Sarah

Es un piso de dos habitaciones que comparten seis chicas, incluyéndome a mí. Está bien. Son bastante majas y me indican un rincón de uno de los dormitorios donde puedo dejar mi mochila.

Meg me presenta a las demás, me lleva hasta la cocina y nos prepara huevos y patatas al horno. Me muero de hambre. Por la mañana no puedo comer nada, pero por la tarde me muero de hambre.

– Una buena comida al día -afirma-. O eso, o la dieta rockera: pitillos, vodka y… bien, ya sabes.

La idea me revuelve el estómago. Nunca he tomado alcohol ni he fumado, y ahora aún menos.

Debo de haber puesto una cara rara porque Meg dice:

– Tendrás que echar un trago. Todo el mundo bebe. Es el único modo de sobrevivir aquí. Pero no hoy, no en tu primera noche.

– ¿Sobrevivir? No pinta tan mal.

No mueve ni un músculo de la cara, pero hay algo, un parpadeo en sus ojos. ¿Qué ocurre aquí? La puerta principal se abre, y un hombre entra en el piso e irrumpe en la cocina. No es muy alto, unos pocos centímetros más que yo, pero es de complexión robusta, con unos brazos musculosos que sobresalen del tejido de su cazadora vaquera. Lleva un cigarrillo en una mano y las llaves de un coche en la otra.

– ¿Todo bien? -pregunta a Meg y se inclina para besarla en los labios. En el último momento, ella ladea la cabeza y le ofrece la mejilla-. No seas así, estúpida zorra -le dice, y la frialdad de esa voz me pone los pelos de la nuca de punta. Entonces me ve y su lenguaje corporal cambia-. ¿Quién es? -pregunta, y ahora se concentra completamente en mí.

– Ésta es Sarah. Necesita un lugar donde quedarse.

– Ya, ya. -Me mira de arriba abajo antes de ofrecerme la mano-. Shayne. Bienvenida a nuestra humilde morada.

Le doy la mano -sería grosero no hacerlo, y no estoy lo bastante segura de mí misma todavía para mostrarme maleducada con él- y nos las estrechamos. La sostiene un poco demasiado para ser un gesto agradable.

– Seguro que hay gente que te busca -me dice.

Me encojo de hombros.

– No te preocupes. Aquí estarás bastante segura; nadie te va a delatar. Pero necesitaré una contribución para el alquiler. No esta noche, la primera es gratis. Mañana.

– Oh -digo-. Muy bien. Tengo dinero…

No ha dicho cuánto, pero sólo me voy a quedar una noche o dos y no costará más de cincuenta euros, ¿verdad? ¿O cien?

Las chicas están a punto para salir, peinándose y maquillándose. Shayne entra y sale de las habitaciones. Si fuera una de ellas, le diría que se perdiera, pero ninguna lo hace. Meg se instala en el sofá y da unas palmaditas en él, invitándome a sentarme a su lado.

– ¿No sales? -le pregunto.

– No, esta noche no. Me quedaré contigo.

– Gracias -le digo.

Saca una lata de tabaco y un poco de papel de liar, y empieza a preparar un porro. Nos ponemos a ver la tele y, cuando Shayne entra en el salón, le pasa el porro y él se queda de pie, fumando. Nos mira a nosotras, no a la tele. Entonces, echa un vistazo al reloj, que es grande, dorado y ostentoso.

– ¡Venga, chicas! -grita-. Hora de irnos.

Las demás empiezan a salir. Shayne es el último en hacerlo.

– Vinny llegará enseguida. ¿Podrás ocuparte de él, verdad? -pregunta a Meg.

– Claro.

Él da un paso adelante y le entrega un fajo de billetes. Ella se lo mete en el sujetador.

– Muy bien, nos vemos más tarde, chicas -se despide y, entonces, le guiña un ojo a Meg y levanta los pulgares.

La puerta se cierra detrás de él.

– Parece… amable -digo-. Llevándose a todo el mundo fuera.

Ella resopla, alarga el brazo a un lado, hacia el suelo, coge una botella de vodka y echa un trago.

– Es un gilipollas, pero menos que algunos de los demás. Toma… -me ofrece la botella.

– No, gracias -respondo.

– Vamos.

– No, no pasa nada. No bebo.

– ¿Un poco de esto? Es buen material. -Me coloca el porro debajo de la nariz.

– No, gracias.

Meg me mira y se le endulza la expresión. Alarga el brazo y me alisa el pelo alrededor de la cara.

– ¿Cuántos años tienes? -me pregunta.

– Dieciocho -respondo.

Ella sonríe.

– ¿Cuántos años tienes, de verdad?

– Dieciséis.

– Vete a casa, Sarah, antes de que sea demasiado tarde.

– Me fui de casa por un motivo.

– Ya, todas lo hicimos, pero esto no es mejor, créeme. Te ayudaré, te daré un poco de dinero para que cojas un taxi o lo que sea.

– No es necesario. Tengo dinero…

Abre un poco más los ojos y se lleva el dedo a los labios.

– No se lo digas a nadie, ni tan siquiera a mí. Confío en que lo tengas bien escondido porque éstas son un puñado de arpías ladronas.

– Lo tengo en mi… Será mejor que lo compruebe. -He dejado la mochila en una de las habitaciones; me levanto de un salto y voy a buscarla. La cremallera está abierta: alguien ha estado hurgando y lógicamente, el dinero ha desaparecido. Todo, hasta el último billete.

– ¡Mierda! Alguien lo ha cogido. ¿Me ayudarás a recuperarlo?

Niega con la cabeza.

– Ha desaparecido y no lo volverás a ver. Si tienes dinero, llévalo siempre encima. -Se da un golpecito en el pecho, donde se ha metido el dinero que Shane le ha dado.

– Pero ha sido una de las chicas, o Shayne. Entraba y salía de las habitaciones, ¿verdad? La gente no puede ir robando cosas. ¡Es mío!

– Ha desaparecido. Ahí tienes tu primera lección. Dura, ¿verdad? Esperemos que no haya sido Shayne, porque habrá visto esto.

Saca de mi mochila la camisa y la corbata de la escuela.

– ¿Por qué?

– Te obligará a llevarlo mañana. Puede cobrar el doble por una chica vestida con un uniforme escolar.

Mañana. Shayne quiere un poco de dinero para el alquiler pero alguna zorra me ha robado el que tenía. ¿Cómo voy a conseguir dinero? ¿Cómo diablos he…? Entonces comprendo lo que ha querido decir Meg.

Cobrarán por mí. Mañana.

– Las chicas… -digo-. No han salido simplemente por el centro, ¿verdad?

Toma otro trago de la botella.

– No -responde-. Han salido a trabajar. Yo también debería haberlo hecho, pero Shayne me ha dado la noche libre. Quiere que te vigile.

Que me vigile, que se asegure de que no huya. Tenerme aquí hasta mañana. Mañana. Oh, Dios mío.

– Meg -le digo-. No puedo… No puedo hacer lo que las demás chicas hacen.

Siento náuseas al pensar en ello. Es de lo que huyo y no pienso permitir que nadie me lo vuelva a hacer. No voy a permitir que ocurra. No…

Vuelve a estirar el brazo hacia mí. Tiene su mano en mi pelo, acariciándolo, calmándome.

– Claro que puedes. Todo el mundo se pone nervioso la primera vez, pero no pasa nada. Toma un poco de vodka, un poco de hierba o lo que sea, y estarás bien.

– No, quiero decir que de verdad no puedo.Estoy embarazada.

Se sienta en la silla, frunce el ceño, ladea el brazo y ríe.

– ¡Oh, Dios santo! Estoy perdiendo mi toque. Ni siquiera lo había notado. ¿De cuánto estás?

– No lo sé.

Me siento y levanto la camiseta por encima de mi barriga hinchada.

– Oh, Dios mío, ¡mírate! ¿Cinco meses? ¿seis? Ya basta, te voy a sacar de aquí.

– ¿No te meterás en problemas?

– Sí, tendré problemas, pero me da igual. No puedo enviar un corderito como tú al matadero.

– Pero nadie querría conmigo, ¿no?

Descruza las piernas y se levanta del sofá.

– Oh, sí, claro que querrían. Hay algunos tíos enfermos ahí fuera, y Shayne los conoce a todos. ¿Estás segura de que no puedes volver a casa?

Niego con la cabeza. Pase lo que pase, por mal que se pongan las cosas, no pienso volver allí. Entonces se acerca a mí, se agacha y me pasa el brazo alrededor.

– Te encontraremos un sitio, un lugar seguro -me dice al oído.

Suena el timbre. Meg se aparta de mí; se le ha corrido el maquillaje alrededor de los ojos. Se pasa el dedo por debajo de cada ojo, parpadea y se sorbe fuerte la nariz.

– Mírame. Estoy hecha una blanda, ¿eh? Ése debe de ser Vin. Quédate aquí.

Va hasta la puerta. Oigo dos voces, la suya y la de un hombre, durante un buen rato, aunque no entiendo lo que dicen. Entonces, Meg vuelve a entrar en el salón.

– Éste es Vinny -me suelta-. Dice que puedes irte con él.

El hombre que tiene detrás da un paso adelante. Es alto y desgarbado, con los ojos profundamente incrustados en una cabeza que parece una calavera.

No sé qué decir ni qué hacer, ni tampoco en quién confiar. Creía que Meg era legal y resulta que me estaba reclutando para un chulo. Y ahora, ¿quién es éste?

– No pasa nada -dice Meg-. No te hará daño. Le confiaría mi vida; de hecho, lo hago cada día-. Intercambian una rápida sonrisa y, entonces, entrelaza su mano con la de él e inclina la cabeza en su hombro.

– Sarah, no te hará daño. Yo no te haría eso.

«¿No lo harías?»

Vinny acaricia el pelo de Meg y luego se aparta de ella.

– Te puedes quedar en nuestra casa okupa -dice-. Sin condiciones, ninguna. Allí Shayne no te tocará un pelo. Sin policía, ni nada por el estilo.

– ¿Por qué? ¿Por qué lo harías?

Mira el suelo y arrastra un poco los pies.

– Meg me lo ha contado. Lo del bebé. Necesitas un sitio donde ir, y yo tengo uno. Es sencillo.

Estoy bastante segura de que no es tan sencillo, pero sé lo que sucederá si me quedo aquí. Afrontémoslo, mis opciones son escasas, así que me arriesgo.

– De acuerdo -digo.

– ¿Quieres un trago, Vin? -pregunta Meg-. Quédate y tómate una copa conmigo.

Mira el reloj y niega con la cabeza.

– Será mejor que me vaya, cariño. Si tenemos que irnos, mejor hacerlo enseguida. ¿De acuerdo? -me dice.

– De acuerdo -respondo.

Meg me da otro abrazo cuando me voy.

– Cuídate -me dice, y me da una palmadita en el vientre. Es la primera vez que alguien hace eso, aparte de mí, dar un golpecito al bebé: hace que todo parezca real. Hay alguien creciendo en mi interior, una nueva persona. La realidad de ese hecho, de lo que significa, prácticamente me marea.

– ¿Estás bien? -me pregunta Vinny, mientras me pongo de pie, tambaleándome un poco.

– Sí -respondo, y respiro hondo-. Sí, estoy bien. Vámonos.


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