El agua en bahía Avispa era transparente como el cristal y se veían los exóticos peces y los tentáculos de coral. Las olas lamían la arena con un sonido susurrante. El color del océano era un espléndido verde mar.
El cuerpo del león marino que Cameron había tocado estaba cerca de un montón de rocas, cubierto por nubes de moscas. Pasaron por su lado en dirección al agua y lo dejaron atrás; Cameron se detuvo un momento a mirar el pelambre de color crema. Nadie hizo ningún comentario.
Justin entró en el agua, rompiendo la lisa superficie y atravesando las olas como un dardo negro.
Los demás se metieron en el agua y se lavaron la cara. Tank hizo una mueca al sentir el agua fría sobre las mejillas quemadas por el sol. Incluso Rex tenía una zona enrojecida en el cuello que se hizo visible cuando se quitó el sombrero. Diego se sentó en la arena y metía los dedos en los agujeros que hacían los cangrejos.
Al oeste las olas rompían en la costa y llenaban los agujeros de las rocas de punta Berlanga, por los que el agua salía con fuerza al aire. Cameron observó el agua que se disipaba en el aire y pensó que en ese preciso instante podía estar respirando el virus. Sus pensamientos empezaron a centrarse en su embarazo y tuvo que pararlos.
Observó la sombra de su esposo entre las olas y, sin pensar en nada, caminó por la arena húmeda. Iba descalza; una de las lecciones que aprendió primero durante las semanas de entrenamiento fue quitarse las botas a la primera oportunidad. Cuanto más tiempo pudiera evitar el calor y la humedad en los pies, mejor responderían éstos durante una misión. Caminó por la orilla del océano y luego entró en el agua. Al principio sintió el agua fría, pero pronto se acostumbró y la sintió, incluso, cálida.
El agua le subía por las pantorrillas y le bajaba hasta los tobillos cuando las olas se retiraban. Se veía el fondo del agua sin ninguna distorsión, con una claridad asombrosa: los bancos de pequeños peces de rayas amarillas nadando perfectamente acompasados, las rocas medio sumergidas en la arena, sus propios pies, anchos, y los dedos.
Cuando salió, el agua se rizó, como si hubieran peinado la lisa superficie cristalina. Las olas habían cesado repentinamente, como por arte de magia. Tenía los pantalones mojados hasta los muslos. Se metió hasta las caderas, se desabrochó la camisa y se la quitó. La arrastró por el agua sujeta por la muñeca.
Sintió una mano sobre el hombro y se volvió, creyendo que era Justin. Era Szabla.
– Hola, chica -dijo Szabla.
– Hola. -Cameron se sumergió en el agua hasta el cuello y sintió que los pezones se le endurecían debajo del sujetador.
La camiseta de Szabla le apretaba el pecho, como todas las camisetas que tenía.
– He apretado un poco, lo sé. -Sopló con fuerza por la nariz-. Es sólo que con Derek así…
– No hace falta ninguna explicación -dijo Cameron-. En realidad has tenido razón todo el tiempo.
Szabla pasó los dedos por la superficie del agua.
– Lo sé, pero decir esto no sonaba tan elegante.
Cameron rió echando la cabeza para atrás y sintiendo el agua en el pelo.
– Tu marido estaba preocupado por ti, pero tenía miedo de importunarte, así que he venido a ver.
– ¿Preocupado por qué?
Szabla se encogió de hombros.
– No dijo nada, en realidad. Pero me di cuenta. Vosotros tenéis una cercanía que no es difícil de percibir. -Se mojó la cara con agua y se frotó los ojos. Luego se puso rígida y miró a Cameron, estudiándola-. Pensé que quizás estabas embarazada -le dijo-, Pero Justin dijo que no lo estabas.
Cameron se echó el pelo hacia atrás.
– Eso dijo, ¿eh?
No miró a Szabla, y Szabla no insistió. El agua las acariciaba por la cintura. Dejaron el tema.
Szabla jugó con el agua.
– ¿Sabes una cosa? Tantos años y todavía no sé cómo os conocisteis.
– No es muy romántico.
– Me lo imaginaba.
– Nos encontramos en un entrenamiento de observación. Mucha tontería y privación para enseñarnos a estar sentados y rígidos durante largos períodos de tiempo. Nos mataban de hambre y de sed y nos hacían estar a punto; ya conoces el juego. Lo último fue que tuvimos que estar sentados y quietos en esa habitación durante treinta y seis horas seguidas. Sin comida, sin poder levantarnos, sin ir al lavabo. Si uno tenía necesidades, se lo hacía allí mismo. Si alguien no lo conseguía, había que empezar de nuevo. Así que había que vigilar a todo el mundo. Ya sabes, la mierda del equipo. Al cabo de unas veinte horas, Justin empezó a ponerse nervioso. Yo le conocía de verle por ahí, y pensé que era bastante atractivo. Es atractivo -añadió, como si Szabla le hubiera llevado la contraria.
»Estábamos allí sentados, mojados de mierda y orines y empezó a temblar. Yo pensé que iba a levantarse a golpear la puerta y que lo iba a joder todo. Así que me incliné un poco hacia delante y le dije: «Kates, mírame. Cuando creas que vas a perder el control, mírame a los ojos.» Y lo hizo.
– Nos quedamos allí sentados las dieciséis horas restantes, mirándonos a los ojos. Entonces fue cuando me enamoré de él. Uno puede saber mucho de una persona después de mirarla a los ojos durante dieciséis horas. No se puede esconder gran cosa. -Sonrió al recordarlo-. Creo que ni siquiera parpadeamos.
– ¡Uau! Estoy sin palabras.
– Déjame que lo disfrute -dijo Cameron.
Szabla le dio un empujón y Cameron tropezó riendo dentro del agua.
– Me he disculpado, zorra. Además, soy tu superior.
– Sí, somos famosos por nuestra formalidad. -Cameron dobló las piernas y se hundió hasta el cuello-. Señor.
– Las Fuerzas Especiales de la Armada. Los chicos malos de oro. Así es como mi hermano nos llama. Es un infante de marina.
– Un infante de marina. Joder, lo siento.
– Sí, yo también. -Szabla se mojó la cara-. Marines. Jodidos tragabalas.
Cameron se tumbó de espaldas en el agua. El mundo quedó en silencio y sentía el sol poniente sobre el rostro; quería quedarse así, allí, medio sumergida en un agua tan pura que podía ver a los peces que nadaban alrededor de sus tobillos.
Luego, se incorporó y miró a Szabla. Cameron tenía el sol detrás y el rostro le quedaba en la sombra; Szabla no pudo ver sus labios cuando habló:
– Estaba tan segura de que podría dejarlo cuando Justin y yo entramos en la reserva -dijo-. Pero el equipo siempre ha llenado un gran vacío en mí. Más grande de lo que imaginaba. Es extraño, pero nunca imaginé cuánto lo echaría de menos. Acarrear el equipo. Las heridas. Llevar espaguetis y albóndigas preparados. Las ampollas. Llevar medias para evitar las sanguijuelas. -Se mordisqueó el labio inferior-. Pero no estaba preparada. Sentí alivio cuando me llamaron para esta misión. Es solo que ahora no me está sentando bien ser soldado. No como antes. -Metió las manos en el agua y se las llenó y se las llevó a la cabeza; sintió cómo el agua le limpiaba el rostro.
Szabla miró a lo lejos.
– Quizás es el momento de ponernos en marcha de verdad. Agarrar el M-4. Preparar la agenda. Escoger las propias responsabilidades.
Cameron se volvió y la luz del sol le iluminó el perfil. Szabla entrecerró los ojos a la luz.
– He saltado en paracaídas desde nueve mil metros con diecinueve kilos de munición atómica especial de un kilotón en la cintura. -Cuando volvió a hablar, lo hizo en tono casual-: Pero no creo estar preparada para un desafío como éste.
Justin observaba a su mujer bañándose junto a Szabla. Alguien se movió a sus espaldas y el humo de un cigarrillo le llegó desde detrás del hombro.
– Debe de ser agradable -dijo Savage-. Tener una mujer así.
– Sí -contestó Justin con tono cauteloso-. Lo es.
Observaron a las mujeres que estaban en el agua unos instantes. Justin cambió de postura, incómodo.
– Parece que le has contagiado el estilo a Szabla, ¿eh? -dijo Justin, mirando todavía a Cameron.
– ¿Te gustó? -preguntó Savage entre risas-. La forma en que agarró esa cosa. Mata con la falta de piedad de los ricos.
– ¿Cómo sabes que tiene dinero? ¿Te lo ha dicho?
Savage negó con la cabeza, aunque Justin todavía no había vuelto el rostro hacia él.
– Durante todos los años de combate, sólo he visto a dos tipos de personas matar así de bien, con tanta facilidad: los ricos y los pobres.
– Por supuesto, tú eres de los últimos.
Justin oyó que se reía detrás de él. Le llegó una bocanada de humo.
– Por supuesto.
Las mujeres empezaron a volver a la orilla. Cameron se volvió a poner la camisa. Cuando Justin se dio la vuelta, Savage se había marchado.
Cuando salió del agua, Cameron sintió el sol como una bombilla caliente contra la nuca. Los hombres estaban sentados encima de una duna de arena. Tenían los rostros iluminados poruña luz rojiza. A sus pies se dibujaba la larga huella de una iguana marina: el profundo surco de la cola, las marcas paralelas de los pies a ambos lados. Detrás de ellos, la porcelana del mar realzaba la arena blanca, un mosaico de tallos rojos y flores morados.
Se pusieron en pie, con la piel tirante por la sal y el sol. Szabla asintió con la cabeza y todos iniciaron la marcha hacia el pequeño sendero tallado en el acantilado de punta Berlanga. Diego se quedó quieto de repente y Tank, detrás, chocó con él. Diego se llevó una mano al oído e inclinó la cabeza.
– ¿Qué? -preguntó Szabla a Diego-. Habla, chico.
Una Zodiac apareció detrás de los conos de tufo, en la distancia, navegando en dirección a la orilla. Diego corrió a la playa, saltando y agitando los brazos, pero la lancha ya se dirigía hacia ellos. Cuando se acercó, Cameron reconoció a la pequeña figura que estaba a bordo. Ramoncito. Parecía que su gran cabeza bailara, suelta, sobre sus hombros a cada embate de las olas. Tenía los hombros caídos y las manos sueltas sobre el acelerador. Parecía drogado.
La lancha llegó a la orilla y subió hacia la playa. Diego corrió hacia ella. Ramoncito intentó saltar fuera pero cayó de cara en la arena. Diego le dio la vuelta y los demás llegaron corriendo. Tenía la piel del rostro de un profundo color marrón. Estaba totalmente quemado por el sol: los labios partidos le sangraban, los ojos estaban hinchados y las manos, llenas de ampollas. Pronunció el nombre de Diego con los labios, pero no emitió ningún sonido.
Cameron volcó la cantimplora sobre la cara de Ramoncito, mojándole el rostro y llenándole la boca de agua. Poco a poco, Ramoncito bebió el agua.
Justin se inclinó sobre la proa de la Zodiac, su hombro rozaba el adhesivo de la Estación Darwin. Miró al interior de la lancha. Había veinticuatro latas de combustible de tres litros y medio, muchas de ellas vacías. En la parte posterior había dos cajas de madera con las siglas TNT escritas en rojo.
– Dios santo -exclamó-. El chico ha traído todo esto desde Santa Cruz.