56

Derek llevaba a la larva apretada contra el pecho y, cuando se cansaba, la llevaba a los hombros, colgada por detrás del cuello para agarrarla por ambos extremos. Al principio, la larva parecía incómoda -Derek sentía los segmentos retorciéndose y ajustándose alrededor del cuello- pero pronto se tranquilizó y se dejó llevar.

Se detuvo una vez para que la larva pudiera alimentarse y el animal lo hizo con tanta energía que acabó con una rama caída en cuestión de minutos. Derek, sentado en el caliente suelo del bosque, la observaba, asombrado ante la incesante actividad de sus mandíbulas. Cuando el animal terminó, Derek se inclinó para darle un beso en la frente, pero cambió de opinión. Se puso de pie, se sacudió el polvo de las manos contra los pantalones, tomó a la larva y continuó subiendo la cuesta del bosque.

No tenía ningún plan, por lo menos no se le ocurría ninguno. Su única intención era mantener a la larva a salvo. Ya pensaría algo antes del rescate previsto para el día siguiente por la noche. Sólo tenía que poner a la larva a salvo hasta ese momento. Querrían llevarla de vuelta al continente y estudiarla, hasta donde él sabía.

Todas las contradicciones de su vida desaparecieron bajo ese único objetivo: proteger la vida de aquella criatura. Si hacía eso, quizá pudiera soportar el resto. Quizá pudiera soportar lo que había descubierto aquella noche. La Noche.

El bosque estaba más oscuro de como lo recordaba. Miró hacia el cielo y de repente empezó a llover, como respondiendo a su gesto. Y luego, la lluvia arreció, golpeando con fuerza hojas y ramas. Se reorientó, calculando cuánto había penetrado en el bosque y qué distancia había subido por la ladera del volcán. Se encontraba cerca de la mitad de la zona de Scalesia. Podía descansar y recuperar energías.

Un cedro grande se había roto durante el terremoto, y el tocón terminaba en forma afilada. El tronco había caído a un lado y las ramas se habían desparramado y roto contra el suelo. El árbol caído todavía estaba unido al tocón por un trozo de corteza y pulpa que formaba como un pequeño refugio triangular.

Derek dejó a la larva al lado del árbol y recogió ramas y hojas anchas que entretejió a ambos lados del pequeño refugio. Terminó de construir la pequeña tienda y se sacó una astilla de la palma, primero apretando la piel y luego arrancándosela con los dientes. Se volvió hacia la larva y dio un paso atrás de sorpresa.

Se encontraba al lado de su vieja cutícula y sus costados se expandían y se contraían mientras respiraba. Parecía exhausta.

Intentó no pensar en la oscuridad atenazante que sentía a su alrededor, no pensar en el peligro que no quería admitir. Levantó a la larva y la colocó en el pequeño refugio. El se tumbó al lado. La larva estaba incómoda a causa del calor, así que se apartó un poco de él pero dejó la cabeza cerca de la suya. Derek cubrió la entrada del refugio con las ramas y las hojas entretejidas y se volvió a tumbar, dejando vagar la mente por un laberinto de pensamientos.

Unas voces le sacaron de su delirio. Reconoció la de Szabla, a no más de cuatro metros y medio y, cuando sacó la cabeza por entre las hojas vio el rostro de Savage, los ojos ocultos en las sombras. Aunque se encontraban cerca, no podía entender qué decían.

Como siempre, Savage llevaba su cuchillo. Savage le dijo algo a Szabla, en un murmullo, y luego se dirigió directamente hacia el pequeño refugio. Derek se quedó inmóvil, con una mano encima de la cabeza de la larva, como protegiéndola. Rezaba para que no hiciera ningún ruido.

Savage puso un pie encima del tocón, a centímetros de Derek, y observó el terreno. La lluvia corría por encima de la bota de goma y caía encima de la mejilla de Derek, el cual casi sentía el calor del cuerpo de Savage. No movió ni un músculo.

Savage enfundó el cuchillo y le dio unos golpecitos. Luego se acercó a Szabla. Ambos desaparecieron en el sotobosque y sus pisadas se alejaron hasta desaparecer.

Derek dejó salir el aire. Aunque no se había dado cuenta, había estado aguantando la respiración casi un minuto. La larva se removió al oír el sonido, buscando su cuerpo, como si buscara seguridad. Acercó la nariz a su cuello y Derek sintió el miedo en el cuerpo, pero el animal mantuvo las mandíbulas cerradas.

De repente, el suelo tembló con fuerza y el tronco se movió sobre sus cabezas. Por un momento, Derek temió que el tronco resbalara del tocón y les aplastara, pero se mantuvo en su sitio. Puso una mano encima del cuerpo de la larva mientas la tierra temblaba debajo de ellos. Luego todo quedó quieto. Aparte de que los segmentos se hinchaban ligeramente, la larva no se movía.

Derek se tumbó de espaldas y miró los destellos de cielo que podía distinguir a través de la red de ramas que tenía alrededor, sintió el aire denso por la lluvia y percibió las oscuras columnas de los árboles.

De repente, el bosque pareció bastante tranquilo.


Con destreza, Savage avanzaba delante de Szabla, bajo la lluvia. De vez en cuando, Szabla distinguía su piel entre los troncos de los árboles. Savage casi nunca llevaba camisa en el bosque pero, por algún motivo, los mosquitos le dejaban en paz.

Savage iba llamando a las larvas.

– Eh, pequeñas, ¿queréis unos caramelos? -Y luego se reía con fuerza.

De repente, desapareció. Szabla observó la zona que tenía delante pero no pudo distinguir nada en esa tenue luz. Le llamó una vez con la voz ligeramente temblorosa. Cruzó los brazos y se tocó los fuertes bíceps; notó que le volvía el valor.

Salió del pequeño sendero que habían estado siguiendo y, automáticamente, fue engullida por el follaje. Recorrió en círculo la zona donde había visto a Savage por última vez con la lanceta encima de la cabeza para que no tocara las ramas.

– Silencio.

Savage le pasó un brazo alrededor del cuerpo y la atrajo hacia él al tiempo que le tapaba la boca con una mano. Se agacharon lentamente hasta que quedaron tumbados uno al lado del otro, ocultos debajo de unos helechos. Savage la miró un momento y luego le quitó la mano de la boca. Hizo chasquear los dedos y señaló a la derecha.

– Hay algo ahí -susurró.

Mantuvo la mano cerca de la boca de Szabla, a punto de tapársela otra vez si ella decía algo. Szabla estaba callada, y se quedaron quietos en la oscuridad.

Al cabo de unos minutos, una rama cercana se rompió y percibieron un movimiento. Szabla se puso en tensión hasta que se dio cuenta de que se trataba de un pájaro. Un papamoscas atravesó el follaje, y su vientre amarillo fue por un momento la única nota de color en el aire gris.

Szabla soltó el aire de golpe y miró a Savage. El barro que él se había extendido por las mejillas y el pecho como camuflaje se había secado, y se agrietaba como la masa crujiente de un pastel. La zona de alrededor de los labios era más oscura y parecía un depredador después de haberse dado un banquete con su presa.

Él mantenía su extraña sonrisa, una luna blanca flotando en su rostro que le hizo pensar en el gato de Cheshire. De repente, Szabla notó la cercanía de él. Szabla tenía un brazo debajo del hombro de él, la mano apoyada sobre el pelo sucio. Savage olía a sudor y a barro, y su cuerpo, apretado contra el de ella, era el más duro que nunca había sentido, a pesar de que tenía más de cincuenta años. Los músculos no eran especialmente voluminosos, pero eran duros como piedras.

Szabla giró la cabeza ligeramente para mirarle y sintió la barba de él en su mejilla. Szabla le aguantó la mirada unos momentos con el corazón todavía agitado por el susto. Mirar sus ojos era como mirar a un agujero negro: sin fondo, vacíos, con un tono gris. Szabla se sintió como si mirara el hielo de la superficie de un lago helado, como si mirara a la misma muerte.

Cuando se separaron y se pusieron de pie, la incomodidad de ella era evidente.

Savage se aclaró la garganta y escupió. La mucosidad cayó sobre unas hojas y, luego, al suelo. La miró, como si le leyera los pensamientos.

– A veces, uno va a lugares -dijo, con voz suave, un poco ronca y, si Szabla no se equivocaba, amable- de donde no puede volver. -Levantó la vista hacia el techo vivo que los cubría-. Entré en la jungla cuando tenía dieciocho años y salí de la vida. No tengo… no tengo otra opción ya.

Savage se apoyó en el tronco de un árbol y observó a un puñado de insectos que revoloteaban alrededor de una rama encima de su cabeza. Szabla miraba a cualquier parte menos a sus ojos y, al final, echó a andar por el sendero.

Al cabo de un momento, él la siguió.


Era uno de los días más largos de que Cameron se acordaba.

Como las larvas necesitaban algún tipo de sombra, ella, Tank y Justin prescindieron de la zona de la costa. Atravesaron la franja de la zona árida cerca del lago donde Cameron encontró la primera larva y luego se dirigieron al norte, abriéndose paso por la zona de transición, por encima de la hendedura volcánica. Finalmente, entraron en el bosque y llegaron a la cima de Cerro Verde a las doce del mediodía, manteniéndose apartados de la caldera rodeándola por la zona de árboles. Llegaron a un punto en el que se abría un claro y Cameron vio, entre los árboles, la caldera activa: una larga y plana llanura de lava que fluía con el rodamiento ocasional de algunas rocas y una hendedura que se perdía de la vista en el centro. Un laberinto de fisuras recorría la roca oscura a través de las cuales emanaba el magma caliente. El vapor se levantaba y se retorcía en el aire antes de desaparecer.

Se detuvieron un momento en actitud reverente y luego continuaron bajando la inclinada zona de Scalesia. Peinaron el terreno en amplias eses, abriéndose paso por el sotomonte a golpes, a la espera de que las pequeñas criaturas aparecieran para poder matarlas.

Tank llevaba el cerrojo del frigorífico, y Cameron y Justin, una lanceta cada uno. Si no empezaban a encontrar las larvas pronto, la situación empeoraría. Aún tenían treinta y cuatro horas antes de ser rescatados, y treinta y cuatro horas era mucho tiempo para estar atrapados en una isla con enormes depredadores sueltos.

Caminaron en silencio, atentos a los árboles y a los repentinos movimientos de los pájaros. Cameron tenía los brazos arañados por las ramas. Tenía en el hombro una gran raspadura que debió de haberse hecho contra la corteza de algún árbol, pero no lo recordaba. De hecho, no recordaba cómo se había hecho las magulladuras que sentía por todo el cuerpo a cada paso que daba.

En un momento determinado, habría jurado que notaba la presencia de Derek cerca, en el bosque, pero cuando escuchó con atención no oyó nada excepto el susurro de las hojas. Intentó comunicarse con él por el transmisor unas cuantas veces, pero lo tenía desactivado.

Los tres se detuvieron para tomarse un descanso y comer un poco. Ninguno hizo guardia. Cameron se puso de cuclillas y comió unos tortellini vegetarianos. Había dejado de llover, aunque el cielo todavía estaba gris y el aire se sentía pesado. Al cabo de diez minutos de estar sentados, Tank todavía respiraba con dificultad. Justin le dijo algo en voz baja que Cameron no pudo entender, pero imaginó que le preguntaba por las heridas porque, de repente, Tank negó con la cabeza y se puso de pie fingiendo que no sentía dolor.

Reiniciaron la marcha, pero Cameron se detuvo y volvió al lugar de descanso para recoger los envoltorios de plástico de la comida y meterlos en su bolsa.

Durante cuatro horas más, examinaron a conciencia el bosque, buscando entre matorrales y cuevas, en los agujeros de los árboles y entre rocas. De repente, Tank se detuvo y chasqueó los dedos. Todos se quedaron quietos.

Se oía un sonido como de algo que rascaba, como unas uñas contra la corteza de un árbol, y todos miraron alrededor, nerviosos. Tank levantó el cerrojo por encima de la cabeza, con el pestillo entre los dedos. Cameron y Justin se acercaron despacio hacia un árbol buscando refugio, y Tank se quedó solo en el claro. Dio un primer paso hacia atrás, vacilando, pero se detuvo al oír el sonido de nuevo. A su derecha, unos helechos se separaron y una sombra se precipitó hacia él. Él retrocedió tambaleándose y falló el golpe con el cerrojo. Cameron vio que era un perro asilvestrado con el pelaje moteado pegado a las costillas. Cameron sintió el aire que el perro movió al precipitarse hacia la espesura. En un instante, incluso el sonido de su carrera había desaparecido.

Tank se balanceó un poco sobre los pies, todavía con el cerrojo en la mano. Justin empezó a reír, aliviado, pero nadie más le imitó. Se calló.

Llegaron al campamento derrotados y exhaustos, rogando que Szabla y Savage hubieran tenido más éxito. Entraron en la tienda de Tank para ocultarse del fuerte sol y Tank se dejó caer de espaldas al suelo. Cameron se daba cuenta de que su compañero sentía dolor, aunque Tank era, probablemente, la última persona del mundo que lo admitiría.

– ¿Seguro que estás bien? -le preguntó.

– Bien.

– Bueno, ¿sabes qué es lo que me hace sentir bien después de un largo día de mala caza de larvas? -preguntó Justin, mirando si había conseguido que Cameron sonriera-. Una buena ducha caliente y un masaje en la espalda. Pero como no puedo tener ninguna de las dos cosas, voy a cagar.

Incluso Tank se rió un poco mientras Justin desaparecía por la puerta.

– Buen chico -dijo Tank. Sacudió la cabeza y se salpicó los hombros de gotas de sudor. Se pasó los dedos por la frente irritada y se arrancó unas tiras de piel. Miró a Cameron con cara de resignación-. Me olvidé de la crema protectora -dijo.

Cameron se agachó. Destapó la cantimplora y tomó un largo trago de agua. Necesitaba ir pronto al mar para quitarse la mugre de encima. La llevaba pegada a la piel como si fuera una capa de ropa.

Por encima del enorme pecho de Tank, la fuerte curva de la barbilla se veía erizada de pelo. A Cameron siempre le había gustado encontrarse frente a la presencia imponente y serena de Tank, quizás a causa de la corriente de silencioso afecto que recibía de él. Sintió que necesitaba decirle algo, algo personal, pero no sabía qué, así que se quedó callada.

La voz de Justin, desde fuera, rompió el silencio.

– ¡Eh, chicos! Venid a ver. Rápido.

Salieron de la tienda y encontraron a Justin abrochándose furiosamente los pantalones. Éste empezó a caminar hacia el bosque haciéndoles una señal para que le siguieran. Atravesaron una zona de pastos recientemente limpiada y pronto se vieron rodeados por la Scalesia. A unos trece metros del lindero del bosque Justin redujo la marcha y apartó un denso matorral para que Cameron y Tank pudieran ver.

Una larva, más pequeña que las demás, con una cutícula de un verde amarillento, se había colocado en posición vertical contra el tronco de un árbol. Movía la cabeza hacia delante y hacia atrás, sacando una sustancia pegajosa y blanca que parecía seda y que depositaba en el tronco. Bajaba la cabeza hasta el segmento inferior y se envolvía a sí misma con la seda. Estaba tejiendo un capullo alrededor de sí misma.

Cameron dio un paso hacia delante, rodeando a Justin.

– Increíble -murmuró.

Observaron con fascinación los movimientos repetitivos y llenos de gracia de la larva. Ya se había envuelto la mitad del cuerpo con la seda cuando oyeron unos pasos que se aproximaban por detrás de ellos. Cameron se dio la vuelta y Szabla apareció en la espesura, Savage unos cuantos pasos detrás de ella.

– Me estaba preguntando dónde… -Szabla se quedó quieta, mirando la larva. Sin dudarlo, se aproximó y le dio una patada que la arrancó del árbol y que salpicó el aire con la sustancia que secretaba. La larva se quedó en el suelo, retorciéndose de forma grotesca, con la mitad inferior del cuerpo envuelta todavía en la seda. Savage dio un paso hacia delante, colocó el pie contra el tronco y apoyó un brazo en la rodilla.

Sin siquiera mirar, Szabla tomó el cuchillo de Savage de la funda que éste llevaba en el tobillo. Llegó hasta donde estaba la larva con cuatro pasos y le clavó la hoja en la cabeza. Un ruido burbujeante salió de las agallas del animal y éste se arqueó y se retorció como un gato, con las patas falsas estiradas hacia delante como si fueran estacas de madera. La hemolinfa verde le salía por la herida. El cuerpo de la larva se estremeció dos veces, se contrajo despacio hasta hacerse un ovillo y se quedó quieto.

Szabla miró a Tank, Justin y Cameron mientras se limpiaba la hoja del cuchillo en los pantalones. Cameron estuvo a punto de vomitar al ver el resto que el cuchillo dejaba en los pantalones, plagado de virus. Sintió la mirada de Savage encima, como si le leyera los pensamientos.

– Ésa es mi soldadito valiente -dijo, con voz divertida y desdeñosa al mismo tiempo.

Szabla le lanzó el cuchillo a Savage, quien lo atrapó hábilmente por la empuñadura. Luego levantó a la larva con cuidado de no tocar con las manos la hemolinfa.

– ¿Qué sucede, Cam? -se burló-. ¿Ya has olvidado el truco de Floreana a lo Sigourney Weaver?

Szabla encabezó el retorno al campamento y al pasar al lado de Cameron le dio un fuerte golpe en el hombro.

Загрузка...