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Cuando abrieron la puerta del frigorífico que contenía los especímenes, el olor resultó sofocante. Como habían volado la cerradura, la puerta no cerraba herméticamente, de modo que los cuerpos se habían podrido con el calor. El olor les penetraba por la nariz y los poros del cuerpo y parecía que los ojos les ardían. El aire, en el interior, era tan húmedo que parecía líquido. Cameron inhaló profundamente el aire fresco de fuera y cerró la puerta detrás de ellos.

La luz azulada del compresor iluminaba precariamente el interior del frigorífico, pero era suficiente para distinguir las oscuras siluetas de los cuerpos mutados que colgaban por encima de sus cabezas. El calor había ablandado los tejidos, y los ganchos habían desgarrado la carne podrida.

La criatura de cabeza de perro colgaba por la mandíbula como un pescado; el gancho había desgarrado todo el cuello. Debajo de los cuerpos había charcos de un líquido oscuro y viscoso, trozos de carne y vísceras. Uno de los cuerpos se había desprendido del gancho y había caído al suelo, donde había quedado sentado. El tejido de la cara había resbalado hacia abajo y había quedado colgando en el interior de la cutícula traslúcida, como agua dentro de una bolsa. Uno de los brazos se había desprendido al caer el cuerpo y se encontraba al lado como un juguete abandonado.

A Cameron le dio un vuelco el estómago al pensar en el virus que se encontraba en todos esos cuerpos y en el aire, denso. Al recordar al niño que llevaba dentro y la forma en que el virus podía alterar y distorsionar el feto, sintió que un terror frío le recorría el cuerpo. Recordó la retorcida criatura que había desgarrado el vientre de Floreana al nacer y sintió que todo el cuerpo se le debilitaba por el miedo.

Se llevó una mano a los ojos llenos de lágrimas y tragó aire, sintiendo el rancio aire en el pecho. Se dio la vuelta y vomitó dos veces en una esquina. Detrás, Tank parecía luchar para mantener el estómago en su sitio.

Cameron se limpió la boca y fue a cerrar la puerta con el cerrojo. Los dos brazos de la cerradura sobresalían de la pared y la puerta, respectivamente. Pero no había cerrojo.

Sintió que un escalofrío le recorría la espalda al recordar que Tank se lo había llevado para utilizarlo como arma. En aquel momento estaba en algún lugar del bosque. Levantó la cabeza hacia Tank y ambos intercambiaron una mirada de resignación.

Cameron tomó un gancho de una esquina e intentó utilizarlo de cerrojo, pero al ser curvado no encajaba. Volvió a dejarlo en el suelo y apoyó la oreja en la puerta; no oyó nada, aparte del zumbido del compresor y del viento, fuera.

Sin hablar, hizo que Tank se diera la vuelta y le examinó el corte lo mejor que pudo bajo la insuficiente luz. Era más profundo de lo que había pensado al ver cómo se movía, pero Tank era así de fuerte. Presionó un poco la herida con la mano y él se quejó un poco y tensó los músculos de la espalda. Cameron apartó la mano, manchada de sangre. Tenía que hacer algo para que la herida dejara de sangrar.

Se desabrochó la camisa rápidamente y se la sacó. Debajo llevaba una camiseta sin mangas de color verde caqui, como la de Szabla. Levantó la camisa entre las manos para buscar la costura. El ruido de la tela al rasgarse llenó el frigorífico.

Cuando apretaba la tela contra la herida de Tank oyeron que algo rascaba el frigorífico. Cameron se quedó inmóvil, sin apartar la mano de la tela impregnada de la sangre de Tank. El sonido era angustioso: un suave rascar en la superficie exterior de la puerta del frigorífico, como unas uñas rascando una pizarra. Cameron y Tank sintieron un escalofrío y dieron un paso hacia atrás, aunque no podían ir a ninguna parte.

Si por lo menos tuvieran el cerrojo.

El ruido volvió a empezar: probablemente uno de los ganchos de la mantis, que rascaba el aluminio. Cameron sintió todo el cuerpo empapado. Respiraba tan silenciosamente como podía, con unas inhalaciones y exhalaciones cortas con las que ni siquiera movía el pecho.

Miró a Tank, pero éste tenía los ojos clavados en la puerta, en la cerradura abierta. Se estaba mordiendo un labio y la sangre le caía por la barbilla. Miraba la puerta y se mordía el labio.

De repente, un golpe ensordecedor resonó en el interior del frigorífico y Cameron no pudo reprimir una exclamación. Vieron una abolladura en la gruesa puerta. Ambos cruzaron los brazos por encima del pecho, abrazándose, a la espera de oír otro golpe, pero no se oyó nada, sólo el lento zumbido del compresor.

Algo volvía a rascar la superficie del frigorífico, esta vez en la parte superior. El frigorífico se movió un poco y se oyeron unas garras encima de los paneles solares del techo que resbalaban en la superficie resbaladiza. Cameron sintió terror y parpadeó con fuerza dos veces, intentando controlarlo. Se oyó otro golpe, tan fuerte que los oídos les zumbaron. En la parte superior de las paredes se formaron unas pequeñas abolladuras: la mantis había agarrado el frigorífico con las patas, en un enorme abrazo. Cameron se aterrorizó al comprobar la extensión de las patas abiertas de la mantis.

Luego se oyó un chirrido. El frigorífico se elevó del suelo y Cameron consiguió mantener el equilibrio con dificultad. Uno de los cuerpos en descomposición que había en una esquina se desprendió del gancho y cayó al suelo, donde se desintegró en trozos.

Se oyeron arañazos y chirridos, como si alguien corriera por encima de hielo, y a continuación un golpe sordo. La mantis había caído desde el techo al suelo.

– No puede agarrarse -murmuró Cameron.

Se hizo un silencio que pareció eterno. Tank y Cameron se esforzaron para bajar el ritmo de la respiración, de pie el uno al lado del otro entre los cuerpos colgados que oscilaban con fuerza todavía. Cameron ya no notaba el olor, sólo la rancia humedad en el rostro. Sacó con fuerza el aire por la nariz, expulsando del cuerpo el aire impregnado por el virus.

El gancho de la mantis golpeó el metal y resbaló hacia abajo por la puerta del frigorífico hasta el tirador, donde se enganchó. Tank se precipitó hacia la puerta justo cuando ésta se abría con una fuerza tremenda y agarró el brazo de la cerradura con las dos manos. La herida de la espalda se le abrió como una costura descosida por el esfuerzo.

La sangre salpicó a Cameron en el rostro. Agarró a Tank por la cintura y se aguantó en él, apretando la mejilla contra la espalda caliente y pegajosa.

La cabeza de la mantis apareció por el vano de la puerta, con la boca abierta, silenciosa, moviéndose frenéticamente. Tank gruñó y tiró con más fuerza, gritando de dolor. La pata de la mantis se desenganchó del tirador y la puerta se cerró de golpe.

Tank cayó hacia atrás, encima de Cameron, y ambos se quedaron en el suelo unos instantes, recuperándose para ponerse de pie. Tank miró los brazos de la cerradura con la respiración tan agitada que parecía que estuviera sollozando. No sollozaba. Tenía el cuero cabelludo plagado de gotas de sudor. El cuello tenía el aspecto de estar en carne viva, enrojecido incluso bajo la tenue luz.

«Que se vaya -pensó Cameron-. Que se vaya.»

Los cuerpos se balanceaban colgados de los chirriantes ganchos y goteaban hemolinfa formando charcos en el suelo.

Se oyó un suave golpecito en la puerta del frigorífico. El gancho de la mantis chirrió en la superficie hacia abajo, hacia el tirador de la puerta otra vez. Tank y Cameron miraron la puerta, como siguiendo el movimiento de la pata de la mantis hacia el tirador.

Cuando la mantis tocó el tirador, se quedó quieta.

Tank miró a Cameron con los ojos húmedos por el miedo y el afecto.

– El ventilador trasero -dijo-. Vete.

Tank se fue a la puerta y bloqueó la cerradura con el brazo herido. La puerta se abrió y tiró del brazo de Tank. La herida que tenía en el brazo se abrió y salpicó la puerta con sangre.

Cameron chilló y se precipitó hacia Tank, pero éste le colocó una mano enorme sobre el rostro y la empujó hacia atrás. Cameron aterrizó sobre el trasero y resbaló por encima del cuerpo del espécimen que estaba como sentado en el suelo, que se desmembró y le mojó la espalda con fluidos viscosos. Intentó ponerse de pie, pero las manos le resbalaron en la hemolinfa y cayó de espaldas encima del cuerpo, manchándose el pelo y el cuello.

La puerta se abrió y se cerró otra vez y Tank emitió un chillido agudo y angustioso al recibir el golpe. Cameron se dio cuenta de que sollozaba de dolor.

«Jesús, desmáyate, ¿por qué no te desmayas?», pensó, pero sabía que era desear demasiado.

Todavía oyendo los gritos de Tank, resbaló encima de los restos del cuerpo hasta el humidificador y, con el trasero todavía en el suelo, lo golpeó con los dos pies. El conducto que unía el humidificador con el ventilador se soltó.

Sabía que debía tener cuidado; unos afilados dientes metálicos se alineaban alrededor del ventilador en el exterior para sujetarlo, como unas grapas. Lo golpeó con los pies con fuerza, pero éste sólo se abombó un poco. Aunque consiguiera arrancarlo, no tenía ni idea de cómo conseguiría distraer a la mantis el tiempo suficiente para sacar a Tank por el agujero.

Tank, detrás de ella, chilló con un grito de una agudeza imposible. La mantis había enganchado el tirador otra vez y con todo su peso había tirado de la puerta. Esta, al abrirse, arrancó el brazo del cuerpo de Tank. Éste quedó medio desmayado un instante, pero enseguida afirmó las piernas otra vez.

La mantis se abalanzó hacia él y lo agarró entre las púas de las patas. Tank chilló, luchando por librarse del abrazo. Cameron resbaló por el suelo hasta el montón de ganchos y tomó uno; se incorporó y atacó a la mantis.

Tank tenía las piernas aplastadas casi por completo y el muñón del brazo presionado contra el costado, pero todavía tenía el brazo izquierdo libre. Levantó un puño y lo clavó en el ojo de la criatura hasta la muñeca.

La mantis retrocedió, expeliendo el aire por los espiráculos con un chirrido horrible. Soltó un instante a Tank para agarrarle mejor y cerró las patas alrededor de su cuerpo, seccionándolo a la altura del enorme pecho. Los hombros, con la cabeza todavía intacta, cayeron al suelo, donde quedaron de pie como un busto.

Con un grito, Cameron lanzó un golpe con el gancho contra el otro ojo de la mantis. Ésta se apartó hacia la izquierda y el gancho rascó la cutícula pero no se clavó. Rebotó y cayó al suelo con un ruido metálico. Cameron saltó al fondo del frigorífico y resbaló hasta el ventilador. Lo golpeó con ambos pies y lo abolló hacia fuera.

La mantis entró en el frigorífico, confusa entre los cuerpos que colgaban y se balanceaban a su alrededor. Agarró uno de ellos y lo tiró al suelo. Luego agarró otro de los cuerpos que se balanceaba a su derecha, hiriéndose la pata con el gancho, y lo arrancó del techo con el gancho todavía clavado en él. Mordió la carne en descomposición y luego lo tiró al suelo. Las temblorosas antenas se tensaron, erectas, y la mantis se dio la vuelta y vio a Cameron. Empezó a avanzar hacia ella.

Cameron se dio cuenta de que el ventilador estaba a punto de ceder y lo golpeó otra vez con las dos piernas. Uno de los dientes exteriores le hirió la pantorrilla y Cameron gruñó de dolor. El ventilador cedió y cayó a la hierba de detrás del frigorífico.

Cameron sintió la sombra de la mantis encima, así que se precipitó de cabeza por el agujero dentado que había dejado el ventilador justo cuando las patas de la criatura se cerraban a centímetros de su cuerpo. Se enroscó y cayó al suelo dando una voltereta. Uno de los dientes metálicos le enganchó en la bota y le arrancó una parte de la goma de la suela, pero Cameron ya estaba libre encima de la hierba.

La mantis metió la cabeza por el agujero intentando alcanzar a Cameron con la boca. Los dientes de metal le rasgaron la cutícula y la mantis expelió el aire con un sonido sibilante antes de retroceder y desenganchar la cabeza de los dientes.

Cameron se puso en pie rápidamente y corrió al otro lado del frigorífico. Cerró la puerta de una patada para dejar a la mantis atrapada dentro. Con la cerradura rota, la puerta no la retendría, pero Cameron tenía la esperanza de que la confundiera, así tendría algún tiempo para escapar.

Cuando se encontraba a más de nueve metros oyó que la mantis golpeaba una de las paredes con un chirrido que resonó en el interior del frigorífico. De repente se levantó el viento y aulló a través de la torre de vigilancia, ahogando el ruido que provenía del interior del frigorífico.

Sin hacer caso del dolor que sentía en las piernas, Cameron corrió hacia el bosque.

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