Ochenta y cuatro

Madi, una joven filipina, está limpiando a toda prisa varios objetos que están en la mesa baja que hay frente al sofá. La puerta se abre de repente. Alessandro entra besando a Niki. Ávido, ávido de besos. De rabia, de confusión, de deseo, de hambre, de…

– ¿Madi? ¿Qué hace todavía aquí?

– Señor, yo el viernes estoy hasta las ocho, ¿no recuerda? Usted y la otra señora dice que yo aquí tres veces semana. Lunes, miércoles y viernes. Hoy viernes. -Madi mira su reloj-. Hora siete y media.

Alessandro se mete las manos en los bolsillos, encuentra veinte euros y se los alarga a Madi.

– Hoy vacaciones. Ahora vacaciones, fuera… Paseo con una amiga, una vuelta por las tiendas, cualquier cosa, pero fuera. -Y la escolta hasta la puerta de servicio, en la cocina, la que da a la escalera de emergencia. Al pasar, Madi coge su bolso y la chaqueta de la cocina y luego es amablemente expulsada. Alessandro pone el seguro en la cerradura, luego va hacia el salón y cierra también la puerta de la calle.

– Eh, ¿dónde estás?

En el silencio de la casa, Alessandro busca divertido a Niki. Seguramente se ha escondido. Abre una habitación. Y un baño. Mira detrás de un sofá, en el dormitorio, debajo de la mesa. Pero un armario grande que ha quedado medio abierto la delata. Alessandro pone un CD: Confessions On A Dance Floor.

Luego alza la voz.

– ¿Dónde está la chica de los jazmines? ¿Dónde se habrá escondido? -Y poco a poco se acerca al armario. Desnudándose. Deja caer al suelo la camisa, después los pantalones-. ¿Dónde está? Noto su perfume, su respiración, su corazón, noto su deseo, sus ganas, su sonrisa divertida… -Ahora Alessandro está desnudo. Apaga las últimas luces y enciende una pequeña vela. Luego se mete en el armario-. ¿Dónde está el traje más bonito que yo puedo ponerme?

Y Niki se ríe, cubriéndose la boca con ambas manos. Asustada, excitada, sorprendida, incrédula acerca del hecho de haber sido descubierta. Y en un momento se deja besar, desnudar, con hambre, con rabia, con deseo, entre ropas que se caen de las perchas, conjuntos ligeros de color liso que la acarician como hojas lentas que una vez en el suelo forman un único y gran manto variado. Gris, gris claro, gris oscuro, azul cobalto, y también color azúcar de caña, en un momento tan dulce. Y resbalan casi entre toda esa ropa. Y Niki tira al suelo más. Camisas, y chaquetas, y pantalones; una confusión excitante. Alessandro la atrae hacia sí, rueda con ella, siente sus piernas, la toca, la aprieta y se arroja a su cuello, y lo besa, y más besos y pequeños mordiscos y piernas que no se acaban nunca. Y sabores, y olores, y suspiros, y humores, y huidas, y retornos… Y un mar tempestuoso.

– No, no, por favor. Por favor no… -Y luego una sonrisa-. Sí, sí, por favor. Por favor sí…

Y su boca y sus dedos y más. Y perderse en cada uno de sus recovecos, sin límites, sin pudor, mirando, espiando, resistiendo… Abandonándose, después de la marejada. Acabados, relajados, abatidos, suaves, amados, consumados entre las sábanas, un poco más allá.

– Eh, ¿qué te ha pasado?

Alessandro emerge de entre las sábanas, entre los colores de aquella primera hora de la noche. Sonríe.

– ¿De qué? ¿Dónde?

– No te digo, aún no has vuelto en ti. No parecías tú. Me has hecho el amor de una manera…

– ¿De qué manera?

– Salvaje, hambrienta. Un poco desesperada incluso. De todo modos, muy bien. ¿Ha sido por la reunión de esta tarde?

– ¡Más o menos!

– Bien, por una vez y sin que sirva de precedente… ¡Vivan las reuniones! Quiero enseñarte algo.

– ¿Después de todo lo que ya he visto!

– ¡Idiota!

– ¿Hay más estrellas?

Niki se levanta y enciende el ordenador de la mesa.

– Hoy, mientras estaba estudiando en casa de Erica, hemos buscado una cosa en Internet, y mira adónde hemos ido a parar… -Su espalda desnuda, vista por detrás es muy hermosa.

Alessandro se le acerca. La acaricia con dulzura. Baja sin prisa hasta su lado más suave. Se detiene.

– Eh, así no sé lo que estoy buscando y clico en todas partes. ¡Ya está, lo he encontrado! www.ilfarodellisolablu.it. ¡Mira que cosa tan bonita!

Alessandro se sienta a su lado. Niki ríe divertida, señala feliz, viaja soñadora por aquellas páginas que por un instante dejan de ser virtuales.

– ¿Lo ves? Ahí te puedes convertir en un lighthouse keeper, en vigilante del faro. Imagínate, quinientos euros a la semana y te puedes quedar ahí. Vigilando tú solo toda la Isla Azul.

Y en la pantalla del ordenador aparecen una serie de imágenes. Un pequeño claro verde se sumerge en un mar azul un poco más abajo. Algunos acantilados. Más arriba, entre las rocas, un enorme faro blanco. Alguna ola rompe contra los escollos. Un cartel. Indicaciones Para excursiones. Y un sendero que conduce hacia arriba, hacia el tero, flanqueado por cactus y árboles marinos bajos, marcado por tantos pies de personas que a lo largo de los tiempos han querido llegar hasta allí arriba.

– ¿Lo ves? Desde allí vigilas los barcos, sus rutas en las corrientes dependen de ti. Tú iluminas su viaje, tú eres el faro… -Niki se apoya en él. Desnuda por completo, cálida, suave.

Alessandro la respira toda.

– Del mismo modo que tú eres un faro para mí.

Niki sonríe y se vuelve. Lo besa con esa boca que sabe todavía a amor, como una niña pequeña y caprichosa que busca un beso y sabe que lo encontrará. Alessandro le toma la cara entre las manos y la mira a los ojos. Y mil palabras recorren esa mirada. Silenciosas, alegres, románticas, enamoradas. Palabras ocultas, palabras que se persiguen, palabras que empujan para salir como un río subterráneo como el eco lejano de un valle apenas descubierto, como el escalador que ha llegado con fatiga hasta la cima de una montaña y desde allí, él solo, le grita al viento, a las nubes que lo rodean, toda su felicidad.

Niki baja los ojos, luego lo vuelve a mirar.

– ¿En qué estás pensando?

Alessandro le sonríe.

– En nada. Perdona, pero estoy en mar abierto. Tú eres mi faro. No te apagues.

Después una ducha. Más tarde un aperitivo en albornoz. Luego un paseo por la terraza, hablando de esto y de aquello. En seguida algún que otro beso. A continuación alguna broma. Y un grito. Y una pequeña escapada jugando. Después de que el vecino haya salido a su terraza a vigilar. De que ellos se hayan escondido. Luego una carcajada. Luego. Después de todo eso, Niki está hambrienta.

Alessandro sonríe.

– Yo también. Tengo una idea. Vamos…

– ¿Adónde?

– No hasta el faro de la Isla Azul, pero sí a un lugar muy agradable.

Y rápidamente, sin arreglarse mucho, se meten en el coche y llegan delante de un local. Orient Express. Barrio de San Lorenzo.

– ¡No lo conocía! -Niki mira a su alrededor-. Pero ¡es una locomotora de verdad! Y se come dentro de los vagones. ¡Qué pasada! Y tú de qué lo conoces, ¿eh? -Lo mira suspicaz-. ¿No será que te estás viendo con alguna otra chica de diecisiete años, o quizá un poco mayor y que por lo tanto ya ha aprobado la Selectividad y no tiene nada que hacer?

– ¡Qué va! Me lo dijo Susanna, la mujer de Pietro, que se divierte descubriendo sitios nuevos, lugares, todo lo que pasa en la ciudad.

– ¡Qué fuerte! Me gusta esa tipa. También Pietro me cayó simpático el otro día en la comida.

Alessandro aparca y baja del coche.

– Bueno… a Pietro tú no lo conoces.

– ¿Cómo que no lo conozco? ¿Qué te pasa, estás lelo? Pero ¡si hasta pagó la comida!

Alessandro le coge la mano y da unos golpecitos con suavidad en su frente.

– Toc, toc, ¿se puede? ¿Hay alguien?

Niki resopla.

– Sí, hay un montón de gente. Cenas y fiestas en abundancia, alegría y pensamientos divertidos. ¿Qué querías?

Alessandro sonríe.

– Buscaba a la que ahora no le dirá a Susanna, la mujer de Pietro, que lo conoce.

– Ah. -Niki sonríe-. Ya entiendo. Claro. La que lo conoció ha salido un momento…

– Bien, entremos, estáte atenta.

– ¿Por qué, están todos tus amigos ahí?

– Pues claro, ¿de lo contrario por qué iba a decirte todo eso que te he dicho? ¡Qué felices todos vosotros, siempre de fiesta ahí adentro, ¿eh?! -Y Alessandro señala de nuevo la cabeza de Niki.

– ¡Menos cuando nos obligas a trabajar para los japoneses! ¡Entremos, venga!

Загрузка...