Sarah

Tardo un rato en explicarlo. Estoy entumecida por el frío y atontada por lo que me ha pasado, así que hasta que no me tomo una taza de sopa, y el calor de ésta me ha penetrado hasta los huesos, no puedo contar lo que ha sucedido. Adam y su abuela escuchan en silencio.

Cuando he acabado, Adam me dice:

– La recuperaremos, Sarah. Lo haremos, la recuperaremos.

– No me la devolverán.

– Tú eres su madre, y eres una buena madre, te he visto con ella. ¿Por qué no iban a devolvértela?

– Tengo dieciséis años. He tenido problemas en todas las escuelas en las que he estado. Me he escapado de casa, he vivido con traficantes de droga y acabo de herir a un poli; le he arañado la cara desde el ojo hasta la barbilla.

– Seguro que has tenido tus razones para hacerlo. -Val enciende otro pitillo con tranquilidad, y yo pienso en lo afortunado que es Adam por tenerla. No me juzga ni me dice lo que tengo que hacer.

– Cuéntale a la abuela el resto -dice Adam-. Cuéntale lo de tu padre.

No puedo. Quizá sea una joya, pero aún no la conozco lo suficiente, no para eso. Niego con la cabeza.

– ¿Te importa que lo haga yo? -Yo me encojo de hombros, y él se lo cuenta. El cigarrillo se va consumiendo entre los dedos de la abuela, sin fumar, mientras escucha.

– ¿Y Mia es…?

– Mia es Suya -digo-. Bueno, Él es el padre. Pero ella no es de Él, nunca lo será. Es mía.

– Cariño -dice la abuela-, ve al Ayuntamiento. Cuéntales la verdad e insiste hasta que te escuchen. Ella es tu hija y debería estar contigo. Te acompañaremos. Vamos a ayudarte, ¿no es cierto, Adam?

– Por supuesto, claro que lo haremos.

– Lo haremos -dice, bañándonos a ambos en su humo de nicotina-. Joder, sí lo haremos. No podemos dejar que esos cabrones ganen.

Pero no es tan fácil, porque al día siguiente, cuando voy al Centro de Servicios Integrados y por fin consigo ver a un asistente social, llaman a la policía. Y me llevan a la comisaría y me acusan de agresión.

Lo peor es que me acusan bajo mi verdadero nombre. La cortina de humo que yo creía haber creado a mi alrededor y de Mia se ha volatilizado. Cuando me escapé de Paddington Green, encontraron mi abrigo y, por supuesto, en el bolsillo estaba mi tarjeta de identificación. No puedo creer que fuera tan tonta. Debería haberla tirado o destruido. ¿Por qué me la quedé? ¿En qué estaba pensado cuando no me deshice de ella? ¿Alguna parte de mí pensaba que algún día iba a volver a mi antigua vida?

Así pues, la policía y los Servicios de Atención a la Infancia han ido reconstruyendo mi historia. Han unido las piezas del rompecabezas: mi casa, la escuela, Giles Street, Mia, excepto que nadie sabe que se llama Mia. Obviamente, Vinny y los chicos no les han dicho nada; así que siguen llamándola Louise, y pienso: «Todavía tengo eso, su verdadero nombre. Quién es ella realmente.»

Y pienso en ella durante todo el interrogatorio y la espera: su rostro, su tacto en mis brazos, su olor, su sonrisa. Pensar en ella me mata, pero es lo único que me permitirá aguantar todo esto.

Ahora me tienen y no quieren dejarme marchar. Van repasando las diferentes opciones: familia de acogida, un lugar para delincuentes juveniles… o mi casa.

– Les hemos dicho a tus padres que os hemos encontrado. Están viniendo hacia aquí.

Me siento como si estuviera cayendo en un agujero negro.

– No. No, no quiero verlos. -La mujer frunce el ceño. Tiene unos cincuenta y pico años, y parece como si ya hubiera nacido con esa edad.

– Son tus padres. Tienes dieciséis años.

– Me escapé. ¿No lo entiende? Huí de ellos.

– Te escapaste porque estabas embarazada.

– No, no fue por eso. De acuerdo, sí, fue por eso, pero no es lo que usted cree.

– ¿Por qué lo hiciste? Cuéntamelo.

Pero no puedo hacerlo. En este desnudo cuarto de interrogatorios. Con esta desconocida. No puedo hablarle de mi padre, de lo me que hizo. Sé que fue un delito, y éste es el lugar donde se denuncian los crímenes y éstas son las personas a quienes se les cuentan, pero no puedo. Es algo personal.

– Cuéntaselo, Sarah. -Val está sentada con nosotros y se inclina hacia delante en su silla.

No sirve de nada. No digo ni pío. La asistenta social sigue haciendo preguntas, pero me mantengo en silencio, y todo el rato pienso que mamá y papá están en alguna parte, en su Mercedes negro, cada vez más cerca. Esto es lo que hace que aumente la presión en mi cabeza y lo que finalmente me hace hablar.

– Sé que he hecho algunas cosas mal -digo yo-. Sé que no debería haber lastimado a ese policía. Lo hice y lo siento. Si lo desean, le pediré disculpas cara a cara. Le escribiré una carta. Lo que ustedes quieran. Acababan de quitarme a mi bebé. Estaba alterada.

Me están escuchando.

– Necesito ver a mi hija, estar con ella. Si está con una madre de acogida, tal vez también pueda ir a verla. Pueden vigilarme las veinticuatro horas del día, no me importa. Ver cómo estoy con ella. Déjenme demostrar que soy una buena madre. Lo he sido hasta ahora; ustedes no me creen, pero lo he sido.

Percibo el tono de súplica en mi voz. Me odio por ello, por rebajarme así ante ellos, pero haría cualquier cosa para recuperar a Mia. Cualquier cosa.

– Ahora Louise está a salvo, y su seguridad es nuestra máxima prioridad -dice la asistenta social-. Has estado llevando una vida muy… inestable… Y ella necesita estabilidad, rutina. Obviamente, mientras te ayudamos, si podemos ubicarla con la familia, ésa será la mejor solución.

– ¿Con la familia…?

– Tus padres. Los abuelos de Louise. Es una opción que trataremos con ellos cuando lleguen.

– ¿Mis padres? ¿Está usted loca?

– Suele ser la mejor solución. Mientras los clientes, madres como tú, se estabilizan, los abuelos suelen ofrecerse para ayudar.

– ¡Deben de estar tomándome el pelo!

– Puede que hayas tenido una relación difícil con ellos, pero…

Me pongo en pie de un salto y la silla produce un estruendo en el suelo detrás de mí.

– ¿Puedo opinar sobre esto? ¿Puedo decir algo?

– Siéntate, Sarah, por favor. -Yo me quedo de pie-. Obviamente, escucharemos tus puntos de vista, pero en última instancia la decisión la tomará el Grupo de Expertos sobre la Infancia, tras consultar al juez de menores. Tenemos que pensar sobre todo en Louise.

– No puedo quedarme aquí, ni verlos. Si van a encerrarme, háganlo. Prefiero estar en una celda que aquí.

– No queremos encerrarte. Te estamos poniendo en libertad bajo fianza por la agresión al agente de policía McDonnell, por lo que estamos buscándote un lugar adecuado para alojarte, en el supuesto de que no quieras ir a tu casa.

– No voy a ir a mi casa. Antes me mataría. -Entonces ella me mira y me doy cuenta demasiado tarde de que éste es el tipo de cosas que no deben decirse ante una asistenta social-. No lo decía en serio -suelto rápidamente-. No voy a matarme.

– Yo la acogeré y cuidaré de ella.

– Señora Dawson, no estoy segura…

– No irá a ninguna parte, no se escapará, no sin la niña. Necesita un lugar limpio y cálido, buenas comidas caseras. Estoy acostumbrada a los adolescentes: he criado a bastantes.

– No es eso. Es el padre…

– ¿El padre?

– Su bisnieto, Adam Dawson. El padre de Louise.

Val está a punto de partirse de risa. Tuerce el gesto y empieza a decir:

– ¿Adam? No, él no… -Pero luego me mira. Tengo los ojos muy abiertos y asiento con la cabeza hacia ella.

Ella arquea las cejas y continúa:

– Eso es… Sí, Adam… y Sarah.

– Él ha tenido problemas. -La mujer vuelve a mirar su pantalla e inicia un desplazamiento con el cursor hacia abajo-. Bastantes problemas.

– Sí, se metió en un lío. ¿Qué chico de dieciséis años no lo ha hecho? Pero es un buen muchacho, y es bueno con la niña. No debe preocuparse por él.

Supongo que no es fácil encontrar lugares para delincuentes juveniles como yo, porque dos horas más tarde se ponen de acuerdo en que puedo quedarme con Val. Me hacen firmar un montón de formularios, y a ella también.

Al salir de la comisaría de policía, pasamos por otra sala de interrogatorios. La puerta está ligeramente abierta y entreveo a dos personas sentadas al otro lado de la mesa. Mi mamá parece más pequeña y vieja de lo que la recuerdo, aunque sólo hace tres meses que me fui, pero mi padre está igual. Al verlo, me entran ganas de vomitar. Tengo que tragar para contener la bilis que se subleva en mi interior. Él levanta la vista y nuestras miradas se encuentran durante un segundo. No hay nada, ni una pizca de reconocimiento, ni cariño, ni odio. Nada. ¿Qué ve cuando me mira? No lo sé y no me importa, pero la idea de que vea a Mia y la abrace me revuelve de arriba abajo.

– Sácame de aquí -le digo a Val, y la cojo del brazo.

– ¿Eran ellos? -pregunta.

– Sí.

– Quisiera desollarlo vivo por lo que te hizo. Debes decírselo a alguien. Tienen que saberlo.

– No puedo, Val. No puedo. Vámonos, por favor. Por favor.

Afuera, vomito todo lo que llevo dentro.

– No es justo -continúa Val-. Esto no está bien. No es justo.

No puedo decir nada, ni siquiera después de limpiarme un poco. Me aferro a su brazo mientras caminamos hasta la parada del autobús. Me gusta que esté tan enardecida: me hace sentir bien tener a alguien de mi parte. Me hace sentir bien que esa persona sea Val.

Sentada a su lado en el autobús, tiene el tacto de no decir nada acerca de Adam, pero no me siento demasiado tranquila. Hay algo en ella; comprende muchas cosas.

– Val -digo-, gracias.

– ¿Por qué?

– Por dejar que me quede. Por defenderme. Por guardar silencio acerca de Adam; tenía que decir algo. Encontraron un retrato suyo en la casa ocupada. Fue lo primero que me vino a la cabeza.

Resopla.

– Eso está bien. Adam sería un buen padre, de verdad. Algún día será un buen marido para alguien. No puede irte mal con un Dawson; un poco salvajes a veces, como mis Cyril y Terry, por supuesto, pero tienen un fondo muy sólido. -Mira hacia el frente, jugando con las manos con el broche de su bolso. Sería más feliz con un cigarrillo en ellas.

– ¿Val?

– Sí.

– Él los sabe, ¿no es cierto? Adam sabe tu número, el mío y el de Mia.

Suspira.

– Sí -responde-, los sabe, pobre muchacho.

– ¿No sería mejor que los conociéramos?

Entonces alza la vista.

– No, Sarah. ¿De qué serviría? Es mejor vivir la vida como quieras, tomar cada día como viene.

Tiene razón, por supuesto, pero mientras el autobús avanza lentamente no puedo dejar de pensar: 112027, Adam, Val, yo, Mia. ¿Alguno de nosotros verá el segundo día del año?


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