Doce

Buenos días, mundo. Niki se despereza. ¿Me haces un regalo hoy? Me gustaría levantarme de la cama y encontrarme una rosa. Roja no. Blanca. Pura. Para escribir en ella como si fuese una página nueva. Una rosa dejada por alguien que piensa en mí y a quien todavía no conozco. Lo sé. Un contrasentido. Pero me haría sonreír. La cogería y me la llevaría al instituto. La dejaría apoyada en el pupitre, sin más, sin decir nada. Las Olas se acercarían llenas de curiosidad.

– ¡Eh! ¿Quién te la ha regalado?

– ¿Fabio?

– ¿Lo está intentando de nuevo?

– Sí, sí, él, una rosa, ¡Si acaso un cardo seco!

Y todas a reírse. Y yo, todavía sin decir nada, la dejaría allí toda la mañana. Después, a última hora, arrancaría uno a uno los pétalos y, con un rotulador azul, escribiría letra a letra, una sola en cada pétalo, la frase de aquella canción tan bonita: «Entre los obstáculos del corazón hay un principio de alegría que me gustaría merecer…», y después tiraría los pétalos por la ventana. El viento se los llevaría. Podía ser que alguien los encontrase. Que volviese a ponerlas en orden. Que leyese la frase. Y que me viniese a buscar. Él quizá. Ya. Pero ¿quién es él?


Alessandro se despierta sobresaltado y después se da la vuelta bruscamente sobre la cama. El despertador ya ha sonado. Maldita sea, no. Mierda, mierda. Sale zumbando de la cama, se pone las zapatillas. Pero ¿cuándo lo he parado? ¿O es que ni siquiera lo he oído? ¿O es que ayer con todo el jaleo al final me olvidé de programarlo? No es posible. Entra casi resbalando en la cocina. Prepara la cafetera, enciende el gas y la pone al fuego. Después corre hacia el baño, conecta la maquinilla de afeitar eléctrica y, mientras se afeita, da vueltas por la habitación. Intenta ordenar en lo posible los rastros de la noche anterior. De todos modos, hoy viene la mujer de la limpieza. A ver… veamos cómo está esto de aquí… Entra en la habitación de invitados. Encuentra un tazón. Más cerezas. No es posible. Lo coge y tira su contenido a la basura. Después vuelve a entrar en el baño de las visitas, mira bien en el váter, en el lavamanos, por el suelo, en todas las esquinas. Bien. Ni rastro. Sólo me faltaría eso. Famoso publicista arrestado por posesión de drogas. Precisamente yo, que soy antidroga acérrimo. Y, claro, en nuestro ambiente… ¿quién iba a creerme? Por si acaso, descarga de nuevo la cisterna y sale del baño. Pone música en el salón y, con una canción de Julieta Venegas experimenta un cierto buen humor. Casi bailotea. Tiene el tiempo más que justo. Claro que sí, demonios, tengo que ser feliz. Sólo tengo treinta y seis años, cuento con un montón de éxitos y he ganado varios premios de publicidad. Vale, mi madre y mi padre querían que me casase, y eso quizá acabe sucediendo. O tal vez no. Sea como sea, soy alguien que puede gustar. Tranquilamente. Un momento. Se mira con más atención en el espejo del salón, se acerca y observa su rostro. No poco. Alguien que puede gustar, y mucho. Atención. Atención… Querida Elena, eres tú quien va a sufrir, quien va a comerse los puños. Volverás y yo, con suprema elegancia, te haré pasar y encontrarás flores.

Y con esa certeza recién descubierta, por otra parte la única con la que cuenta, Alessandro se toma el café. Le añade un poco de leche fría. Luego, mientras suena And It's Supposed To Be Love, de Ayo, se mete en la ducha y deja correr sobre él un chorro de agua bien fresca. ¿De qué tratará la reunión de hoy? Demonios… voy retrasado… demasiado retrasado. Y apresurado, sale a toda prisa de la ducha y comienza a secarse. Tengo que darme prisa, aprisa.


– Pero Niki, no has desayunado.

– Sí, mamá, he tomado café.

– ¿Y no vas a comer nada?

– No, no me da tiempo. Llego tarde. Jodidamente tarde.

– Niki, te he dicho mil veces que no hables de esa manera.

– Pero mamá, ¿ni siquiera cuando llego tarde?

– Ni siquiera. ¿Te vas en el ciclomotor?

– Sí…

– Ve despacio, ¿eh?, ve despacio.

– Mamá, me lo dices cada mañana. Al final me traerá mal fario, ya verás.

– Niki, ¿cómo hablas así?

– Es que si algo trae mal fario, trae mal fario. Si lo prefieres, puedo decir mala suerte, pero no deja de ser mal fario.

– Perdona, pero ¿a ti te parece que si tu madre te dice que vayas despacio es porque te desea algo malo? Y además, te lo digo cada mañana y, hasta ahora, no has tenido ningún accidente, por lo tanto «ve despacio» es bueno, ¿de acuerdo?

– Ok, ok. ¡Adiós, un beso!

Niki le da un beso al vuelo a su madre. Se pone los auriculares y se va, escaleras abajo, salvando los últimos peldaños de un salto. Tanto, que uno de los auriculares se le sale de la oreja. Ella se lo vuelve a meter a toda prisa para escuchar aún mejor Bop To The Top, de High School Musical. Sale del portal, va hacia el garaje, se monta volando en su SH50, da una patada al pedal y, en cuanto la moto arranca, sale del patio a toda velocidad. Se detiene un momento, mira a derecha e izquierda y al ver que no viene nadie, da gas y se incorpora al tráfico de la mañana.


Alessandro circula de prisa con su nuevo Mercedes. Acaba de comprar algunos periódicos. Es importante mantenerse informado. Quizá en la reunión me pregunten algo acerca de las últimas noticias y yo no sepa de qué me hablan… No me lo puedo permitir. De modo que, de vez en cuando, sea porque haya caravana o porque el semáforo esté en rojo, echa un vistazo a Il Messaggero que lleva abierto en el asiento del copiloto. Luego arranca de nuevo. El tráfico es bastante fluido. Cuando puede, Alessandro circula a bastante velocidad. Llega tarde. Llega tarde… pero no por eso deja de echar un vistazo al periódico.


También Niki llega tarde. Jodidamente tarde. Va todavía con los auriculares puestos, escucha la música y acelera. De vez en cuando se mueve, intentando llevar el ritmo. Mira el reloj de su muñeca izquierda, tratando de ver si está recuperando algo de tiempo, si conseguirá llegar antes de que el intransigente tocacojones del conserje cierre definitivamente la puerta del instituto. Así, va a toda velocidad por viale Parioli, adelantando coches en doble fila. Después intenta girar para incorporarse de nuevo a su carril.


Alessandro llega desde la Mezquita. No viene nadie, perfecto. Se incorpora al tráfico de viale Parioli mientras lee una noticia increíble en Il Messaggero. Unos jóvenes roban cinco coches para practicar un juego muy particular. El bum-bum-car, el bbc, un nuevo y peligroso juego de jóvenes ricos y aburridos. No lo puedo creer. ¿En serio, hacen estas cosas…? Pero no tiene tiempo de acabar la frase. Da un volantazo. Intenta esquivarla, pero no hay nada que hacer. Una chica que circula a mil por hora, se le echa encima con su ciclomotor, estampándose contra el lado derecho. Bum. Un grito estremecedor. La chica desaparece a la altura de la ventanilla y cae al suelo. Alessandro frena de golpe, cierra los ojos, aprieta los dientes, los periódicos resbalan y caen sobre la alfombrilla. De repente, a consecuencia del golpe, el volumen del reproductor de CD se sube solo. La música inunda el coche. She's The One. Alessandro se queda bloqueado un instante en su asiento. Con los ojos cerrados, apretando el volante con fuerza. En suspenso. Empiezan a sonar algunos cláxones, algunos coches los adelantan nerviosos. Uno curioso, otro distraído, otro cínico y otro apresurado. Alessandro se baja preocupado. Da la vuelta al Mercedes lentamente mientras la música sigue sonando. Entonces la ve. Allí, en el suelo, tumbada, quieta, inmóvil. La cabeza girada. Tiene los ojos cerrados, parece desmayada. Dios mío, piensa Alessandro, ¿qué le habrá pasado? Se inclina un poco hacia delante. Niki abre los ojos despacio. Lo ve sobre ella. Y entonces le sonríe.

– Dios mío, un ángel.

– Ojalá, soy el conductor.

– ¡Pues vaya! -Niki se incorpora poco a poco-. ¿Dónde diablos estabas mirando, conductor? ¿En qué demonios piensas mientras conduces?

– Lo sé, lo sé, perdona, pero yo tenía la preferencia.

– ¿La preferencia de qué?, ¿pero qué estás diciendo? Tenías un stop. ¿Es que no has visto que venía? Ay, me duele mucho el codo.

– Déjame ver… Bah, no tienes ni un rasguño. En cambio, mira lo que me has hecho en el lateral.

Niki se vuelve y se mira por detrás, retorciéndose entera.

– Y mira lo que me has hecho tú aquí. Los pantalones todos rotos.

– Pero si siempre los lleváis así.

– ¿Qué dices, idiota? Éstos eran nuevos, acabados de comprar, Jenny Artis, ¿entiendes? Me costaron una pasta, no es como para estropearlos ya al día siguiente. ¿Te das cuenta de que todavía no los he lavado una sola vez? Prácticamente me los has estrenado tú. ¿Sabes coser?

– ¿Cómo?

– ¿Me ayudas al menos a levantar el ciclomotor?

Alessandro se esfuerza por desencastrar el SH ayudado por Niki.

– Oye, ¿tú no vas nunca al gimnasio?

– De vez en cuando…

– Pues entonces tira…

Finalmente lo logran, pero el ciclomotor se le escapa a Niki de las manos, y da de nuevo con el Mercedes.

– ¡Ay!

– ¿Otra vez? Ten cuidado, ¿no?

Niki se pone bien el gorrito que lleva debajo del casco.

– Virgen santa, qué tiquismiquis, pareces mi padre.

– Es que vosotros no tenéis respeto por las cosas.

– Ahora te pareces a mi abuelo. Además, si aquí hay alguien que no tiene respeto por las cosas, ése eres precisamente tú. Mira lo que le has hecho a mi ciclomotor… La rueda delantera está toda torcida y al acabar debajo de tu jodido coche se le han doblado los dos amortiguadores.

– Ya ves, es sólo una rueda, la cambias y ya está.

– Claro, sólo que ahora tengo que ir al instituto, de modo que… -Rápidamente abre el cofre, saca una cadena gruesa y ata la rueda trasera del ciclomotor a un poste que hay allí al lado.

– ¿De modo que qué?

– De modo que me acompañas.

– Oye, no tengo tiempo. Llego tarde.

– Pues yo llego jodidamente tarde. De manera que gano yo. Venga, vamos. Además, podría llamar a la policía, hacer venir una ambulancia y quedarnos aquí un montón de rato. Te conviene llevarme a la escuela, perderemos mucho menos tiempo.

Alessandro se lo piensa un momento. Resopla.

– Venga, sube. -Abre la puerta y la ayuda.

– ¡Ay! ¿Lo ves? Me he dado un golpe atrás, me duele muchísimo.

– No pienses en ello.

Alessandro sube también y arranca.

– ¿Adónde te llevo?

– Al Mamiani, pasado el puente Cavour, zona Prati.

– Menos mal. También yo trabajo por allí.

– Ya ves, a veces las casualidades… Pero ¿cómo llevas la música?

– Ah, sí, perdona, el volumen se subió solo con el golpe.

– ¡Bien, es Robbie!

– Ah, sí.

– El videoclip es tope guay. ¿Lo has visto?

– No.

– Figura que él es profesor de patinaje sobre hielo que entrena a dos chicos para una competición importante, pero uno de ellos se hace daño, él ocupa su puesto y gana la competición.

– Ah, la típica historia buenista anglosajona.

– Bueno, a mí me parece un video guay. Mira, gira por ahí, así atajamos camino.

– Pero por ahí no se puede, es sólo para los autobuses y los taxis…

– Tú ahora me estás llevando, ¿no? Prácticamente es como si fueses un taxi. Venga, qué importa, no hay nadie. Así al menos acortas camino, por allí el tráfico siempre está fatal. Hasta mi madre lo hace.

– Ok.

No muy convencido, Alessandro se mete por el carril prohibido. Pero nada más adelantar a un autobús, se da cuenta de que hay un guardia urbano. Lo ve cometer la infracción y sonríe burlón, como diciendo «Sigue, sigue, que te he pillado», y se saca una libreta del bolsillo superior del uniforme.

Niki se asoma a la ventanilla en el preciso momento en que pasan por delante de él y grita con todas sus fuerzas:

– ¡Pringao! -Después se sienta de nuevo y mira divertida a Alessandro-. Odio a los urbanos.

– Claro. Y si había alguna posibilidad de que no me pusiese la multa, la hemos perdido.

– ¡Virgen santa, qué exagerado eres! Te vendrá de una multa. De todos modos, ya te la había puesto… Y, además, tú me has dicho lo mismo a propósito de la rueda de mi ciclomotor.

– Eres imposible, lo has hecho a propósito para podérmelo decir. Así no vamos a llevarnos bien.

– Nosotros no tenemos por qué llevarnos bien. Lo único que tenemos que hacer es intentar no pelearnos… No tener otro accidente. Dime la verdad… estabas distraído, ¿verdad? A lo mejor estabas mirando a alguna chica bonita aprovechando que estabas solo…

– Primero, yo siempre voy solo a la oficina, segundo, no me distraigo con facilidad…

Alessandro le sonríe y la mira con aire de suficiencia.

– Es preciso algo más que una chica bonita para distraerme.

Niki pone cara de fastidio. Entonces se percata de los periódicos que están bajo sus pies.

– ¡Ya sé por qué! ¡Estabas leyendo! -Coge Il Messaggero y lo abre.

– Qué va, sólo les estaba echando un vistazo.

– Justo. ¡Lo sabía, lo sabía, tenía que haber llamado a la ambulancia, a la guardia urbana, no sabes la de daños que te podría reclamar!

– Ah, ¿sí? En lugar de alegrarte de no haberte hecho nada…

– Bueno, una vez que se ha evitado la tragedia, hay que pensar en cómo sacar provecho, ¿no? Todos lo hacen.

Alessandro niega con la cabeza.

– Quisiera hablar con tus padres.

– No te dejarían entrar en casa. Para ellos, su hija siempre tiene razón. Gira aquí a la derecha que ya casi hemos llegado. Mira, mi instituto está al final de la calle…

Niki abre el periódico y ve la foto de los coches destruidos. Después lee el artículo sobre el bum-bum-car. Los ojos se le salen de las órbitas.

– No me lo puedo creer…

– Pues créetelo, eso es lo que estaba mirando… Y ha faltado poco para que tú dejases así mi coche.

– Ya… Quieres tener razón, ¿eh?

– Piensa que hay gente que hace esas cosas en serio, chicos como tú…

Niki lee el artículo a toda prisa, buscando los nombres, los hechos, si se menciona a alguno de sus amigos. Entonces lo ve, Fernando, el que recoge las apuestas.

– ¡No, no es posible!

– ¿Qué pasa? ¿Conoces a alguno?

– No, lo decía por decir. Es que me parece absurdo. Vale, hemos llegado. Para aquí.

– ¿Es ése?

– Sí, gracias. Es decir, en realidad, me lo debías.

– Sí, sí, venga, baja ya que llego tarde.

– ¿Y con el accidente cómo hacemos?

– Toma. -Alessandro busca en un bolsillo de la chaqueta, saca un pequeño estuche plateado y le da una tarjeta-. Aquí está mi número, mi e-mail y todo lo demás. Ya me dirás algo.

Niki lee.

– Alessandro Belli, creative director. ¿Es un puesto importante?

– Bastante.

– Lo sabía, lo sabía, hubiese podido sacarte una pasta. -Niki se baja del Mercedes riendo. Coge el casco, la mochila y también Il Messaggero-. Nos llamamos.

– Eh, ese periódico es mío.

– ¡Sí, y da gracias de que no me lleve también el CD! Hombre distraído que causa dolor a las mujeres… -Cierra la puerta. Después golpea la ventanilla y Alessandro baja el cristal.

– Oye -Niki agita la tarjeta de visita-, aunque esto sea falso me sé tu matrícula de memoria… así que nada de bromas, que conmigo no te vas a ir de rositas. Por cierto, me llamo Niki.

Alessandro asiente con la cabeza, sonríe y después se va a toda pastilla. Llega enormemente tarde.

Varias chicas están entrando en el instituto. Justo en ese momento llega Olly.

– Eh, Niki, las dos llegamos tarde, como de costumbre, ¿eh? Oye, menudo coche bonito. Y a él no he podido verlo bien, pero de lejos parecía guapo. ¿Quién era, tu padre?

– No seas imbécil, Olly. Conoces a mi padre. ¿Qué, quieres saber quién era ése? Pues mi próximo novio. -Y mientras lo dice, Niki la abraza, la sujeta con fuerza y la obliga a subir la escalera corriendo, como hace ella. Nada más llegar arriba, Olly se detiene.

– Pero ¿estás loca? ¡Así nos van a hacer entrar! Podíamos habernos saltado la clase.

– Mira, lee. -Niki le muestra el periódico a Olly-. Un artículo sobre el bbc. ¡Si llegamos a quedarnos un poco más, nos hubiesen cogido!

– ¡Vaya!, es flipante, imagínatelo, nosotras en el periódico. ¡Pasaríamos a la historia!

– ¡Ya. ¡Como máximo a la geografía!

– Calla, calla, que me toca examen. -Y hablando así entran en el vestíbulo justo a tiempo.

El conserje, feliz, cierra la puerta, dejando fuera a alguna que otra tardona.

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