Estoy muy cerca, detrás de ellas. Si fuera un perro, podría seguir su rastro. Me gustaría «ser» un perro; así sabría si voy en la dirección correcta.
Me asaltan todas las dudas, me preocupa estar buscándolas por Londres en el lugar equivocado y que toda la acción se produzca en otra parte, en algún sitio que yo no conozco. Pero trato de no pensar en eso; ya he decidido lo que voy a hacer; ahora tengo que hacerlo.
Al llegar a la casa de la abuela estaba tan oscuro que no veía el panorama completo. Ahora, a la luz del día, es alucinante lo que ha hecho el terremoto. Algo tan sólido, grande y complejo -una ciudad entera- ha quedado reducido a un montón de escombros. Con tantos edificios derrumbados, ahora hay más cielo en Londres. Y hoy hace un día soleado, el primero con luz en semanas. Demasiada luz para sentirse cómodo. Ya es bastante difícil decidir qué camino seguir sin que, además, la luz te deslumbre.
Mantengo los ojos bajos, sin mirar al cielo, y trato de no observar a la gente reunida aquí y allá, a los cuerpos tendidos en la calle. Hay tantas historias aquí. Las he visto venir, han vivido en mi cabeza durante meses, y eran ciertas. Todo era verdad. ¿Tal vez debería estar satisfecho? Lo que había intentado decirle a la gente ha pasado. Yo tenía razón, ¿no es así? Pero no me siento bien, ni siquiera un poco. Siento el horror de todo esto atravesándome, en los huesos. Me siento vacío e inútil. He intentado ayudar y la gente ha muerto igual, cientos y cientos de personas. Todavía siguen muriendo a mi alrededor.
Pero no quiero dejar de intentarlo. No quiero renunciar. Levanto la cabeza de vez en cuando, buscando a Sarah o a la abuela delante de mí. Ahora me estoy acercando al barrio de Sarah. Algunas de las casas parecen estar en buen estado y empiezo a permitirme creer que todo va a salir bien. Voy a llegar y las encontraré, a Sarah, a la abuela y a Mia, y tal vez estén discutiendo con los padres de Sarah, y quizá la abuela les esté diciendo cuatro verdades… y luego veo el humo, una columna negra que asciende formando una nube hacia el cielo azul.
Y recuerdo…
La pesadilla de Sarah.
Las llamas.
El calor.
El terror.
Me detengo un momento y levanto la mano por encima de la cara. Las llamas. El calor. He estado ahí antes y sé lo que se siente. Sudo a chorros a causa de la carrera, pero estoy frío como el hielo por dentro.
El humo se eleva y pienso: «Éste es el único lugar donde no debería estar. Debería darme la vuelta, alejarme y tal vez Mia se salvaría.» Pero es el cobarde que hay en mí el que habla. Tengo miedo del fuego. Tengo miedo a morir. Pero sé que debo hacerlo. Sarah lo ha visto, una visión de lo que va a pasar. Yo estoy ahí con ella, en su pesadilla. Está aterrorizada. Me odia. Le arrebato a Mia.
Pero no estoy aquí para hacerle daño a nadie, sino para salvar a Mia. Odio los números. Quiero cambiarlos. Quiero borrarlos, y si no puedo, moriré en el intento.