Las mariposas revoloteaban sobre las plantas en flor y rozaban estambres y flores con sus probóscides llenos de polen. Salían volando a cada paso de Derek, como huyendo de un depredador, levantándose en círculos. La larva parecía de plomo en los brazos de Derek, y en aquel momento estaba más inactiva que antes. Se dejaba llevar por sus esforzados brazos con la cabeza y el extremo inferior colgando de ellos.
Con los ojos alerta y la espalda encorvada, pisando hojas podridas y caparazones de cucarachas, Derek se detenía solamente para lamer las gotas de lluvia depositadas en las orquídeas en flor. Encontró un capullo de un blanco brillante lleno de agua y lo arrancó con cuidado. Con un toque del dedo índice levantó la cabeza de la larva por la barbilla y le colocó la flor medio abierta en la boca. El animal chupó la flor y se la tragó. Después se retorció y le miró a la cara.
Derek sintió algo grande que llenaba los vacíos de su corazón. Una vibración del transmisor le interrumpió los pensamientos. Lo había reactivado hacía unos veinte minutos, aunque no estaba seguro de querer hablar con nadie, todavía. Se lo pensó un momento y al final depositó la larva en el suelo, se aclaró la garganta y acercó la cabeza al hombro.
– Mitchell. Privado. Obviamente.
Hubo un silencio.
– ¿Qué? -preguntó Derek.
Se dio cuenta de que estaba cercado por un estrecho círculo de árboles y empezó a limpiar el espacio de rocas y hojas para prepararse un lugar de reposo. Parecía que el agotamiento de toda la semana le había asaltado de repente. Aunque había dormido un poco la noche anterior, todavía sentía la cabeza ligera a causa del cansancio. Necesitaba dormir de verdad enseguida.
La voz de Cameron llenó el aire a su alrededor y a Derek le pareció que esa voz familiar le era consoladora en medio del polvo, las piedras y los árboles.
– Derek -dijo ella-. Cameron.
Derek se tomó unos momentos para centrarse y luego habló, asombrado ante el tono plano de su propia voz:
– A ver si lo adivino. Estás en mi tienda, probablemente sentada encima de mi colchoneta y tienes al resto de mi escuadra a tu alrededor intentando averiguar qué me puedes sacar.
La hierba del lindero del bosque estaba cargada de rocío. Cameron estaba de pie en medio de una zona de hierba alta que le llegaba casi hasta las rodillas y miraba hacia el sol. A unos cuarenta y cinco metros detrás de ella se encontraban los demás, reunidos a la sombra de las tiendas, comiendo. El fuego había consumido casi todo el cuerpo de la larva, dejando solamente cenizas.
– Siento mucho que creas que es así -le dijo ella, con un tono de preocupación mayor del que le hubiera gustado.
– Bueno, tendrás que perdonarme. Cuando los soldados se amotinan, uno tiende a volverse un poco cínico.
Cameron se mordió el labio para castigarse con ese dolor.
– Estamos por encima de eso, ahora -estuvo a punto de decir «teniente», pero se contuvo-. Esa cosa es peligrosa y va a metamorfosearse. Hemos encontrado a una fabricándose un capullo hace un rato.
– ¿Qué le habéis hecho?
Cameron no contestó. Derek cerró los ojos y se sintió tan bien que estuvo a punto de dormirse allí mismo, de pie. Osciló un poco sobre los pies y se obligó a abrir los ojos. La larva se había desplazado un poco alrededor del tronco de un árbol, pegando las patas falsas contra la corteza.
– Es bonita, Cam -dijo Derek-. Tenemos que ponerla a salvo.
– Está llena de un virus mortal -le dijo, de un tirón-. Tiene que morir.
Ambos se quedaron un tanto inquietos por la contundencia de esa afirmación.
– Nunca habría pensado que me traicionarías -dijo Derek, despacio-. Que violarías las órdenes, y mi confianza.
– Hay algo más que eso -dijo ella.
– Parece que Savage hable por ti como por osmosis -dijo él-. Ya no hay reglas, ¿eh?
– Hay reglas nuevas.
– Bueno, mientras disfrutáis de vuestras reglas nuevas, recordad que todos habéis desobedecido órdenes directas de un superior, órdenes que todavía están vigentes. Os gusten o no, mis órdenes son mis órdenes. Yo no he dado permiso a ninguno de vosotros para que matéis a esos animales. Hay que protegerlos.
Cameron se tomó unos instantes para poner sus pensamientos en palabras.
– Eso no va a solucionar nada, tú lo sabes. Lo que le pasó a tu… tu familia.
La risa de Derek fue tensa, desagradable.
– ¿Qué coño sabes tú de mi familia?
Cameron soltó un suspiro angustiado, apretando las mandíbulas.
– Te están ocurriendo más cosas de las que reconoces.
– ¿A mí? A ti te rueda la cabeza, estás distraída y vomitas por las mañanas. No hace falta ser médico para deducir…
– Estás en tiempo límite -dijo Cameron-. Mueve tu culo de vuelta al campamento o no habrá nada que yo pueda hacer.
– ¿Es una amenaza? ¿Pretendes utilizar la fuerza contra mí?
– Si tengo que hacerlo, sí. -Se quedó callada; la hierba ondulaba a su alrededor-. He sido responsable de tu vida más veces de las que me puedo acordar -le dijo, con suavidad.
Derek se quedó inmóvil.
Cuando Cameron volvió a hablar, lo hizo sin ninguna emoción:
– Cuando mueras, sentiré que te he fallado -dijo-. Pero también estaré equivocada.
Cuando volvió al campamento, los demás tomaron nota de su expresión.
– Creo que vamos a tener otra mantis entre manos -les dijo.
Tardaron unos momentos en comprender. Justin se dio unos golpecitos en la frente con los nudillos.
– Tendríamos que lavarnos -dijo Rex-. Más a fondo.
– Pero todavía quedan dos ahí fuera -dijo Cameron-. Necesitamos un plan B.
– Por una vez, estoy de acuerdo con el doctor. -Savage se pasó un dedo por la nuca y se sacó un trozo de piel quemada-. Mi plan B consiste en quitarme toda la mierda.