Ciento seis

Ese mismo día.

Como una tormenta de verano, como una tromba de aire en el aburrimiento de Ostia. Como una alarma de domingo por la mañana temprano, cuando finalmente puedes dormir sin horarios y alguien te despierta. Como ese día.

– ¿Dónde estás, Alex?

– En casa.

– ¿Te da tiempo a pasar por el centro?

– No… voy con retraso. Tengo que entregar los últimos bocetos para los carteles.

– De todos modos, allí sigues estando conmigo. -Niki se ríe.

– Por supuesto.

– Eh… te noto extraño.

– Es que voy con retraso.

– Ok, yo he quedado con mis amigas. Pero esta noche me tengo que quedar en casa porque es el cumpleaños de mi madre.

– Vale, hablamos más tarde.

Alessandro cierra su teléfono móvil. Da un largo suspiro. Larguísimo. Que le gustaría que no se acabase nunca, que se lo llevase lejos. Como el globo que se le escapa de la mano a un niño delante de una iglesia y se va hacia el cielo. Que produce tristeza. Después se vuelve hacia ella.

– ¿A qué has venido?

Elena está de pie en medio del salón. Tiene los brazos caídos. Lleva una falda azul claro, a juego con la chaqueta. En la mano lleva un bolso precioso, último modelo. Louis Vuitton. Blanco, con letras pequeñas de colores. Juega con el asa, pasando por él sus pequeñas uñas, pintadas de blanco pálido. Está ligeramente bronceada. Y un ligero maquillaje hace que resalte el verde de sus ojos, y su pelo, recién cortado, escalado, le cae sobre los hombros.

– ¿No tenías ganas de verme?

– Tenía ganas de recibir al menos una felicitación por mi cumpleaños.

Elena deja el bolso sobre la mesa y se sienta en el sofá, frente a él.

– Me pareció que llamarte ese día hubiese sido como una de esas cosas que se hacen por obligación. Una de esas cosas que hacen las parejas que no tienen valor para olvidarse.

Alessandro alza la cabeza.

– ¿Y tú ya te has llenado de valor?

– No. Lo estoy encontrando ahora. Te he echado de menos.

Alessandro no dice nada.

– Te sigo echando de menos también ahora.

– Pues ahora estoy aquí.

– No estás lejos.

Elena se levanta y va a sentarse a su lado.

– Ha pasado muy poco tiempo para que estés ya tan lejos.

– No estoy lejos, estoy aquí.

– Estás lejos.

Alessandro se levanta del sofá y empieza a caminar por el salón.

– ¿Por qué desapareciste?

– Me diste miedo.

Alessandro se vuelve hacia ella.

– ¿Que te di miedo? ¿Y cómo?

– Me pediste que me casara contigo.

– ¿Y por eso te di miedo? Tendría que haberte gustado, hacerte feliz. A todas las mujeres les gustaría que se lo dijera el hombre al que aman.

– Yo no soy todas las mujeres. -Elena se levanta y se le acerca. Alessandro se gira, dándole la espalda.

Elena lo abraza por detrás.

– ¿Y a mí no me has echado de menos?

Y apoya la cabeza en su hombro. Alessandro cierra los ojos, huele su perfume. White Musk. Se le insinúa lentamente, lo envuelve con levedad. Luego lo rodea como una serpiente, lo aturde. Elena lo besa en el cuello.

– ¿Cómo puedes haber olvidado nuestros momentos de amor, nuestras risas, nuestros fines de semana, nuestras cenas, nuestras fiestas…? Las miles de cosas que nos hemos confesado, prometido. Todo lo que hemos soñado.

Y Alessandro cierra los ojos, lo abraza más fuerte. Y en un instante revive todos esos momentos como en una película. Con su banda sonora. Con su sonrisa. Sus salidas, las vacaciones en la playa, el regreso en coche de noche, cuando ella se quedaba dormida… y él la amaba. Alessandro sonríe de nuevo.

Entonces Elena lo abraza con más fuerza aún, le rodea la cintura con las manos, se las mete bajo la chaqueta. Hace que se dé la vuelta. Alessandro abre los ojos. Están brillantes. Y la mira.

– ¿Por qué te fuiste…?

– No pienses en ayer. He vuelto. -Elena sonríe-. Y mi respuesta es sí.

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