Adam

No quiero salir ni ver a nadie. La abuela se levanta de su silla unas diez veces al día para ver si estoy bien pero lo único que quiero es que me dejen en paz.

Un día entra llevando algo detrás de la espalda.

– Tengo algo para ti -anuncia, y saca un pequeño paquete cuadrado envuelto en un papel con petirrojos dibujados.

– ¿Qué es?

– No es nada. Simplemente, un detalle de Navidad. Hoy es Navidad.

«¿De verdad? ¿25122026? Sólo queda una semana.»

– Entonces, ¿vas a abrirlo? -me pregunta, asintiendo para animarme.

Mis dedos se pelean con la cinta, pero al final lo consigo: es una naranja cubierta de chocolate.

– Gracias -consigo decir-. No caí…

– No importa, ya suponía que no sabías qué día era. Estoy preparando una cena, con un asado y todo, si quieres bajar.

– No, estoy bien. Me quedaré aquí.

– En ese caso, te lo subiré, ¿de acuerdo? Es una buena cena, con un poco de todo… Nunca pensé que se pudiera preparar todo esto en un microondas; realmente es increíble.

– No, está bien. No tengo hambre.

– Tendrías que comer algo, Adam. Pruébalo, sólo por hoy.

– He dicho que estoy bien.

– Sólo por hoy, Adam. Es Navidad…

– Abuela, si quiero algo, ya iré a buscarlo.

Es como si la hubiese abofeteado.

– Sólo quiero que estés bien -me dice.

– Mírame -le contesto-. ¿Crees que alguna vez volveré a estar bien? Mira mi cara.

Puedo oír cómo lo digo y me odio por hacerlo, pero ¿con quién más me puedo desahogar?

– He visto tu cara -responde sin alterarse-. Mejorará, estarás mucho mejor que ahora.

– No mejorará, imbécil. Es así, así es como se quedará.

Busca un cigarrillo en los bolsillos, se mete una punta en la boca y sostiene el mechero delante de la otra. Da vida a la llama y el olor del papel quemándose, el tabaco empezando a arder, me golpean como un tren expreso. El humo en mis ojos, detrás de ellos, a mi alrededor, y estoy ardiendo, con el pelo crepitando y la piel arrugándose por las llamas.

– ¡Basta! ¡Vete de una puta vez! ¡Vete! -Mi voz se convierte en un grito.

Ella levanta la mirada, perpleja y, después, horrorizada, cuando le arrebato el cigarrillo de las manos, lo tiro al suelo y lo piso.

– ¡Adam!

– ¡Vete! ¡Déjame en paz!

Se va, y tengo lo que quería. Salvo que no es así: vuelvo a estar solo, solo con mi reflejo y una cabeza llena de llamas, puños, cuchillos y la última mirada en la cara de Junior. También hay otro rostro: el de Sarah, aterrorizada, y su cuerpo retorciéndose para alejarse de mí en el coche.


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