Adam

No puedo hacerlo. Sólo faltan dos días y estoy en una celda. En el fondo sabía que iban a detenerme por lo de Junior. ¿Cómo no iban a hacerlo? Anoté la fecha de su muerte en mi ordenador de bolsillo, en el ordenador de mi padre, en mi libreta. Está ahí y no puedo negarlo, ¿y qué puedo hacer para que alguien entienda que, aunque lo sabía, no lo planeé? ¿Quién va a creerme?

Sabía que iban a hacerlo, pero no pensaba que sería ahora. Pensaba que estaría con la abuela, con Sarah, ayudándolas, buscando a Mia, en un lugar seguro. Siento que les he fallado. No estoy ahí para ayudarlas.

Los polis dicen que mañana van a llevarme ante el tribunal y lo más probable es que los jueces decreten prisión preventiva hasta el juicio. Sólo Dios sabe cuánto tiempo tendré que esperar para el proceso.

Y han vuelto los hombres trajeados. Justo antes de encerrarme aquí, dos de ellos entran en la sala de interrogatorios, el gordo y el pelirrojo.

– Aparecer en Grosvenor Square -dice el barrigón- no fue una decisión inteligente. Ya has visto el pánico que has creado. Tú y tus «amigos». Sabemos quiénes son: Sarah Harrison, Val Dawson y Nelson Pickard. Sabemos dónde están Sarah y tu abuela -el estómago me da un vuelco y siento crecer el pánico-, pero Nelson, ¿dónde está él, Adam? ¿Dónde está Nelson?

Niego con la cabeza.

– ¿No lo sabes o no quieres decirlo? Estás metido en un montón de problemas. Quizá podríamos… ayudarte.

Un rayo de esperanza. Tal vez éste sea mi camino de regreso a casa.

– ¿Sacarme de aquí?

Niega con la cabeza.

– Estás acusado de asesinato, Adam. Todavía no podemos librarte de eso. No, aunque podríamos facilitarte las cosas, por ejemplo hacer que te trasladaran a un hospital. Oyes voces, ves números y tienes una historia familiar relacionada con ello. Tu mamá y todo eso. Podríamos asegurarnos de que te sometieran a tratamiento.

Miro para otro lado.

– Sólo necesitamos saber dónde está Nelson, eso es todo.

No soporto lo que están diciendo y tengo miedo por Nelson, a quien yo he metido en esto. Miro al tipo directamente a los ojos.

– No se lo voy a decir -digo-. Nelson es un héroe, vale más que diez de ustedes. Él ha llegado a la gente y la ha puesto en marcha. Ustedes no han hecho nada. Lo sabían y no han hecho nada. No voy a hablar, aunque me arrancaran las uñas de las manos.

Entonces se ríe.

– En este país no hacemos eso. -Hace una pausa-. Lástima.

Ambos intercambian una sonrisa. Supongo que ésta es su idea de una broma. Quiero borrar la sonrisa de sus rostros. Quiero que se vayan.

– No sé por qué están perdiendo el tiempo aquí -digo y les miro a ambos a los ojos, a uno después del otro-. Ustedes también deberían estar en esa autopista. No les queda mucho tiempo.

El mayor de los dos me mira con el ceño fruncido.

– Eso suena a amenaza.

– No es una amenaza, tío, yo sólo digo lo que veo.

Arrastra la silla hacia atrás y se dirige hacia la puerta.

– Sácalo de aquí -le dice al poli de fuera-. Sácalo.


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