Sarah

Los primeros días pasan en medio de una niebla tranquila y lechosa. Si llora, la amamanto. Me tengo que forzar a hacerlo porque me duele muchísimo cuando empieza a chupar, pero, al cabo de pocos segundos, el dolor se calma y la leche obra su magia: en ella y en mí. Se emborracha con ella: caliente, grogui y feliz. Todo su cuerpo se relaja, los brazos le caen a los lados, y el único movimiento es el de su oreja meneándose cuando la barbilla se mueve rítmicamente: chupar, chupar, chupar, pausa… chupar, chupar, chupar, pausa. Y me veo arrastrada hacia un lugar donde sólo estamos ella y yo, nadie más, un mundo lechoso, tierno y cálido.

No sabía que sería así. ¿Cómo podía haberlo sabido? No sabía que puedes amar a una persona de forma tan absoluta desde el primer momento que la ves.

Porque lo hago. La amo. Formaba parte de mí y ahora está separada: es una persona independiente y la quiero. Odiaba mi vida, todo lo que la formaba. Odiaba ser como era. Pero ahora, este sentimiento ha desaparecido, como lo ha hecho mi pasado, cómo llegué aquí, quién era. Quería un nuevo «yo» y ya lo tengo: soy la madre de Mia.


Загрузка...