Sarah

Val llega a casa justo después de la medianoche. Parece agotada, tiene la piel hundida alrededor de los ojos y la boca contraída en una línea adusta.

– Han presentado cargos contra él. Dicen que van a llevarle a algún maldito lugar para delincuentes juveniles a muchos kilómetros de aquí. Dios sabe cómo voy a ir a verle.

Le ayudo a quitarse el abrigo y pongo agua a hervir. La libreta está sobre la mesa de la cocina, pero ella parece no verla. Se concentra en encender un cigarrillo. Su mechero está casi sin gas y lo chasquea repetidamente con una furia cada vez mayor.

– Vamos -refunfuña, con el cigarrillo colgando de la comisura de los labios-. Enciéndete, maldita sea. ¿Por qué no te enciendes?

– Hay otro en alguna parte. Aquí… -Cojo uno nuevo de encima del microondas, lo enciendo y lo mantengo en el extremo de su pitillo. Ella agarra el mechero viejo con tanta fuerza que parece que vaya a triturarlo. Se lo cojo con cuidado y lo pongo en la mesa, al lado de la libreta de Adam. Y entonces la ve.

– ¿De dónde has sacado esto?

– La he encontrado, debajo de su cama. No estaba buscándola ni nada de eso. Me ha llamado la atención.

– ¿Sabes qué es? -Sus ojos de color avellana ahora buscan los míos, con recelo.

– Sí.

– ¿La has leído?

No puedo mentirle. Ella puede ver directamente dentro de mí.

– Un poco. -«Suficiente. Demasiado. Mi número. El de Mia»-. ¿Y tú?

Niega con la cabeza.

– No, no quiero hacerlo. Hubiera podido, pero no lo he hecho.

Sé exactamente lo que quiere decir.

– Sarah -dice-, deshazte de ella.

– ¿Qué?

– Tenemos que deshacernos de ella. Adam ya tiene suficientes problemas; no le ayudará que la encuentren. Aquí… -Coge el mechero nuevo y lo alarga hacia mí. Quiere que la queme.

– Es de Adam. Es personal.

– ¿Hay algo ahí acerca de ese muchacho, de Junior?

«Violenta, una navaja, el olor de la sangre, sensación de malestar, 6/12/2026.»

– Sí, sí que aparece.

– Pues hazlo: quémala, Sarah. Yo sé que él no lo hizo. Me lo ha dicho y le creo. Me parece que han sacado algunas cosas de su ordenador, pero esto lo enviaría a la cárcel. Esto podría condenarlo a la horca. La pena de muerte es aplicable a partir de los dieciséis años. Podrían cargárselo, Sarah. A mi niño. A mi niño precioso.

Le cojo el mechero y miro alrededor. El cubo es de plástico, no sirve. No puedo salir a la calle porque allí está reunida toda la prensa. No quiero tener público y no quiero ser captada por una maldita cámara destruyendo pruebas. Tendré que hacerlo en el fregadero.

Tengo la libreta en una mano y el mechero debajo de ella. Concentro la llama en una esquina que no tarda mucho en prender. Sigo sosteniéndola así mientras puedo pero, cuando las llamas comienzan a lamerme las yemas de los dedos, la dejo caer ardiendo en el fregadero. Val y yo nos quedamos mirando cómo se enrollan las páginas en sí mismas, torturadas por el fuego, hasta que lo único que queda es un montón de fragmentos negros y grises. Entonces los recojo directamente con las manos y los tiro al cubo de la basura.

– Hecho -dice-. Gracias, Sarah.

Deslizo mis manos bajo el grifo, frotándomelas para deshacerme de los fragmentos de ceniza que se me han adherido a la piel. Ojalá pudiera borrar el contenido de la libreta con tanta facilidad, pero ahora está en mi cabeza, al igual que ha estado en la de Adam durante tanto tiempo: sentencias de muerte, números, el mío propio y el de Mia.

1/1/2027.

Oh.

Dios.

Mío.


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