29

Samantha había conseguido conciliar el sueño cuando oyó que Tom Straussman la llamaba al otro lado del cristal. Se sentó en la cama y se frotó los ojos sintiéndose como un animal en el zoo.

– ¡Acércate! -gritó Tom-. ¡Echa un vistazo a esto!

Estampó un resultado micrográfico en el cristal de la ventana. Samantha se levantó perezosamente y arrastró los pies hacia la ventana mientras murmuraba algo sobre el tres en raya.

Cuando vio el resultado micrográfico, los ojos se le abrieron de repente. El virus que se encontraba en los dinoflagelados de las muestras de agua aparecía aumentado a grandes dimensiones. La imagen mostraba varios pares de hilos delgados conectados con unas barras horizontales como minúsculos peldaños de una escalera. Aquellos pares de hilos estaban retorcidos y se parecían increíblemente al ADN, lo cual era raro, ya que el aumento permitía solamente ver partículas víricas grandes. Samantha se quedó mirando la imagen con la mente a mil. No se parecía a nada que hubiera visto hasta aquel momento.

– Lo he mandado a Diagnosis para que saquen la secuencia genética -dijo Tom-. Transcriptasa inversa, reacción de polimerasa en cadena, análisis del ácido nucleico: el recorrido completo. Quiero ver si encontramos una coincidencia en el banco de genes.

Samantha intentó tragar la saliva, pero tenía la garganta seca. Sentía el corazón en el pecho.

– No encontraremos ninguna coincidencia en el banco de genes.

– Bueno, ya lo veremos después de que en Diagnosis…

– Puedes sacar diagnósticos todo el año, pero eso no nos va a mostrar cómo opera el virus. -Samantha parpadeó intentando concentrarse-. ¿Llegaron los conejos para las pruebas de fiebre hemorrágica del Congo y Crimea?

Tom asintió con la cabeza.

– Los quiero aquí -dijo Samantha-. En la sala de operaciones. -Señaló la puerta de emergencia y añadió-: Y quiero una muestra del virus. -Tom iba a contradecirla, pero Samantha cerró los ojos y, notando el latir del corazón, ordenó-: Ahora.

Quince minutos más tarde, se encontraba en la sala de operaciones con las cajas de conejos a los pies. En una mano tenía una jeringuilla con el virus. Se inclinó, abrió la tapa de una de las cajas y sacó a uno de los conejos agarrado por el cuello. Tom y algunos de sus colegas miraban desde el puesto de observación. Samantha inyectó el virus en el primer conejo, lo volvió a dejar en su caja y repitió la operación con los otros cinco. Los científicos contemplaban la operación en silencio.

Después de terminar cruzó la habitación en dirección a la ventana. Detrás de ella, los conejos se removían en las cajas.

– La primera regla de un virólogo -dijo-: deja que la enfermedad sea tu maestro.

Загрузка...