Treinta y cuatro

Un poco más tarde. Algunas gaviotas pasan veloces sobre las olas de la orilla. Niki sale del agua con la tabla bajo el brazo.

– ¡Guau, los he machacado! He cogido más de diez olas. ¿Has visto cómo subía? No he perdido ni una sola.

– Has cogido catorce… Toma, tu goma del pelo.

Niki sonríe.

– Gracias, ven.

Regresan a la cabaña de la playa.

– Yo me voy a dar una ducha y me cambio en seguida. Siéntate ahí mientras tanto.

Niki ve a Mastín detrás de la barra.

– Eh, ¿nos traes ya tus deliciosas brusquetas mientras me doy una ducha?

El anciano sonríe detrás de la barra.

– Como desee la princesa. ¿Queréis también una dorada? Me las han traído fresquísimas.

Niki mira a Alessandro, que asiente.

– Sí, perfecto, Mastín. Para mí además una ensalada verde con tomate, pero no demasiado maduros, ¿eh?

Mastín asiente.

– ¿Quiere usted también, Alessandro?

Niki lo fulmina con la mirada antes de entrar en la cabina.

– ¡Mastín!, ¡no lo trates de usted! Hoy es un niño pequeño. -Y sonríe mientras desaparece detrás de la puerta.

Poco después están sentados a la mesa. Niki todavía tiene el pelo mojado cuando le da un bocado a su brusqueta. Después mira a Alessandro.

– Están ricas, ¿verdad? Yo vengo aquí sólo por ellas.

Alessandro se come una de las suyas.

– Con el hambre que tengo, no distinguiría estas almejas de los mejillones.

Niki se echa a reír.

– ¡De hecho son chirlas!

– Ya me parecían a mí demasiado pequeñas.

Niki come un poco más, se limpia un poco de aceite del mentón con el dorso de la mano que después, educadamente, se limpia con la servilleta.

– Vale, ha llegado el momento de trabajar.

– No, ¿qué dices?, hemos venido aquí a relajarnos.

– Nos hemos estado relajando hasta ahora. Estoy segura de que ahora se te ocurrirá alguna idea brillante, mejor que las olas que he cogido yo. Vamos, hay un momento para cada cosa. Por esta vez, lo hemos hecho al revés de lo que es habitual: primero el placer, y luego el deber… Y luego, quizá de nuevo el placer.

Alessandro la mira. Niki sonríe. Se pone un poco sensual. Le coge la mano en la que sostiene la brusqueta, se la lleva hacia su boca, luego recoge una chirla y se la mete en la boca.

– Ya te lo he dicho, ¡me encantan! ¡Venga, explica!

Alessandro sigue comiendo. Recoge alguna chirla caída en el plato y se las pone a Niki delante de la boca. Ella da un mordisco y le pilla también un dedo.

– ¡Ay, pupa!

– ¡Se dice sólo «ay»! ¿Ves como hoy eres tú el niño? ¿Qué, me lo dices o no?

Alessandro se limpia la boca con la servilleta.

– Bien, hay unos japoneses que quieren lanzar un caramelo.

– ¡Qué fuerte!

– Si todavía no te he contado nada.

– ¡Ya, pero la historia empieza a gustarme!

Alessandro mueve la cabeza, y empieza a explicárselo todo: el nombre del caramelo, LaLuna, la competencia con el nuevo joven creativo.

– Estoy segura de que es un tipo odioso, un chic radical, uno de esos que se sienten muy guays aunque en realidad nunca hayan hecho nada.

No comment -dice Alessandro sonriente.

Y continúa con la explicación. El riesgo que hay de irse a Lugano, el atajo de Soldini, el eslogan que tienen que buscar y la idea en general para toda la campaña.

– Ok, lo he entendido todo. ¡Yo te busco la idea! ¿Estás listo? En lugar de poner a esa rubia tan guapa que baila con los caramelos en la mano… ¿cómo se llama?

– Michele Hunziker.

– Sí, ésa… Podemos poner un paquete que baila en medio de un montón de chicas que se lo quieren comer.

– Ya lo hicieron hace tiempo, el caramelo se llamaba Charms.

Alessandro piensa en si ella habría nacido, pero prefiere no decírselo. Niki apoya la barbilla en la palma de la mano.

– ¡Demonios, entonces me han robado la idea!

Alessandro se echa a reír.

– ¡Amigos míos, aquí están las doradas y las ensaladas! -Mastín aparece a sus espaldas y deja los platos sobre la mesa-. Llamadme si necesitáis cualquier cosa, estaré allí.

– ¡Ok, Mastín, gracias!

– Hummm, tienen buena pinta. -Niki abre el pescado con el tenedor-. Qué aroma, está fresquísimo. -Lo parte y se lleva un trozo a la boca-. Y tan tierno… Hummm, rico de veras. -Después coge con dos dedos una pequeña espina-. ¡Jo, una espina!

– Pues claro, si te lo comes así… ¿Quieres que te lo limpie?

– No, me gusta así. Voy comiendo y mientras tanto pienso… ¡Estoy segura de que en seguida se me va a ocurrir otra idea brillante que todavía no me hayan robado!

Alessandro sonríe.

– Vale, de acuerdo.

Y empieza a quitarle las espinas a su pescado con meticulosidad. Después la mira mientras come. Niki se da cuenta y, con la boca llena, farfulla:

– Estoy pensando, ¿eh?

– Sigue, sigue…

Una cosa es segura: nunca ha asistido a un brainstorming así. Niki se limpia la boca con la servilleta, después coge su vaso y bebe un poco de agua.

– ¡Ok, tengo otra! ¿Estás preparado?

– Preparado. -Y vuelve a llenarle el vaso.

– Ésta es muy fuerte…

– Vale.

– Bien… Se ve una ciudad y de repente todo se transforma en paquetes de caramelos, y el último es el caramelo LaLuna. ¡LaLuna, una ciudad de dulzura!

Esta vez es Alessandro quien bebe. Y Niki le vuelve a llenar el vaso de inmediato.

– ¿Y bien? ¿Qué dices?, no te ha gustado, ¿eh? Estás sofocado.

– No, estoy pensando. No está mal. Pero se parece un poco a aquel anuncio con el puente, que en realidad es el chicle que el protagonista mascaba en su boca.

Niki lo mira y menea la cabeza.

– Nunca lo he visto…

– Venga, el chicle del puente, Brooklyn.

Niki golpea la mesa con el puño.

– ¡Diantres, también me han robado ésta! Está bien, pero la idea de la ciudad es diferente.

Alessandro come un poco de ensalada.

– Es diferente, pero ya está vista porque remite a la anterior. Necesitamos algo novedoso.

Niki come un trozo de tomate.

– Caray, sí que es difícil tu trabajo. Creía que era mucho más fácil.

Alessandro sonríe.

– De ser así, no tendría el coche que tú has decidido destrozarme.

Niki piensa un instante.

– No, pero tendrías mi ciclomotor, y sabrías hacer surf. Y, a lo mejor hubieses comido así de bien un montón de veces, aquí, donde Mastín.

– Ya.

Alessandro le sonríe de nuevo.

– Pero te he conocido.

– Sí, es cierto. Así que has hecho un buen trabajo. Eres afortunado de verdad.

Se miran un poco más rato de lo habitual.

– Escucha, Niki… -Justo en ese momento, suena su teléfono. Alessandro lo saca del bolsillo. Niki lo mira resoplando.

– Otra vez la oficina.

– No, un amigo mío. -Y responde.

– Dime, Enrico.

– Hola. Perdona, pero no podía más. ¿Y bien? ¿Cómo te ha ido con Tony Costa?

– De ninguna manera.

– ¿Cómo que de ninguna manera? ¿Qué quieres decir? ¿Ha rechazado el encargo? ¿Era demasiado caro? ¿Qué ha pasado?

– Nada, que todavía no he ido.

– ¿Cómo que no has ido? Alex, no lo entiendes, yo estoy mal, estoy fatal. Cada momento que pasa supone una tortura para mí.

Silencio.

– ¿Dónde estás ahora, Alex?

– Reunido.

– ¿Reunido? Pero no estás en tu despacho. Te llamé allí.

– La reunión es fuera. -Alessandro mira a Niki, que le sonríe-. La reunión es fuera y muy creativa.

Enrico suspira.

– Vale, lo entiendo. Disculpa, amigo mío. Perdona, tienes razón, pero eres la única persona con la que puedo contar. Te lo ruego, ayúdame.

Al oír su tono, Alessandro se pone serio.

– Tienes razón, Enrico, perdóname. Iré en seguida.

– Gracias, eres un amigo de verdad. Nos hablaremos más tarde.

Enrico cuelga. Alessandro se quita la servilleta de los muslos y la deja sobre la mesa.

– Nos tenemos que ir.

Intenta levantarse, pero Niki le apoya la mano en el brazo y lo detiene.

– Ok, en seguida nos vamos, pero antes estabas a punto de decirme algo.

– ¿Antes cuándo?

Niki ladea la cabeza.

– Antes de que sonase el teléfono.

Alessandro sabe perfectamente de qué está hablando.

– ¡Ah, antes…!

– Sí, antes.

– No era nada.

Niki le aprieta el brazo.

– No, no es verdad. Has dicho: «Escucha, Niki…»

– Ah, sí. Eh… Escucha, Niki. -Alessandro mira a su alrededor. Entonces la ve-. Bueno, te decía que… Escucha, Niki, estoy contento de haberte conocido, hemos pasado un día estupendo y tú me has regalado tiempo. Y sobre todo… ¡Es bonito darse cuenta de cosas como ésa! -Alessandro señala algo a sus espaldas.

Niki se da la vuelta y la ve.

– ¿Ésa?

– Sí, ésa.

Una red de hierro como inflada, con papel azul dentro y una especie de palo de yeso que la atraviesa.

– ¿Os gusta? -Mastín está allí al lado y sonríe-. Se llama El mar y el arrecife. Es bonita, ¿verdad? Es una escultura de un tal Giovanni Franceschini, un joven que, en mi opinión, hará carrera. Pagué un montón por ella. He invertido en él. Es decir, no es que haya pagado por ella… pero ¡hace más de un año que viene a comer de gorra gracias a esa escultura! Así que eso quiere decir que vale una pasta.

Alessandro sonríe.

– ¿Lo ves? Sin ti nunca hubiese visto El arrecife y el mar.

Mastín lo corrige.

El mar y el arrecife…, pero, ¡después de todo lo que llevo invertido, no se os ocurra pedírmela!

– Tiene razón, disculpe. -Alessandro saca su cartera-. ¿Cuánto es?

Niki se levanta de inmediato y vuelve a guardarle la cartera.

– Mastín, apúntalo en mi cuenta…

Mastín sonríe y empieza a recoger la mesa.

– Descuida, Niki. Vuelve pronto.

Alessandro y Niki se dirigen a la salida. Ella se detiene frente a la escultura. Alessandro se le acerca.

El mar y el arrecife… Bonita, ¿verdad?

Niki lo mira seria.

– Ten en cuenta que a mí no me gustan.

– ¿Las esculturas?

– No, las mentiras.

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