Bruja buena, bruja mala. ¿Cuál es la diferencia? No son los dedos huesudos y manchados o el pelo erizado de color violeta, son los ojos. Cuando te clava la mirada con esos ojos, estás arreglada. Es como si te hipnotizara. No puedes apartar la mirada hasta que decide soltarte.
Después de desgañitarse y darle a Mia un susto de muerte, intenta hacerse su amiga, pero la niña no se lo cree. Se aferra a mí como un monito, y ni siquiera la mira, así que Val se concentra en mí. Es como un relámpago que me atraviesa. Frunce el ceño.
– Lavanda -dice-, naturalmente, pero también azul oscuro. Y todo bañado de rosa.
– Abuela -dice Adam-, no empieces.
– ¿Qué? ¿Qué quiere decir?
– Es tu aura -dice Adam con un suspiro.
– ¿Mi qué?
– Tus energías cósmicas -afirma Val-. Rosa fuerte, sensible y artística. Lavanda, una visionaria, una soñadora. Azul oscuro, llena de miedo.
De repente me siento desnuda. He aquí esta mujer, esta extraña, marchita mujer, con el pelo tres tonos demasiado brillante, y ella me conoce.
– Tengo razón.
Es una afirmación, no una pregunta.
– Sí -respiro-, la tiene.
– Sarah… -dice la abuela, y contengo la respiración, preguntándome qué vendrá después.
– ¿Sí?
– Eres bienvenida. Eres bienvenida a esta casa. -Y ahora me siento abrazada, protegida con una manta de consuelo sobre los hombros. No puedo explicarlo, no es únicamente alivio, aunque me siento aliviada, hay algo físico en la habitación, una calidez que parece combinar luz y calor. Si se pudiera embotellar, se podría ganar un dineral con él, y en la etiqueta se podría poner consuelo, amor u hogar. Sí, yo lo llamaría hogar. No del tipo del que vengo, sino el que todo el mundo debería tener en un mundo perfecto. El lugar donde puedes ser tú misma, donde te sientes segura. Tengo ganas de llorar, como si estuviera bien hacerlo aquí, pero me contengo. Ya he llorado suficiente en los últimos días y también he visto suficiente, si vamos a eso. Es hora de dejar de llorar.
– Gracias -digo, y añado-: voy a ponerme esta ropa.
Le devuelvo la niña a Adam. Mia se encoge un poquito cuando se da cuenta de que la estoy dejando en brazos de otra persona, pero entonces se da cuenta de que es Adam, se relaja y se va con él de buena gana. Es extraño cómo se ha encariñado con él, nunca se ha comportado así con otras personas. Es vergonzosa y prudente. Quizá mi sueño no fuera más que un medio hacia un fin. Estábamos destinadas a conocer a Adam, y así es como ha sucedido. Él encontró el mural y después yo lo hallé a él. ¿Ya está? ¿Eso es todo? ¿Nos espera un final feliz, en vez de una pesadilla?
En el piso de arriba me pongo la camiseta y el pantalón de chándal. Cuando paso la cabeza por el cuello de la camiseta, me detengo y huelo el tejido: es su camiseta. La camiseta de Adam. Quiero que huela a él, a esa ligera aspereza, y sí huele, aunque muy débilmente. Me la pongo y la siento sobre mi piel. La idea de su olor sobre mi piel me hace estremecer en los lugares que toca la camiseta.
Después tomamos un té, vemos un poco la tele y mimamos a Mia. Nadie habla de fechas de muertes ni de pesadillas ni de auras. En vez de ello, Adam toma un poco el pelo a su abuela y le dice «que se vaya a la porra», pero todo con una sonrisa y un centelleo en la mirada. Estos dos se quieren; puede que no lo sepan, pero en esta pequeña, desordenada y destartalada casa hay amor.
Empiezan las noticias y nos quedamos todos en silencio durante un rato. Es lo de siempre: inundaciones, hambruna, guerras. Hay problemas en Japón: tres volcanes que amenazan con entrar en erupción a la vez. Está en marcha una evacuación masiva. En Londres hay una gran manifestación en Grosvenor Square contra las amenazas estadounidenses de guerra contra Irán. Todos conocemos la capacidad nuclear de Irán. ¿Sería tan rematadamente imbécil el presidente para meterse con ellos? ¿No aprendió nada de Irak, Afganistán o Corea del Norte? Justo al final, informan sobre el temblor de tierra que Adam notó en Oxford Street. Es una noticia despreocupada; ya sabes: «Y por último…», con unas cuantas imágenes grabadas con un teléfono móvil y algunas entrevistas a gente que estaba allí.
Después de las noticias, empieza una comedia de mierda. Estamos los tres sentados mirando la pantalla, pero ninguno la está viendo.
– Creo que va a haber un terremoto, abuela -dice Adam-. O podría ser una bomba, una serie de bombas.
– Los japoneses saben qué hacer, ¿no? -dice la abuela-. Y no se andan con tonterías.
– Bueno, ellos tienen volcanes, estarían locos si no evacuaran, ¿no?
– Sí, pero nosotros te tenemos a ti. Te tenemos a ti para que nos hables de ello. La gente debería escuchar y tendría que empezar a marcharse ahora mismo.
– No es lo mismo, ¿no crees? Estaba pensando en cómo decírselo a la gente, en cómo publicitarlo. Quizá con una pancarta, subiendo al Gherkin, al Tower Bridge o algo por el estilo.
– Como mi mural -digo-. Nadie prestará atención, simplemente pensarán que estás chiflado. Tienes que salir en las pantallas de la calle. ¿Cuántas hay? ¿Un millar? ¿Más? Son oficiales, ¿no? La gente se enterará entonces. Tienes que piratearlas.
– Oh, Dios mío, tienes razón. Si el Ayuntamiento o el Gobierno no lo hacen, deberé ocuparme yo. Tendré que piratear sus pantallas.
– ¿Sabes cómo?
– No, pero conozco a un tío que puede hacerlo.
Está entusiasmado, taconea el suelo con los pies, le brillan los ojos.
– Intentaré llamarlo por teléfono.
Le dejo pensándolo. Mia ya tiene sueño y yo también. Adam me ha dejado su habitación, dice que dormirá en el sofá. Me siento incómoda por ello, pero él insiste. Le doy de mamar a Mia antes de ir a dormir y después la pongo en un cajón en el suelo, igual que en la casa ocupa. Apago la luz e intento cerrar los ojos. Me pregunto dónde estará Vinny ahora. Adam dijo que había visto cómo se lo llevaban. Pensar en él tumbado en una celda en alguna parte me produce ganas de gritar. No se lo merece, Vinny no.
Pienso en la lluvia y el viento, en refugiarme en el túnel. Y pienso en Adam, en cómo volvemos a encontrarnos una y otra vez. Y ahora estoy aquí, en su habitación. Me dije que me mantendría alejada de él, pero he hecho todo lo contrario. Sin embargo, no es Año Nuevo, todavía no, así que esta noche voy a disfrutar del calor y la seguridad, y voy a dormir mientras Mia me lo permita.