Noventa

Alessandro conduce a toda velocidad en la noche. A su lado va Niki. Y mil llamadas, mil preguntas por teléfono, mil interrogantes, mil porqués. Un intento desesperado por entender algo. No es posible. Hospital San Pietro. Alessandro pasa la barrera y aparca. Niki se baja de inmediato y entra en Urgencias. Corre por un pasillo hasta que ve a Olly y a Erica. Se reúne con ellas y se abrazan.

– Todavía no he logrado entender nada. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo está?

– Uno que iba a dos mil por hora con un Porsche por corso Francia. Ella estaba girando en el semáforo, iba al Pains y nada, el tipo la alcanzó de lleno. Su cochecito volcó y salió disparado, llegó hasta el otro semáforo. Está destrozado. No ha quedado nada. Sólo ella. Toda descalabrada.

– Sí, pero ¿cómo está? ¿Es grave?

– Una pierna y un brazo rotos. Además se golpeó en la cabeza. Y ése es el problema. Están haciéndole pruebas para ver si hay conmoción. Ya la han operado… Mira.

Las Olas se acercan a un cristal. En una fría y aséptica habitación pintada de azul claro, Diletta está vendada por completo, quieta, inmóvil, en una pequeña cama, que parece demasiado estrecha como para que quepa entera. Varios cables se entrecruzan y se pierden en sus brazos. Sedantes, vitaminas, y otros tipos de analgésicos para controlar su estado de shock. Un poco más allá, los padres de Diletta la observan en silencio, incapaces de moverse y de hablar, casi en suspenso, sin atreverse ni a respirar. Pero los padres se percatan de la llegada de Niki. Un saludo, un simple gesto con la mano. Por supuesto, ninguna sonrisa.

– Pero ¿qué han dicho los médicos? -pregunta en voz baja Niki a Erica.

– Nada, no se mojan, no han querido pronunciarse. De todos modos, han dicho que será difícil.

– ¿Difícil qué?

– Que vuelva a estar como antes. O sea, que pueda volver a hablar, por ejemplo.

Niki siente como una sacudida, un huracán, una oleada de inmenso dolor, se viene abajo, se derrumba, siente que le quitan la respiración, que se le ahoga dentro su deseo de estar alegre. Feliz. Y de improviso rabia, y estupor, incredulidad. Sentirse traicionada por la vida. No es posible. Diletta no. Diletta. Que es fuerte. Que nunca ha tenido novio. Y la ola sigue creciendo, cada vez más. Y casi la ahoga, le corta la respiración. Porque es como si le hubiese sucedido a ella, o peor aún. No sabría decirlo. Pero ella está allí, la mira y no puede hacer nada. No es posible. No puede más, no quiere pensarlo. Olas rotas. Sus olas. Y entonces Niki se acerca a Alessandro, que se ha quedado un poco apartado. Por miedo a molestar, a decir algo equivocado. Porque es así como se siente frente a las tragedias de los demás. También él lo lamenta por Diletta. Es de esas personas a las que no conoces directamente, a las que a lo mejor no ves mucho, pero que está presente cada día en lo que te cuenta la persona con la que sales y a la que sabes que le dedican sonrisas. Entonces esas personas pasan a ser un poco tuyas. Y al final también tú acabas echándolas de menos. Niki se le acerca y le aprieta fuerte la chaqueta con los puños, se la arranca casi, se aferra a esa tela, desesperada, como si fuese el único escollo seguro en medio de ese mar de absurdo dolor. Luego se apoya en el pecho de Alessandro y empieza a llorar quedo, en silencio, ahogando casi su dolor en esa chaqueta. Por respeto, por miedo, por no mostrar su debilidad ante los padres desesperados de Diletta. Alessandro no sabe qué hacer. Y la abraza despacio con sus brazos, fuerte, contra sí.

– Chissst… Tranquila, Niki… Chissst -Y basta eso, su abrazo, para que se sienta un poco más tranquila. Un suspiro profundo, lento. Y otro. Y otro más. Y los sollozos disminuyen. Poco a poco. Un poco de calma en esa chaqueta. Como una isla segura. Una pequeña ensenada. Una cala donde poder resguardarse de la tempestad. Y después aire. Respira profundamente. Niki emerge de nuevo de los brazos de Alessandro. Recupera el ánimo, la compostura. Se seca la nariz con el extremo de su camiseta de mangas largas. Se arregla un poco el cabello con ambas manos, metiéndoselo por detrás de las orejas. El cabello, un poco mojado, obedece. Recupera su lugar de un modo obediente y, silenciosamente, deja que la luz aparezca de nuevo en ese rostro.

– Estoy bien. -Intenta convencerse a sí misma. Y una pequeña sonrisa a Alessandro-. Vámonos a casa. Volveré mañana. -Casi mejor que en una famosa película.

Y se van sin más, en el silencio de una noche hecha de espera, de miedo, de impotencia, de esperanza, de plegaria. De la certeza de un mañana, eso está claro, pero de un mañana que puede no serlo para todos. ¿Cómo es la vida? Qué raro cuando no estamos distraídos, cuando no tenemos tanta prisa, cuando sabemos detenernos. Y sonreír. Y comprender. Y cerrar los ojos. Y notar incluso los segundos que corren por nosotros. Y saber vivirlos todos a fondo. Y saborearlos con una sonrisa, con preocupación, con esperanza, con deseo, con claridad, con cualquier duda. Pero saborearlos. Saborearlos a conciencia. Esto piensa Niki mientras se sube al Mercedes ML. Y no piensa nada más. No tiene fuerzas para imaginar que pueda perderse esa Ola.

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