Yo solía odiar ver los números. Me daban miedo. No sabía por qué tenía este don, esta maldición. Pero es un número el que me ha salvado ahora. El de Sarah.
Estoy en un túnel, un largo tubo de oscuridad, pero hay luz al final; luz y calor, y alguien esperándome. Mamá. Ella es como fue casi siempre; no como cuando murió. Me tiende su mano y yo llego hasta ella, pero nuestros dedos no se tocan. Ella está sonriendo y es maravilloso volver a verla. Nunca había pensado que sucedería. Me habla pero sus labios no se mueven. Puedo oír sus pensamientos.
– ¿Qué estás haciendo aquí, cariño? Todavía no ha llegado el momento.
También oigo otras voces, gritando, chillando, pero están a muchos kilómetros de distancia.
– Se acabó.
– ¡No! ¡No, no puede ser!
Y entonces hay alguien cerca de mí, muy cerca, y abro los ojos, pero no puedo verlo. Sólo veo la luz, y de alguna manera la luz es mamá y ella es la luz. Es todo lo que quiero ver. La he echado mucho de menos.
Algo me salpica en los ojos, y escuece. Parpadeo tratando de contenerlo y ahora veo otro rostro: Sarah. Y su número me invade como si fuera la primera vez que la vi. Me impacta cómo es posible que alguien pueda dejar este mundo con tanta facilidad, bañado en amor y luz. Y sé que voy a quedarme aquí. Estaré con ella, abrazándola. Formo parte de ello, parte de su vida. No me puedo ir ahora, tengo que quedarme.
El túnel ha desaparecido, mamá se ha ido, pero está bien. Sólo verla ha sido suficiente.