Noche. Tráfico ligero, tráfico lento, tráfico que conduce Dios sabe adónde. Hacia nuevas historias, hacia una soledad oculta en un grupo, hacia el deseo frenético y enloquecido de volver a ver a alguien, que a lo mejor todavía te desea un poco.
Noche. Noche en un habitáculo. Flavio conduce tranquilo. Cristina lo mira.
– ¿Conocías ya a la nueva novia de Alex?
– No, sabía que estaba saliendo con alguien.
– ¿Y sabías que era tan… chiquilla?
– No, no lo sabía.
Silencio.
– La verdad, no entiendo qué es lo que puede encontrar uno como él en una así. Aparte de veinte años menos.
Flavio sigue conduciendo tranquilo. Decide hablar.
– No la conozco y no puedo juzgar, pero a mí me ha parecido simpática.
– También tú lo eras con veinte años. Eras alegre, despreocupado, divertido.
Flavio la mira un instante, luego vuelve a mirar la carretera.
– A los veinte años resulta más fácil hallar motivos para estar alegre. Piensas que tienes tanto tiempo a tu disposición que podrás cambiar tu vida mil veces. Luego te haces mayor y te das cuenta de que ésa es tu vida…
Cristina se vuelve hacia él. Lo observa.
– ¿Qué me quieres decir? ¿Que no eres feliz con lo que eres o con cómo vives?
– Yo sí. Pero si tú no lo eres, tampoco puedo serlo yo. Creía que nuestra vida dependería de la felicidad de ambos.
Cristina se queda en silencio.
– Bueno, de todos modos ya sabías cómo era yo, de modo que no entiendo qué es lo que esperabas. ¿Pensabas a lo mejor que iba a cambiar?
– No.
– ¿Entonces?
– Pensaba que ibas a ser feliz. Querías casarte, tener un hijo… Lo has conseguido todo. ¿Qué más te hace falta?
Cristina se queda un momento en silencio. Ataca de nuevo.
– ¿Sabes lo que de veras me molesta?
– Un montón de cosas.
Cristina lo mira y lo hace con dureza. Flavio se da cuenta y trata de quitarle hierro al asunto.
– Venga lo he dicho en broma…
– Que haya tenido que venir Alex a cenar con una chiquilla para que nos diésemos cuenta de adonde hemos acabado.
Noche. Noche que avanza. Noche que discurre. Noche de estrellas ocultas en lo alto.
Enrico conduce tranquilo. Camilla lo mira y sonríe.
– Pues a mí me gusta más que Elena. Es madura, tranquila, serena, educada. Es verdad que a veces, cuando habla, es un poco niña, pero eso resulta hasta cierto punto normal. Yo creo que llegará a ser una mujer muy hermosa. ¿A ti te gusta?
Enrico sonríe y le pone una mano en la pierna.
– No como me gustabas tú a los diecisiete años. Y no como me gustas tú ahora…
– Venga, dime la verdad. Tienes tres años más que Alex. ¿Te gustaría tener a una chica tan joven cerca?
– Es una chica agradable y divertida. Pero puede que acaben descubriendo que tienen objetivos diferentes. Sólo espero que no se acabe cansando de Alex.
– O Alex de ella…
– Él me parece tan tranquilo.
– Sí, se lo ve bien, pero no parece que le importe mucho… Quiero decir que a lo mejor sigue pensando en Elena.
– No, yo no lo creo. Lo que pasa es que en una historia así, también él va con pies de plomo, como es natural. ¿Te imaginas? Tendrá miedo de meterse en problemas. Que ella no tenga paciencia. Quiero decir, que ella sale del instituto y tiene toda la tarde y la noche libres… mientras él tiene esos horarios, su trabajo, las reuniones, sus asuntos.
– ¿Es que acaso son más importantes que el amor? -Camilla lo mira. Él le sonríe. Luego coge su mano, se la lleva a la boca y la besa-. No, en efecto, no hay nada más importante que el amor.
Noche de nubes. Noche de viento. Noche ligera. Noche cálida. Noche de hojas que bailan alegres. Noche diversa. Noche de luna.
Susanna sigue mirándolo fijamente.
– Todavía no me has dado una respuesta.
– Ya te lo he dicho, nunca la había visto y de todos modos no me gusta.
– Sí, ya te he oído, pero el otro día, cuando te encontré a la puerta del restaurante, dijiste que habías quedado con Alex porque estaba un poco alicaído.
– ¡Y era verdad!
– Pero si ya hace más de un mes que están juntos.
– Y qué sé yo, me parece que tú sabes más. Ese día estaba depre. Pregúntaselo a él mismo.
– Se lo he preguntado a ella. Y dice que les va muy bien, de amor y de todo.
– Pues vale, ¿qué quieres que te diga?
– Sí, pero mira por dónde, el otro día os fuisteis a comer al Panda.
– ¿Y qué? Estábamos Enrico, Alex y yo.
– ¿Los tres solos?
– Sí.
– ¿Y os gastasteis todo ese dinero? He visto la factura…
– Nos tomamos dos botellas de champán, para celebrarlo con Alex… Cariño, trabajo en su despacho como consultor legal y ni siquiera le había hecho un regalo…
Pietro intenta abrazarla, pero Susanna se aparta.
– Yo creo que estabais con Niki y sus amigas, que imagino que serán de su misma edad… Y que obligasteis a Alex. No sólo eso, sino que él tampoco se lo debió de decir a Niki, porque de lo contrario ella no las hubiese llevado, aunque sólo fuera por solidaridad. Lo que está claro es que ella no se dedica a destrozar familias.
– Vaya, ya salió la psicóloga. ¿Por qué no te buscas trabajo en una unidad especial de policía? Aunque se trate de una simple comida, tú intuyes planes retorcidos y turbios detrás.
– De todos modos, tarde o temprano acabaré descubriendo algo, de eso estoy segura.
Pietro prueba a abrazarla de nuevo.
– Sí, pero mientras intentas descubrir lo que sea… ¿no podrías ser más agradable?
Pietro intenta besarla. Y ella finge estar de morros, pero al final le deja hacer.
Noche. Noche de timbrazos, de llamadas telefónicas, de celos. Noche de luchas, de corazón, de fantasía. Noche de encuentros clandestinos.
– ¿Estás preparado? Ahora te digo cómo ha ido la cosa, en mi opinión.
Alessandro mira a Niki divertido.
– Venga, dime, siento curiosidad.
– A la mujer de Enrico, Camilla, le he caído bien. Ella es una mujer serena, me he dado cuenta de que se reía con las cosas que yo explicaba. Me trata un poco como una amiga. Me gusta. En cambio, Susanna… ¿se llama Susanna la mujer de Pietro?
– Sí.
– Bien, yo creo que a ella podría llegar a gustarle, pero no se fía demasiado. Quiero decir, no es que no se fíe de mí, lo que pasa es que tiene miedo porque sabe que Pietro es muy zorro, demasiado… y yo soy otra posibilidad de riesgo. Cristina, en cambio, está totalmente en contra. Out por completo. Se le nota a un kilómetro… Lo he visto claro, incluso cuando salimos a fumar. Ella no dejaba de escudriñarme. Cómo iba vestida, lo que decía, si estaba de acuerdo o no, me ha estudiado a fondo. O sea, que no le gusto.
– ¿Y por qué, qué crees tú?
– No tengo ni la más remota idea. Pero creo que aceptamos a los demás en función de nuestro propio nivel de felicidad… Piénsalo bien. Cuando nos sentimos felices, los demás nos caen mejor, y estamos dispuestos a no considerar las diferencias como defectos.
Alessandro la mira. Enarca las cejas.
– Empiezas a preocuparme. ¿Quién eres en realidad?
– ¡Qué más da! Una que tiene que hacer la Selectividad. Esto es de Newton. Somos enanos subidos a hombros de gigantes, venga, toda la historia esa de Platón. Filosofía de bolsillo.
– Sí, pero resulta fundamental y no deberías olvidarla. ¿No lo sabes? No se recuerdan los grandes sistemas. Se recuerdan los mínimos particulares.
El teléfono móvil de Niki empieza a sonar. Lo saca de su bolsa.
– ¡Es Olly! -Y responde-. ¿Sí? No me digas que te has vuelto a meter en un lío, como de costumbre, ¿eh? ¿No querrás venir a dormir a mi casa?
Silencio. Y, de repente, sollozos.
– Niki, ven corriendo. Diletta.
– ¿Diletta qué?
– Ha tenido un accidente.