Nochevieja. Val y yo pasamos la mañana en el Juzgado de Primera Instancia y la tarde al teléfono. Llamo a los Servicios de Atención a la Infancia tratando de averiguar dónde está Mia. Val llama a la policía, a la abogada de Adam y a todo el que se le ocurre. Para las dos es como hablar con una pared de ladrillos. Todo el mundo nos dice que hay que seguir ciertos procedimientos, y que éstos requieren tiempo.
A mí me dicen que voy a tener una entrevista «dentro de una semana o así». Mañana es día festivo, por lo que ahí sólo habrá personal de guardia atendiendo las situaciones de emergencia.
– Pero esto es una emergencia.
– Su hija está bien, está siendo atendida. Después del día festivo la llamaremos para concertar una entrevista, probablemente será la primera de una serie. Necesitamos tener una imagen completa de usted, de sus circunstancias, de su experiencia como madre. Siendo realistas, estamos considerando la posibilidad de llevar a cabo una consulta sobre el caso a principios de febrero y, a continuación, tomaremos una decisión de custodia a largo plazo algún momento después.
– ¿En algún momento? Necesito ver a mi hija ahora. Tengo que verla mañana. No puedo esperar.
– El procedimiento es éste, lo siento.
– ¿No puedo verla? Sólo quiero verla. No me importa quién más esté presente.
– Podremos considerar los derechos de visita provisionales después de la primera entrevista.
– Al menos dígame dónde está.
– En un lugar seguro.
– Por favor.
– Su hija está bien. Nos pondremos en contacto con usted después de Año Nuevo.
Y se corta la comunicación telefónica. Eso es todo. Despachada. No te muevas. No hagas nada durante un par de días. No hagas nada mientras el mundo se derrumba a nuestro alrededor. No hagas nada mientras Londres se desmorona y se hace pedazos. Miro por la ventana de la cocina: afuera ya ha oscurecido y la gente va encendiendo las luces en los bloques de pisos de alrededor. Cada luz significa que hay alguien en casa, pero no son tantos como cabría esperar. Creo que mucha gente ya se ha ido.
Val no tiene más suerte que yo tratando de contactar con Adam o de sacarlo del centro para delincuentes juveniles donde le han enviado. Me apoyo en la puerta de la cocina mientras ella habla. Podría limitarse a decir que la cosa no va bien, pero cuando cuelga el teléfono, suelta una sarta de insultos de los que ni siquiera yo estaría orgullosa.
– Ni tan sólo van a dejarme que le vea, Sarah, al menos hasta dentro de un par de semanas. Es un chico joven. Allí se volverá loco. Lo conozco: estará preocupado por ti, por Mia y por mí. Tiene un ego muy fuerte y todo eso. Podría hacer cualquier cosa.
– ¿Qué podemos hacer nosotras?
– No tengo ni idea, querida, no lo sé.
Calentamos un poco de comida, aunque ninguna de las dos come demasiado. Nos sentamos y nos quedamos viendo la televisión mientras ésta pasa de las últimas noticias a los resúmenes del año y a los programas llamados de «entretenimiento», grabados hace ya semanas en estudios con grandes relojes al fondo.
– Claro, es Nochevieja, querida. El año pasado en este momento estaba sola…
– Yo estaba en casa. En casa de mis padres.
En este momento se pueden destapar una serie de problemas graves y complicados, y ninguna de las dos quiere abordarlos.
– ¿Quieres beber algo? Yo voy a tomar algo.
– De hecho no bebo.
– Pues sólo te pondré cuatro gotas.
Se mete en la cocina y regresa con dos vasos estrechos llenos de un líquido oscuro y una botella bajo el brazo.
– Unas gotas de jerez -dice, pasándome uno.
– Bien, gracias. -Lo huelo, y su olor me llega hasta el fondo de la garganta. Lo sostengo en mis manos, sin ninguna intención de beberme esa cosa repugnante. Val no vacila en atacarlo.
– ¿No deberíamos prepararnos -digo-, para mañana?
– ¿Qué creemos que es? ¿Un terremoto? ¿Una bomba? Supongo que deberíamos bajar al metro, eso es lo que hicieron en la segunda guerra mundial.
– ¿Vamos a hacer eso, entonces? ¿Ir y acampar allí?
– No me apetece mucho. En el mejor de los casos, el metro hace que me sienta encerrada. ¿Qué pasaría si no pudiéramos volver a salir? Creo que voy correr el riesgo de quedarme aquí. Me esconderé debajo de la mesa de la cocina o algo así. ¿Tú qué quieres hacer?
«Creo que voy a correr el riesgo.» Vi su número en el cuaderno de Adam, además del mío. A Val y a mí no nos va a pasar nada, no importa dónde estemos cuando suceda: «Vamos a sobrevivir.»
Pero Mia es diferente, a ella sólo le quedan unas horas. Mi hija. Mi niña.
– Tengo que encontrar a Mia.
Se sirve otra copa de jerez, mira la mía, que está sin tocar, y deja la botella.
– He estado pensando en ello-. Creo que sabes dónde está.
– ¿Qué?
– Está en tu pesadilla, en tu visión. Lo has visto una y otra vez. Debe de haber indicios de dónde te encuentras. Háblame de eso.
– Sólo son llamas y fuego, un edificio derrumbándose a nuestro lado. Estamos atrapados. Adam está allí, me coge a la niña y la lleva hacia el fuego.
– Eso es lo que sucede, pero ¿dónde estás? Piensa, Sarah, piensa. Está ahí.
Ahora me mira fijamente, deseando que me acuerde. La miro a los ojos, y éstos me llevan a lo más profundo de mí misma.
– Piensa, Sarah, piensa. Cierra los ojos. ¿Qué es lo que ves?