voy a tener que repetir? ¡Olvídate de la cena! Nosotros ya no salimos juntos.
– ¿Cómo? Pero dijiste…
– Hace una semana que te devolví tus regalos y te lo he dicho de todas las maneras posibles e imaginables, ya no sé qué inventar para hacértelo comprender. Fin. Kaputt. Cerrado. Auf Wiedersehen. Se acabó, hemos roto…
– Ok, como quieras. Eh, chicas, Niki y yo lo hemos dejado.
– Ya lo sabíamos.
– De modo que vuelvo a estar disponible; decidme algo y poneos a la cola.
Fabio se guarda el dinero en el bolsillo, se monta en su ciclomotor y se marcha a toda velocidad. Los demás se miran por un instante, después alguien se encoge de hombros y le quita importancia a lo que ha pasado. Olly se acerca a Niki.
– Jo, cuando se pone así, es verdaderamente…
– ¡Un gilipollas!
También llega Diletta.
– Se ha llevado todo el dinero. No ha repartido nada…
– Bueno, Fabio es así…
– Sí, pero lo normal es compartirlo con tu equipo, ¿no? -dice Erica.
Niki se encoge de hombros.
– Ya te he dicho que es gilipollas, ¿no? ¿Alguien tiene un cigarrillo?
Olly se saca el paquete del bolsillo. Diletta se acerca y Niki le da unos manotazos en la camiseta.
– Mira, ten cuidado, la llevas llena de cristales…
– Imagina que me ve mi familia, ¿qué les digo? ¿que he hecho el bbc? -comenta Olly.
Diletta mueve la cabeza.
– Es mejor que les digas que has tenido un accidente, pero no con mi coche ¿eh? Que si luego no te creen, me tocará abollarlo. Ya te veo viniendo a mi casa con un martillo.
– ¡Sí, sería muy capaz!
Todas se echan a reír.
– Venga, ¿quién me lleva a casa? Que mañana tengo examen.
– Qué mierda. ¿Qué pasa, que la noche acaba aquí? -exclama Olly.
– Ok, como mucho un helado en el Alaska.
– Caramba, un rapto de locura, ¿eh? Está bien, está bien, nos vemos allí.
– Pero luego, de verdad nos vamos a casa, ¿eh? -dice Diletta-. Porque después de lo que habéis hecho, seguro que todavía os quedan ganas de armar follón.
– Ok, mamá Diletta. De todos modos, tengo una idea -propone Olly alzando las cejas-. ¡Sé de una fiesta loquísima!
Niki tira de la camiseta de Diletta.
– ¡Venga, un helado y basta, vamos!
– ¡Adiós, chicos, nos vamos!
Y se van riéndose. Olly, Niki, Diletta y Erica, las Olas, como se llamaron a sí mismas al acabar primero en el instituto, cuando hicieron amistad. Son hermosas, son alegres, son diferentes. Y se quieren. Mucho. Niki acaba de romper con Fabio, Olly deja prácticamente a uno cada día. En cambio, Erica lleva toda una vida con Giorgio, Giò, como lo llama ella. Diletta… Bueno, Diletta todavía sigue buscando su primer novio. Pero no pierde la esperanza: tarde o temprano encontrará al adecuado. O al menos en eso confía. Sí, las Olas son fuertes, y sobre todo son buenísimas amigas. Pero una de ellas traicionará su promesa.