Cameron estaba sentada, pacientemente, con las piernas cruzadas en el extremo sur del camino, a unos dieciocho metros al norte de la torre de vigilancia. Sentía el viento en los hombros soplando en dirección al bosque.
Miró camino arriba, a las Scalesias, y observó cómo los cables detonantes desaparecían a la vista a medida que el sol se ponía. El aire se volvió más sombrío, adquirió un tono agrisado y luego negro, pero la mantis continuaba sin aparecer.
El destello de las bengalas en la torre se volvió más fuerte cuando la luz menguó. Pronto, la torre que se encontraba detrás de ella sería el único punto de luz en aquel oscuro paisaje, como el brillante ojo del diablo. Los chillidos de la larva deberían haberle resultado horribles, pero casi los encontraba agradables, como el estribillo de una melodía que ella hubiera compuesto. Los aullidos de la torre se unían a los chillidos de la larva y, a veces, los ocultaban.
La larva, iluminada por abajo por el rojo destello de las bengalas, continuaba debatiéndose en el gancho, con la cabeza girada en un ángulo atroz, el cuerpo proyectando su sombra en las paredes de la choza. Cameron entonó en silencio una canción. La torturada silueta retorcida se encontraba detrás de ella.
No comprendía por qué la mantis se retrasaba. La larva, retorcida e iluminada por la brillante luz artificial de las bengalas, ya tenía que haber llamado su atención en aquellos momentos.
Cameron se encontraba sentada en medio del camino, totalmente desprotegida. Tanto si resultaba atraída por Cameron o por la larva, la mantis tendría que bajar por el camino hacia la torre de vigilancia. Cameron tenía intención de ponerse en pie y agitar los brazos en cuanto la criatura apareciera en el lindero del bosque para atraerla hacia los cables detonantes. Esos dos minúsculos cables serían todo lo que se interpondría entre Cameron y una muerte segura.
Cameron empezaba a sentirse impaciente, ansiosa por el retraso de la mantis. Se puso de pie para que el viento llevara su olor camino arriba, hasta el oscuro follaje del bosque.
La luna iluminaba el camino con un brillo amarillo y pálido. Cameron fijó la vista en la oscura masa del bosque, como si su voluntad pudiera provocar la aparición de la criatura. Esperaba verla en cualquier momento: la ancha cabeza del insecto mirándola con malicia desde el largo cuello, las patas impulsándola hacia delante con elegancia y torpeza al mismo tiempo.
El aullido procedente de la torre alcanzó un tono tan agudo que superó los penetrantes chillidos de la larva. Y entonces, una sombra cayó sobre el camino.
Cameron se volvió rápidamente, intentando adivinar cómo era posible que la noche fuese aún más oscura, y entonces la vio encima de la torre de vigilancia. La mantis se encontraba colgada de las paredes, abrazada a la torre delante de la entrada de la choza, como una araña en su tela.
La masa del cuerpo casi llenaba por completo la entrada de la choza, bloqueando la mayor parte de la luz rojiza. Cameron retrocedió y tropezó, sorprendida. No se le había ocurrido que la mantis daría un rodeo hacia la torre de vigilancia. Por alguna razón, había dado por supuesto que el animal se dirigiría a ella directamente por el camino.
Durante un horrible instante Cameron pensó que se trataba de otra mantis, una criatura a la que todavía no había encontrado antes, pero entonces reconoció el ojo maltrecho y la negra empuñadura de la lanceta. Se dio cuenta de por qué la mantis era mucho más grande esta vez: había mudado. Había tardado tanto en aparecer porque la nueva cutícula todavía se estaba endureciendo.
Cameron miró nerviosamente hacia el oscuro camino, intentando desesperadamente detectar la localización de los cables detonantes. Tendría que conseguir que la mantis subiera por el camino en dirección al bosque para que activara los explosivos, en dirección opuesta a la que había planeado.
La mantis entró en la choza y se quedó de perfil a Cameron, de cara a la larva. La luz roja perfilaba la oscura figura y le confería un aura que parecía divina. Las hileras de púas de sus patas delanteras brillaban igual que colmillos. Desde donde se encontraba, Cameron observó cómo encajaban, como los dientes de una trampa.
Cameron empezó a subir en silencio por el camino, penetrando en la línea de defensa. Intentaría pasar por debajo de los cables detonantes y llegar hasta el otro extremo, desde donde intentaría atraer la atención de la mantis. Tenía la esperanza de que la criatura activara los cables detonantes al lanzarse hacia ella.
Cameron estaría a salvo si conseguía llegar al otro extremo sin que la mantis se diera cuenta.
La mantis se inclinó hacia delante con la enorme cabeza ladeada. Observó a la larva con el ojo sano: era su última esperanza de descendencia. La larva se retorcía de dolor y agitaba la cabeza hacia delante y hacia atrás en un intento de soltarse del gancho. El sonido que emitía a través de los espiráculos alcanzó un tono agudo que parecía el de la agonía de un ser humano. Con el extremo inferior de su cuerpo golpeó la cabeza de la mantis, pero ésta no reaccionó.
Cameron notó la crueldad de la criatura, como si emanara como una ola de calor. Una gota de jugo gástrico cayó de las mandíbulas de la mantis hasta el suelo. La luz de las bengalas se reflejaba en el ojo de la criatura, que de nuevo era negro en la noche.
Con un rápido movimiento, la mantis atrapó con las patas a su congénere y lo arrancó del gancho. La larva, empalada entre las púas de las patas, chilló y no dejó de hacerlo cuando la mantis le arrancó la cabeza de un mordisco.
Cameron sintió que se le revolvía el estómago, pero continuó avanzando lentamente, con cuidado de no tropezar con ninguna roca del suelo. Al retroceder, tropezó con una grieta que se había levantado en el suelo durante el último terremoto, y cayó con suavidad al suelo.
Pero no con suavidad suficiente.
Las antenas de la mantis se pusieron erectas y la criatura giró la cabeza y las patas delanteras, observando en la noche. Cameron notó su mirada, notó cómo la localizaba en la oscuridad. De la cabeza de la criatura surgió un grito callado mientras la boca articulada se abría en un rictus de caverna. La cabeza de la larva cayó de su boca.
Cameron sintió que el pánico le subía por la garganta como vómito y notó el sabor en ella. La tierra le hería las palmas de las manos, desolladas, mientras se quedaba helada, observando.
La mantis plegó las patas una vez y soltó el pequeño e inerte cuerpo de la larva. Se dirigió al extremo de la choza y extendió el esbelto cuello para sacar la cabeza al aire libre y apuntar a Cameron con la vista.
«Relájate -pensó Cameron-. Todavía hay tiempo. Tiene que bajar de la torre. Aún puedes pasar al otro lado de los cables detonantes.»
La mantis dio un paso hacia delante; las cuatro patas posteriores ocupaban todo el espacio de la entrada de la choza. Plegó las patas de presa contra el pecho y se inclinó todavía más hacia delante, hacia el espacio abierto. Lentamente desplegó las alas inferiores desde debajo de las tegminas, que ocuparon todo el perímetro de la torre de vigilancia. La luz roja brilló a través de ellas y proyectó un tinte sanguinolento sobre el camino.
Cameron intentó tragar saliva, pero tenía un nudo en la garganta.
La mantis se colocó en el borde de la torre, con las alas desplegadas como la vela de un parapente, de una extensión tan grande que hacía que el cuerpo pareciera enano. La mantis saltó de la torre y las afiladas patas delanteras colgaban debajo de ella como misiles.
Estaba planeando en dirección a Cameron.
Cameron gritó y empezó a correr en dirección al bosque. No podía adivinar el avance de la criatura de ninguna forma: no había ningún ruido de pisadas ni se oía el follaje a su paso. A ciegas y aterrorizada, Cameron corrió. Los árboles la observaban solemnemente desde ambos lados como espectadores de una ejecución. Le parecía que sus piernas se movían a cámara lenta; las botas le pesaban como si fueran de cemento. Sentía sus jadeos en todo el cuerpo. Sentía latir el corazón en la yema de los dedos y en los talones.
La mantis estaba detrás de ella; Cameron notaba cómo se acercaba. Si hubiera podido morirse en ese instante, simplemente disolverse en la tierra antes de que la criatura la alcanzara, lo habría hecho.
La mantis chilló y Cameron sintió una ola de terror en todo el cuerpo. Echó un vistazo hacia detrás y vio que la mantis se encontraba a unos dieciocho metros y que se acercaba con rapidez.
Cameron volvió a mirar hacia delante y vio el primer cable detonante justo delante de ella. Con un grito, saltó y cayó dando una voltereta al otro lado. De nuevo estaba de pie y corriendo. Casi no había reducido la velocidad.
La explosión habría debido producirse justo después de que ella saltara, pero Cameron se dio cuenta de que la mantis se encontraba a demasiada altura, había pasado por encima del cable. Tendría que activar el siguiente ella misma. Pero si se precipitaba corriendo contra él, reduciría la velocidad y nunca podría salir del camino antes de que los árboles le cayeran encima. Si intentaba pasar rodando por debajo, la criatura caería encima de ella inmediatamente.
Recordaba que había diez pasos hasta el siguiente cable. Siguió corriendo mientras su mente trabajaba a toda velocidad. Sintió en los hombros el aire que la mantis agitaba al acercarse. No tenía tiempo para pensar. El delgado cable brillaba bajo la luz de la luna a pocos pasos.
Cameron llevó la mano hacia atrás y desenfundó el cuchillo de la parte posterior de los pantalones. Este salió con suavidad de la funda. Lo agarró con la hoja contra el antebrazo, igual que hacía Savage.
Empujó el cable con la hoja del cuchillo mientras continuaba corriendo hacia delante. Los explosivos detonaron con un profundo rugido e hicieron volar fragmentos de corteza y madera por todas partes. Un trozo de madera le pasó por encima de la cabeza. Las cargas explotaban una detrás de la otra e iluminaban la carretera como una luz estroboscópica.
La mantis se asustó un momento, pero mantuvo el ojo en la presa; estaba hecha para matar.
El cable se tensó al máximo y se rompió. Ambos extremos retrocedieron como dos latigazos. Cameron no dejó de correr ni un instante.
Por encima de ella, la mantis se llevó las patas de presa debajo de la barbilla. Las encogió, a punto de lanzarlas hacia delante como las garras de un halcón.
Desde más arriba todavía, las copas de las balsas empezaron a caer cada vez que sonaba una explosión. Los doce paquetes de TNT habían sido demasiado para el quino, y la explosión lo había seccionado por completo de la base. La explosión lo lanzó al aire en posición horizontal al instante y la copa, cargada de ramas, atravesó el aire.
La mantis se acercaba velozmente a Cameron. Con las patas de presa plegadas, se detuvo una fracción de segundo antes de lanzar el fulminante ataque.
Cameron sentía que toda la isla se cerraba encima de ella, los árboles caían y bloqueaban el cielo, la criatura voladora se precipitaba sobre su espalda. La sangre se le había convertido en pura adrenalina y Cameron corría hacia el final del opresivo camino.
El quino cayó encima de la espalda de la mantis y el golpe hizo que la criatura soltara aire con fuerza a través de los espiráculos al tiempo que una ola de jugo digestivo caía sobre los hombros de Cameron. La mantis perdió el equilibrio con el golpe y cayó de espaldas sobre una de las alas, que quedó doblada y aplastada bajo su cuerpo. El impulso del golpe la había lanzado unos pasos por delante de Cameron y ésta se encontró trepando por encima de la cabeza al tiempo que esquivaba una pata que se cerró en el aire. La mantis se dio la vuelta en el suelo y echó a correr detrás de Cameron, cojeando.
El quino cayó al suelo detrás de ellas y activó el segundo cordón. El camino se encendió con otra explosión lumínica. El aire se llenó de trozos de madera que volaron por encima de su cabeza. Los tocones de los árboles chasquearon a medida que éstos se precipitaban al suelo desde ambos lados del camino.
El árbol que se encontraba más cerca del bosque, justo al final de la trampa, caía por delante de los demás. El TNT había explosionado una gran parte del tronco y había precipitado la caída.
Cameron corrió hacia el espacio que quedaba debajo del último árbol y la mantis se arrastraba rápidamente detrás de ella. Si Cameron no se refugiaba debajo del árbol antes de que la copa tocara el suelo, la criatura la atraparía o los demás árboles la aplastarían. Arriba, el aire estaba lleno de fragmentos de madera que caían iluminados por las explosiones.
Jadeando, Cameron se lanzó bajo el tronco en el momento en que la copa de éste se precipitaba hacia el suelo como una guillotina. Apenas rozó el tronco con el hombro, pero fue suficiente para salir volando. Sintió un dolor que le atenazaba la espalda y el único consuelo fue saber que no la había aplastado. Saltó por el aire y dio la vuelta ciento ochenta grados. Cayó sobre el estómago y el pecho de cara al camino.
Detrás del tronco caído del último árbol, la mantis se había incorporado totalmente mientras avanzaba a pesar de que tenía la parte izquierda del cuerpo aplastada. Un árbol cayó al suelo detrás de ella sin aplastarla por muy poco.
«Dios mío -pensó Cameron-, ¿y si no la aplastan? ¿Y si ninguno le cae encima?»
La mantis avanzó con un chillido cuando por muy poco esquivó otro árbol y Cameron intentó ponerse en pie y correr, pero el cuerpo no le respondió a causa del miedo y el agotamiento. Ya no le quedaba ninguna energía.
Ninguna imagen pasó por delante de sus ojos, ningún recuerdo de infancia, ningún pensamiento hacia Justin: sólo existía la criatura que cargaba contra ella, el suelo debajo de la barbilla y la boca llena de tierra.
Ya se había resignado a morir cuando el último árbol cayó encima de la espalda de la mantis aplastándola contra el suelo a tal velocidad que Cameron no pudo seguir el movimiento con los ojos.
Un enorme tronco ocultaba a la criatura de la vista, pero Cameron oyó que sus chillidos se transformaban en un ronco silbido. El aire se llenó de hojas y polvo y de un impresionante silencio que se rompía sólo ocasionalmente por un movimiento de la mantis. Cameron lo oía a pesar de cómo le silbaban los oídos.
Cameron volvió a enfundar el cuchillo en la parte trasera de los pantalones e intentó ponerse de pie, pero sintió tal dolor en la espalda que cayó al suelo con un grito. No sentía su cadera y la pierna no le respondía cuando intentaba moverla. Se arrastró hacia delante clavando los dedos en la tierra en dirección al árbol caído que ocultaba a la mantis. Sentía la tierra como virutas de acero contra su estómago y unas cuantas piedras afiladas se le clavaron a través de la camiseta destrozada.
Al acercase oyó más fuerte los roncos silbidos de la mantis. Se agarró a un nudo del tronco y se impulsó hacia arriba de él. La mantis estaba tumbada de espaldas y el enorme tronco le había aplastado por completo el abdomen. Aunque la cabeza y el protórax sobresalían de debajo del árbol, las patas de presa se encontraban atrapadas por él, las púas aplastadas en la confusión de árbol, intestinos y tierra. Movía la cabeza ligeramente hacia delante y hacia atrás y abría la boca con esfuerzo.
Estaba agonizando.
Cameron intentó bajar por el otro lado del tronco, pero acabó cayendo. Aterrizó sobre la cadera y gritó de dolor al tiempo que los ojos se le llenaban de lágrimas. La vista se le volvió borrosa y luego se aclaró otra vez. Se arrastró hacia la criatura.
La mantis no podía levantar la cabeza del suelo. Su boca se abrió al ver a Cameron, como si intentara atacarla por su cuenta.
Cameron sentía el hedor de la podrida boca, pero acercó la cara a la de la mantis y vio su reflejo en el ojo sano de la criatura. Mientras observaba ese ojo negro supo, de alguna forma, que la mantis sabía que estaba perdiendo la vida.
La mantis forcejeó, intentó desesperadamente levantar la cabeza para atrapar a Cameron entre sus mandíbulas. Pero estaba demasiado débil: sólo consiguió girar ligeramente la cabeza de un lado a otro. Cameron alargó la mano hacia el arpón que sobresalía y tuvo que apoyarse en la mantis. El pelo rubio le caía por las mejillas. Tenía el mentón lleno de saliva y sangre y parte de ella cayó en la boca de la mantis. Cameron agarró el arpón con ambas manos y tiró de él levantando la cabeza de la mantis. Con todas sus fuerzas acabó de clavarlo golpeando la cabeza de la mantis contra el suelo. La mantis abrió la boca en un horrible silencio. El arpón se había clavado en la cabeza de la criatura con un suave crujido.
Cameron sintió en las manos el temblor de la mantis y, luego, las convulsiones. El frotar de la cutícula contra el tronco del árbol, que en aquel momento formaba parte del abdomen. Todavía tenía la boca abierta cuando dejó de temblar y la cabeza le cayó a un lado.
Cameron escupió sangre al suelo y empezó a sollozar. Lloró tumbada sobre el estómago. Las lágrimas abrían surcos en la suciedad del rostro. Aún tenía las manos agarradas al arpón.
Cameron bajó la cabeza y la dejó reposar sobre los antebrazos mientras luchaba por mantener el control y apretaba los labios para que dejaran de temblarle.
El cuchillo de Savage todavía estaba en el mismo lugar donde había caído, cerca de ella. Cameron cerró una mano alrededor de la negra empuñadura como si pudiera obtener fuerzas de ella. Levantó el brazo dolorido y clavó el Viento de la Muerte encima del tronco que aplastaba a la criatura. El cuchillo, vertical, parecía la cruz de una tumba.
Pensó en Justin e intentó levantarse, pero no pudo. Se le escaparon unos cuantos sollozos que le sacudieron el pecho. Rodó hasta quedar de espaldas. Las estrellas en el cielo brillaban en una maravillosa composición de puntitos amarillos.
La oscuridad la reclamó.