Sarah

Marie no dice ni una palabra, ni una sola. No lo necesita: su cara lo dice todo. Atraviesa la cocina con mucho cuidado y sale por la puerta de atrás. La sigo afuera. Se encorva para protegerse del mal tiempo, apretando las carpetas contra el pecho.

– Espere. ¡Por favor, espere! -grito tras ella.

Se detiene en la verja y la alcanzo allí. La lluvia nos azota en la cara.

– Estoy limpia -le digo-. Nunca he tomado drogas, nunca. No me interesan. Los chicos sí que lo hacen, pero no me implican en ello. Aquí estoy a salvo. Aquí estamos a salvo.

– ¿Cuántos años tienes, Sally?

– Diecinueve.

Sé que no me cree.

– Éste no es un lugar para una chica de diecinueve años. Y, desde luego, no lo es para un bebé. Lo sabes ¿no?

– Es nuestro hogar, donde vivimos. Estamos bien aquí.

– Tenemos la obligación de cuidar, Sally. La obligación de cuidar a los niños. Tendrás noticias nuestras muy pronto.

Y tras decir esto, se va. La lluvia es tan fuerte y fría que me hace daño en la cara. La verja se mueve por el viento, dando golpes con furia; la sujeto y la cierro violentamente de un portazo. Quiero que el mundo se quede afuera. ¿Por qué no pueden dejarnos solas sin más? La verja golpea contra el pestillo y se abre de repente otra vez.

– ¡Mierda! ¡Me cago en la puta! -La tormenta no deja oír mi voz.

Entro en casa. Vinny levanta la cabeza y me mira.

– ¿Quién es tu amiga?

– Mi amiga, maldito drogadicto imbécil, es de los Servicios de Atención a la Infancia. El Ayuntamiento.

Deja de hacer lo que está haciendo y mete el papel de aluminio bajo la mesa.

– Mierda -dice.

– Sí, mierda. Estoy cubierta de mierda, hasta aquí. -Pongo la mano encima de la cabeza.

– Lo mejor es que ordenemos un poco. -Empiezan a recoger la mercancía.

– Demasiado tarde, Vin. Es demasiado tarde para eso. Volverán y me quitarán a Mia. Sé que lo harán.

– ¿Mia?

– Tienen la obligación de cuidar de los niños, eso es lo que no paraba de decirme. Me la quitarán.

– No, no les dejaremos. No les dejaremos entrar.

– ¿Qué vais a hacer? ¿Levantar barricadas? ¿Amenazarlos con el bate de béisbol? Sí, seguro que eso ayudará.

– ¿Qué quieres que haga entonces? -Se queda allí parado, agitando inútilmente sus largos brazos a los costados.

– No lo sé, nada. Me voy, tengo que salir de aquí. Tú también deberías irte. Seamos realistas, Vin: nos han pillado.

Subo las escaleras corriendo y abrigo a Mia con todo lo que puedo; después, bajo con ella al recibidor, la meto en el cochecito y vuelvo a subir a por las bolsas.

Vinny está en el cuarto de baño, tirando la mercancía por el váter. Me llama y me detengo en las escaleras.

– ¿Adónde vas? -pregunta Vinny.

– No lo sé. Encontraré algún sitio.

– Tengo algo de dinero. -Busca en el bolsillo y saca un puñado de billetes.

– No, Vinny, ya has hecho suficiente.

– Cógelos. -Los mete en una de las bolsas-. Te echaré de menos, Sarah.

– Yo también te echaré de menos. Las dos te echaremos de menos. -Dejo las bolsas en el suelo y me abrazo a su cintura. Me besa en la cabeza, como si fuera su niña, su hermana-. Tengo que irme.

Pongo las bolsas en la bandeja debajo del cochecito y atravieso con él la cocina. No hay tiempo para pensar, o para ponerse sentimental, tengo que irme sin más, pero mientras empujo el cochecito entre los callejones azotados por el viento, me pregunto si merece la pena intentar escapar. Porque el chip de Mia les dirá dónde estamos. Vaya donde vaya, haga lo que haga, la pregunta no es «si» nos encontrarán, sino «cuándo».


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