Sarah

Me noto un poco mareada durante todo el día, un poco incómoda. Entonces, en algún momento, no sé cuándo, me doy cuenta de que esta extraña sensación viene a oleadas, cada diez minutos o así, y más que una punzada, es un dolor. Cada vez que viene, mi vientre se pone duro y los músculos se contraen como un puño.

No hay nadie más en la casa.

¡Mierda! ¡Mierda! No puede ser eso. No sé exactamente de cuánto tiempo estoy, pero es imposible que esté cerca de los nueve meses, ¿no? No estoy preparada. Cojo el libro y busco entre las páginas. «Parto y nacimiento.» Oh, Dios mío, ¿por qué no me lo leí como es debido? Hay artículos que explican cómo respirar y continuar moviéndome y, después, posiciones. Las palabras bailan delante de mis ojos y empieza otra contracción.

«Continúa moviéndote, continúa moviéndote.» Intento andar por el piso superior de la casa, pero, cuando una nueva contracción me paraliza, me apoyo en la pared e intento respirar.

Entretanto, no puedo contener el pánico. Grito y gimoteo y, de mi boca, salen ruidos que no controlo.

No tenía que ser así. No quería médicos ni hospitales, pero pensaba que habría más gente alrededor, que Vinny estaría aquí. Estoy en el descansillo cuando rompo aguas. No es un chorro, sino un hilillo que me baja por la pierna. «Me he meado encima -pienso-. Genial.» Pero cuando intento detener el torrente no pasa nada, el líquido no para de caer y caer. Mezclado con sangre. No puede ser bueno, ¿verdad?

Me meto en el lavabo. El ruido, mi ruido, aquí es más fuerte, y resuena por las paredes de baldosa. Me siento en el váter, para dejar que el resto del líquido caiga. Podría quedarme así para siempre, pero me obligo a levantarme. No puedo permitir que la niña nazca en un váter.

Me agarro al lavamanos, preparando mi cuerpo para el dolor. Cada vez es mayor y no hay tiempo para descansar. Quiero escapar de él, pero no hay sitio adonde ir. Me inclino a un lado y vomito en la taza, dos, tres veces, antes de desplomarme en el suelo.

Ahora los ruidos son como los de un animal: bajos; gruñidos y resoplidos.

Podría morir aquí.

Si el dolor no remite pronto, moriré y ni siquiera me importa. Sólo quiero que pare, que desaparezca. El dolor está en mi vientre y en mi espalda, y me baja por el culo. Me voy a partir en dos y morir desangrada.

Moriré en el suelo del lavabo, como una yonqui, pero no pasa nada. Será mejor que esto, esta tortura, este infierno. Estoy preparada para morir.

Vinny nos encuentra: aún estamos en el suelo del lavabo. He conseguido agarrar algunas toallas y me las pongo encima como si fueran mantas. Tenía miedo de que mi hija se enfriara. La mantengo cerca de mí, piel contra piel, para que aproveche mi calor. Ha llorado un poco aunque enseguida ha parado, y entonces me ha mirado, con esos preciosos ojos azules como el aciano, y la he besado, he besado esa carita, esas manitas.

Mi hija.

Mi chiquitina.

Mia.


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