Presidiendo la sala del tribunal, tres estirados trajeados están sentados detrás de una especie de mostrador, en una plataforma elevada: dos hombres y una mujer. Ella está en medio y parece ser la que manda. Lleva una chaqueta de color rojo intenso que le da un aspecto muy desagradable y gafas de montura negra.
Hay algunas mesas frente a los jueces y además, en la parte posterior de la sala, una pequeña separación con un par de hileras de sillas detrás. Ahí hay un tipo sentado con un ordenador portátil, además de la abuela y Sarah.
No esperaba verlas aquí. No se me había pasado por la cabeza que fueran a estar aquí.
No quiero que me vean así.
No puedo mirarlas.
La abuela levanta la mano y comienza a agitarla, pero vuelvo la cabeza hacia otro lado y paso de largo.
Me indican una silla junto a mi abogada, quien me sonríe cuando me siento y me aprieta ligeramente el brazo.
– ¿Todo bien? -dice.
No puedo responder, estoy paralizado. No puedo creerme que esto me esté pasando a mí.
Chaqueta Roja dice:
– Bien, vamos a empezar.
Un tipo con un traje raído se levanta y comienza a lanzarme preguntas. ¿Nombre? ¿Dirección?
Farfullo mis respuestas y seguidamente leen en voz alta la acusación.
Asesinato.
Dicen más cosas, pero no sé de qué van.
– Procesamiento… prisión preventiva… vista preliminar…
A continuación, todo el mundo se pone en pie, vuelven los guardias y llega el momento de que se me lleven. ¿Y ahora qué? ¿Qué pasa?
Mi abogada se inclina sobre mi expediente.
– Te veré en Sydenham. Mañana o pasado. Hablaremos entonces.
– ¿Sydenham? ¿Qué es Sydenham? ¿Qué va a pasar?
– Es una institución para delincuentes juveniles -responde-. Estarás allí hasta el juicio. No levantes la cabeza, no hagas ninguna tontería. Te veré mañana…
La abuela se acerca a la barrera cuando yo paso por delante. El guardia le corta el paso, me empuja hacia delante y casi tropiezo.
– Adam… -me llama en voz alta, pero no hay tiempo. Enseguida estoy fuera de allí, bajo las escaleras y de vuelta en la celda. Me quitan las esposas y luego la puerta se cierra de golpe; oigo el eco de los pasos de los guardias por el corredor.
– ¿Qué está pasando? ¿Qué me está pasando?
Golpeo la reja. Me dicen que van a llevarme a algún sitio, pero vuelvo a estar aquí.
Los pasos se detienen.
– Silencio ahí dentro. Te trasladaremos cuando haya un furgón listo. Hoy Londres es un puto caos. No te muevas y cállate.
¿Cómo puedo quedarme sin hacer nada? Se nos acaba el tiempo. Puedo sentir cómo pasan los segundos en mi cabeza, una cuenta atrás sin interrupción. El reloj del tribunal marcaba las once y media. Sólo quedan algo más de doce horas hasta el día de Año Nuevo. ¿Qué estarán haciendo ahora la abuela y Sarah? ¿Qué diablos voy a hacer yo, enchironado en una celda de mierda?