Sarah se sumerge en el armario. No veo lo que está pasando.
– ¿Está ahí? ¿La tienes? -grito. Por encima de mi cabeza, las vigas del techo en llamas están tan calientes que puedo sentirlo desde aquí abajo. Trato de mantener la calma, pensar sin sentir, hacerme cargo de la situación, tomar las decisiones correctas, pero ya he oído antes este ruido. Mi cuerpo recuerda este calor abrasador, mi piel me grita: «Lo sabes. ¡Otra vez no! ¡Fuera de aquí! ¡Fuera de aquí!» Estoy bañado en sudor. Cada crujido, cada movimiento por encima de mí me hace estremecer. «Eso es. Se está viniendo abajo.»
– ¡Sarah! -grito, pero mi voz parece un alarido de terror-. ¡Sarah! ¿La tienes? ¡Sácala ya!
Puedo escuchar el llanto de Mia. Me agacho para inspeccionar el interior del espacio oscuro. Hay tres personas metidas ahí dentro: Sarah, Mia y su mamá.
– ¡Jesús! -La madre de Sarah está muerta, tiene hundida la mitad de la cabeza.
Sarah ha cogido a Mia, que sigue llorando, aunque está viva.
– ¡Por el amor de Dios, Sarah, sal de ahí ahora mismo!
Me aparto un poco hacia atrás, para dejar espacio a fin de que salga, pero oigo un silbido, un sonido desgarrador encima de mí. Miro hacia arriba y una viga de madera está cayendo del cielo hacia donde estoy.
– ¡Mierda!
Me lanzo dentro del armario y choco con la madre de Sarah. Ésta se desploma a un lado, mientras Sarah grita y la viga se estrella contra el suelo a medio metro de mi pie.
– ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! -Me vuelvo y miro detrás de mí. La viga está cruzada en el pasillo, todavía ardiendo, enviándonos el calor y las llamas. Caen más escombros encima, y los trozos que todavía no se están quemando pronto arderán.
Sarah no para de gritar. En este espacio minúsculo está haciendo tanto ruido como Mia. Miro de nuevo las llamas: estamos atrapados aquí. Cada vez hace más calor, pronto arderá el marco de la puerta y las llamas penetrarán en el interior con nosotros. Naranja, amarillo y blanco. Es demasiado brillante, demasiado brillante, pero no puedo apartar la mirada. Hay un rostro en las llamas. «Junior se tambalea hacia atrás, agarrándose el estómago y cae, cae, cae. Las llamas me tienen rodeado. Me están derritiendo la piel, asándome por fuera.»
Llega la primera llama, que lame todo el marco de la puerta. Me deslizo fuera de su alcance por encima de los vidrios rotos hasta que me encuentro directamente frente a Sarah. Tengo su boca cerca del oído y todavía está chillando.
– ¡Sarah! -le grito-. Tienes que parar. Estás asustando a Mia.
Sus chillidos se convierten en palabras.
– ¡El fuego! Ya está aquí. Estamos atrapados.
– Lo sé.
– ¿Qué vamos a hacer?
Mirar hacia afuera por la puerta del armario es como mirar dentro de un horno. Es una locura salir ahí. Debería darle la espalda, poner los brazos alrededor de Sarah y Mia, y mantenerme en esa posición hasta el final. Debería decirles que las amo, cerrar los ojos y mantenerlos así. Encontrarán cuatro cuerpos aquí.
– ¿Adam? ¿Adam?
Me mira esperando una respuesta, pero no tengo ninguna. No tengo ningún plan y estoy tan aterrado como ella. Pero, entonces, su número vuelve a aparecer ante mí y me acuerdo de lo que significa. Vamos a envejecer juntos. Ella morirá sin sufrir. No estamos destinados a morir aquí. El de Sarah es un número que no quiero cambiar. Me he aferrado a él desde el primer momento en que la vi. Me aferraré a él ahora.
– Vamos a tener que atravesar el fuego. -Es nuestra única opción.
– No puedo. No puedo.
– Voy a salir primero para ver cómo está ahí afuera. Entonces, cuando te lo diga, sales. Vamos a pasar juntos por esto.
Ella ya no grita, pero está llorando, con un ruidoso gimoteo.
– Podemos hacerlo, Sarah. Podemos hacerlo.
Sé cómo nos vamos a sentir. He estado aquí antes.
«No pienses. No pienses. Hazlo y ya está. Hazlo. ¡Hazlo ahora!»
Me alejo de Sarah arrastrando los pies y pongo la mano en la parte inferior del marco de la puerta. La pintura forma ampollas por el calor. Me inclino hacia delante y hacia fuera, tratando de mantenerme a poca altura. El calor me deja sin respiración. Parece que estamos rodeados por las llamas. Sé que la parte delantera de la sala está bloqueada, por lo que nuestra mejor posibilidad es siguiendo el camino por el que hemos llegado aquí, pasando de nuevo por la cocina, por donde he enviado a la abuela. El fuego está tan cerca que no puedo ver lo que sucede al otro lado. ¿Se ha derrumbado el techo de la cocina o está despejado? No hay tiempo para comprobarlo. El pelo de mi cabeza arde: me estoy quemando aquí donde estoy.
– ¡Sarah, tenemos que irnos ahora!
Me mira fijamente en la oscuridad como un animal acorralado, pero no se mueve.
– No puedo.
– La abuela ha pasado. Está bien. Y tú tienes que hacerlo ahora. ¡Rápido!
Se mueve hacia delante de rodillas, sosteniendo a Mia cerca de su cuerpo. La cojo por los codos y la ayudo a levantarse y salir. Tiene los ojos rojos y lucha por mantenerlos abiertos contra la luz y el calor.
– Oh, Dios mío, no puedo. No puedo.
Se agacha.
– Son cuatro pasos y ya habrás cruzado. Son solo cuatro pasos.
– No puedo hacerlo. Oh, Dios mío.
– No tenemos tiempo para esto.
Estoy encorvado sobre ella, de pie entre ella y las llamas. Puedo sentir como se me chamusca la carne de la espalda debido al calor.
– Dame a la niña. Dame a Mia.
Entonces me mira: veo las llamas reflejadas en sus ojos y en todo este caos hay un momento de quietud entre nosotros. Los dos sabemos que estamos justo en medio de su pesadilla.
Así es.
Así es como sucede.
Ella vacila durante uno, dos segundos. La parte de atrás de mi sudadera está en llamas, puedo sentirlo.
– ¡Sarah! ¡Dame a la niña!
Ella me pasa a Mia.
– ¡Ahora vete!
Da unos pasos alejándose de mí. Durante una fracción de segundo, su cuerpo es una forma negra contra las llamas y luego desaparece. Mia está llorando y yo también. Pensaba que conocía el dolor. Pensaba que había conocido el terror. Estaba equivocado.
Esto es dolor.
Esto es terror.
Cojo a Mia apretándola contra mi cuerpo, enroscándome sobre ella, protegiéndola con los brazos.
Y entro en el fuego.