– ¿Está Leonardo?
– Está en su despacho, hablando por teléfono…
Alessandro no espera un segundo y entra en el despacho de Leonardo sin ni siquiera llamar a la puerta.
– ¿Estás listo? La encontré. La tengo. Está aquí dentro. -Alessandro señala la carpeta.
Leonardo contempla incrédulo a Alessandro y su entusiasmo.
– Perdona, amor, pero ha entrado un loco y te tengo que dejar… te llamo más tarde. -Leonardo cuelga el teléfono-. ¿Qué ocurre? ¿Qué llevas ahí dentro?
– Esto.
Alessandro abre la carpeta y apoya sobre la mesa una tras otra, en secuencia, las tres fotos. Niki durmiendo de las maneras más extrañas. Boca abajo pero encogida, con un brazo por el suelo, con el culo en pompa. Se detiene. Espera un segundo. Capta de este modo aún más la atención de Leonardo, que ahora lo está mirando con curiosidad, atento, con los sentidos alerta. Como un sabueso que acecha a su presa.
– ¿Estás listo? ¡Ta-chán! -Y deja sobre la mesa la última foto. Niki durmiendo beatíficamente bajo los caramelos y con el eslogan encima: «Sueñas… con LaLuna».
Leonardo la mira. Se queda en silencio. Luego toca la foto con delicadeza. Casi preocupado por si la estropea. Se levanta, da la vuelta a la mesa, se dirige hacia Alessandro. Lo abraza.
– Lo sabía, lo sabía… Sólo tú podías conseguirlo. Eres el más grande, el mejor.
Alessandro se escabulle del abrazo.
– Espera, Leonardo, espera a celebrarlo. ¿Cuál es la fecha límite para la entrega?
– Mañana.
– Pues enviémoslas ahora mismo. Probemos, venga, veamos qué dicen.
Leonardo se detiene un momento a pensarlo, luego se decide y sonríe.
– Sí, tienes razón, es inútil esperar. Venga, vamos.
Se van corriendo los dos a la sala donde están los ordenadores del equipo gráfico y rápidamente le dan un lápiz de memoria a una ayudante.
– ¡Giulia, recupere las fotos que hay aquí dentro!
La chica se pone de inmediato a hacer el trabajo que le piden.
– Así, muy bien. Ahora prepare un mail para los japoneses, añada las cuatro fotos como adjunto y apártese, por favor. -Alessandro se sienta en el lugar de Giulia y empieza a escribir a toda prisa en inglés. Lo envía.
Leonardo lo mira un poco perplejo.
– Alex, ¿no será un poco atrevido escribirle una cosa así a su director de marketing?
– Me pareció un tipo con sentido del humor… Y en el fondo no está tan mal escribir que en Italia ya hemos empezado a soñar. De todos modos, Leo, el único problema de verdad es si les gusta o no.
Se quedan ambos frente al ordenador, esperando una respuesta. Alessandro se levanta y se coloca de pie, al lado de Leo.
– Me lo estoy imaginando. -Alessandro cierra los ojos-. Acaba de descargar su correo. Está abriendo los adjuntos… Bien, ahora está imprimiendo las fotos… Las deja secar. -Alessandro abre los ojos y mira a Leonardo. Luego mira hacia lo alto y sigue imaginando-. Ahora se las está llevando a la sala de reuniones, las cuelga en los paneles, ahora coge el teléfono, convoca a toda la comisión…
Leonardo mira su reloj.
– Bien, acaban de entrar. Algunos toman asiento. Las miran. Otro se levanta, quiere verlas de cerca. Llega el director. Las quiere ver de muy cerca. Da la vuelta a la mesa, se dirige al panel, mira la primera, la segunda, la tercera, se detiene ante la última. Un buen rato. Un poco más aún. Luego se vuelve hacia los demás… ha llegado el momento decisivo. Ahora o sonríe o niega con la cabeza. Ya han tomado una decisión. En este momento, el director le está encargando a alguien que responda a nuestro mail… La respuesta tendría que estar entrando ahora.
Alessandro y Leonardo se acercan de nuevo al ordenador. No hay ningún mensaje todavía. Nada.
– El director está indeciso. Aún lo está pensando -Leonardo interviene.
– Puede ser que alguien haya dicho algo. A lo mejor quieren un eslogan diferente.
– Puede ser. Pero no es buena señal que nos hagan esperar tanto.
– Depende. No news, good news… -Y justo en ese instante, aparece escrito en la pantalla: «Tiene un nuevo mensaje de correo.»
Alessandro se sienta de nuevo frente al ordenador. Clica encima y hace desaparecer el aviso. Un icono abajo a la derecha indica que el servidor está descargando el correo. Alessandro espera. Lo abre. En la lista de correos recibidos aparece en primer lugar la dirección electrónica de los japoneses. Alessandro se vuelve hacia Leonardo. Lo mira. Éste le hace una señal con la cabeza.
– ¿A qué esperas? Venga, ábrelo.
Alessandro selecciona el correo con el ratón. Lo abre. «Incredible. We're dreaming too…» [6].
Alessandro no puede creer lo que están viendo sus ojos. Da un grito de alegría. Se levanta del ordenador, empieza a dar saltos de felicidad, luego se abraza a Leonardo. Se ponen a bailar juntos, arrastrando también a Giulia, que baila con ellos, feliz, aunque sólo sea por solidaridad y por un natural sentido del deber. Y justo en ese momento pasan Giorgia, Michela, Dario y Andrea Soldini. Los ven que están saltando como locos, dando gritos de felicidad, bailando… Leonardo y Alessandro parecen haberse vuelto locos. Giulia, agotada, se ha dejado caer en su silla. Todos entran en la sala. Pero Andrea Soldini es más rápido y corre junto a Alessandro.
– ¿Es lo que estoy pensando? Dime que es lo que estoy pensando.
Alessandro afirma con los ojos, con la cabeza, con todo.
– iSí! ¡Sí! ¡Sí!
– ¡¡¡No me digas!!! -Y todos se ponen a bailar juntos. Andrea da saltos sobre sí mismo, practica una extraña danza mexicana, una vaga imitación del baile final de Bruce Willis en El último Boy Scout. Luego baila al lado de Alessandro.
– Dime una sola cosa… no te enfadarías por la botella de champán, ¿verdad?
– ¿Enfadado? ¡Fue precisamente tu regalo el que nos ha hecho ganar!
Y siguen bailando así, alegres, bulliciosos, cansados, desenfrenados, relajados al fin, abandonando toda la tensión acumulada en días y más días de trabajo.
Marcello, Alessia, el resto de las personas de su equipo están asomados a la puerta. Los han oído gritar. Alessia sonríe. Lo ha entendido todo. Alessandro la ve desde lejos y le guiña el ojo. Luego levanta el brazo con el puño cerrado, en señal de victoria. Alessia mira a Marcello y, sin preguntarle siquiera, entra en la habitación y se acerca a Alessandro:
– Felicidades, de verdad. Seguramente lo habéis hecho muy bien. Como de costumbre, por lo demás.
Alessandro deja de bailar, suelta un largo suspiro, intentando recuperar el aliento.
– Te aseguro que esta vez no estaba seguro de conseguirlo.
– La verdad es que era una prueba difícil.
– No. Es que tú no estabas.
Se miran un instante. Luego se abrazan. Alessia se aparta y lo mira.
– ¿Podré llamarte siempre jefe?
– No. Sigue llamándome Alex.
Marcello, al ver esa escena, se aleja, seguido del resto de su equipo.