Sarah

No puedo salir con los botes de spray. Es demasiado diferente, no es mi estilo, pero, una vez que consigo unos cuantos pinceles, salgo. Pensaba que Vinny estaba loco, pero hay algo bueno en todo esto. Cada movimiento de mi brazo es liberador; parece como si estuviera sacando la pesadilla fuera y quizá es allí donde se quedará. Fuera de mí.

Estoy dentro de un túnel, donde la carretera pasa por debajo de la vía del tren. Apenas la utiliza ningún coche, aunque hay algunos peatones que caminan por el polígono desde High Street. A pesar de ello, durante el día puedo pintar aquí. Es alucinante: la gente pasa por ahí, pero nadie ha intentado detenerme. Quizá porque busco hacer algo grande, creen que es oficial, o puede que piensen que esto será mejor que una pared blanca.

Vengo aquí siempre que puedo, incluso el día de Navidad. Es una Navidad curiosa: sin adornos, sin árbol, pero con regalos. Hay una bolsita de plástico en la mesa de la cocina cuando bajo las escaleras por la mañana. Dentro hay una caja de bombones para mí y un gorrito de lana para Mia, con una nota:

«Feliz Navidad, Vin XX»

Me siento avergonzada porque no he comprado nada y no tengo dinero, de modo que, antes de salir, le preparo una taza de té y unas tostadas y se lo subo a la habitación. Desayuno en la cama, eso es algo, ¿no? Pero está fuera de combate. Quiero despertarle para que vea lo que he hecho, pero me da reparo, así que me limito a dejarle la taza y la bandeja a su lado en el colchón.

Me llevo a Mia conmigo; ella va en el viejo cochecito que Vinny sacó de un contenedor. No la dejo en la casa jamás. Todos son majos, no me malinterpretéis, y nunca le harían daño, pero, a fin de cuentas, son yonquis. No les juzgo: ¿quién diablos soy yo para juzgar a nadie? Simplemente, Mia es demasiado importante y no puedo correr riesgo alguno con ella.

Así pues, pinto tanto tiempo como ella me lo permite, a veces dos o tres horas seguidas. Empieza a coger forma y me encanta. Casi olvido el tema y me pierdo en el aspecto físico del proceso de pintar, de crear algo. Entonces, cuando retrocedo y lo miro, me coge por sorpresa la violencia que contiene, el caos, el horror. Ha salido de mí, forma parte de mí.

Cuando pinto a Adam es cuando empiezo a ponerme emotiva. Es tan evidente que se trata de él: parece que lo dibujara para denunciarle. Empiezo a perder los nervios. ¿Puedo poner gente real? ¿Está bien? Pero entonces pienso que tengo que mantenerme fiel a mí misma. Esto no es sólo un sueño ni una fantasía, es algo real: estoy avisando a la gente. Por eso, pinto a Adam exactamente como le veo: unos ojos preciosos llenos de fuego, una cara con una cicatriz, y también pinto a Mia y pongo la fecha.

Y, de repente, todo está allí. Es grande, de hecho, no se puede ver todo de golpe, sino que hay que andar a lo largo y verlo trozo por trozo. Pero está allí, aquello con lo que he vivido durante tanto tiempo está allí. Lo he hecho.

Paseo arriba y abajo, mirándolo. Hay trozos que cambiaría, otros que podrían estar mejor, pero no pienso retocarlo. Empieza a hacerse de noche. Me acerco más a Mia.

– Vayamos a casa, Mia. Durmamos un poco.


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