Tucker y Savage se detuvieron un momento en la oscuridad para hidratarse, sintiendo el olor a humedad del aire cargado. Tucker rompió el largo silencio al aclararse la garganta. Savage le miró, a la expectativa.
– En casa todo tiene nombre -dijo Tucker-. Calles, números en las casas. Uno siempre puede decir adónde se dirige, de dónde viene. Aquí no. Sólo árboles y tierra y colinas. Uno se puede perder la pista a sí mismo, aquí.
Savage se rascó la barba y los dedos quedaban parcialmente ocultados dentro de ella.
– O también puede encontrarse a sí mismo. -Se mordió ligeramente la parte interna de la mejilla, moviendo la mandíbula de un lado a otro-. Vuestro teniente, ahora no está en una posición firme.
Tucker no contestó.
– ¿De qué va toda esa mierda de que hablabais en la reunión informativa de Sacramento? ¿Algo por lo que él pasó?
– Derek ha sido soldado durante mucho tiempo -dijo Tucker.
– No importa. Yo he conocido a veteranos que un día perdieron la fuerza de matar y… -Savage se pasó un dedo por el cuello y emitió un sonido cortante-. Le puede pasar a cualquiera, en cualquier lugar. Lo he visto muchas veces en Vietnam. Un buen compañero fue al pueblo y acuchilló a una vieja zorra. Lo tuvo despierto durante noches, pensaba que se parecía a su abuela. Una mañana empezó con los temblores, primero en las manos y luego en los brazos. Un día, el equipo se va al pueblo y se encuentra con seis imbéciles en una choza, mi colega se queda sin poder moverse, sin poder apretar el gatillo. Perdimos a todo el equipo, excepto a un hombre.
– Parece un cuento de guerra -comentó Tucker en tono burlón.
– ¿Verdad que sí? -dijo Savage, en voz baja, y apretando los labios añadió-: Pero sucedió.
– ¿Cómo lo sabes?
Savage apartó la mirada.
– Yo era ese hombre.
Empezó a caminar entre los árboles y, al cabo de un momento, Tucker le siguió. El silencio lo invadía todo. Cualquier sonido se oía magnificado: el crujido de las hojas bajo sus pies, el suspiro del viento entre las ramas, los extraños parloteos de los petreles.
Llegaron a una zona del bosque donde una falla había abierto el suelo; a partir de allí se expandía una constelación de grietas menores. Los árboles emergían del suelo dibujando extraños ángulos en un intento por agarrarse a las irregulares rocas del suelo. Las matas de claveles del aire de tonos marrones colgaban de las ramas como ratas muertas.
Savage se escurría entre los árboles caídos, los bloques levantados de piedra y las grietas del suelo que parecían abrirse a una profundidad de abismo. Los pasos de Tucker eran inseguros a causa de la oscuridad. En una ocasión estuvo a punto de perder pie en el extremo de una grieta, pero Savage llegó al instante y le agarró en el brazo con mano firme para apartarle. La zona accidentada terminó con la misma brusquedad con que había empezado y dejó paso a una zona de parras y frondosas colinas.
La noche era de un negro azabache, como si la luna hubiera desaparecido. Llovía de nuevo, no con fuerza, como la noche anterior, sino una lluvia fina que saturaba el aire. Szabla y Justin habían estado caminando durante horas. Todas las masas rocosas que habían localizado estaban agrietadas o se encontraban peligrosamente cerca de una fisura o de un precipicio. Szabla se había hecho jirones la camisa de camuflaje y llevaba la camiseta sin mangas, que se le pegaba a los pechos y al estómago a causa del sudor.
Una serpiente de color marrón con manchas amarillas se deslizaba por encima de un árbol caído. Szabla la señaló para avisar a Justin y continuaron avanzando. Las libélulas se apareaban peligrosamente en pleno vuelo, separándose justo para esquivar los árboles. Szabla recordaba haber oído algo sobre pájaros que se apareaban en vuelo en picado y que a veces se mataban porque no podían separarse a tiempo. Echó un vistazo hacia atrás para ver a qué distancia se encontraba Justin. Acercó los labios al hombro y susurró al transmisor:
– Murphy. Canal principal.
Tucker activó su transmisor y sonrió al oír a Szabla.
– Nadie nos oye.
La voz de Szabla le llegaba con extraordinaria nitidez, como si se encontrara a su lado.
– Esta mierda me está poniendo nerviosa -dijo ella, en un susurro-. ¿Te has dado cuenta de la mirada de Derek? Es como si estuviera pasado de rosca.
Tucker se limpió con el dedo meñique la tierra que se le había metido debajo del reloj de muñeca. Luego rompió una ramita de un árbol y la utilizó para apartar las matas de una planta. Savage se encontraba a ocho metros detrás de él y no podía oírle.
– No lo sé. Él es el teniente.
– Lo que es seguro es que no se comporta como tal. Se comporta como los jodidos científicos. He hablado con Mako antes. Una conversación privada. Estaba preocupado pero prudente. Creo que nosotros deberíamos reunimos. Tener una charla.
– ¿Qué dirá Cam?
– ¿Qué demonios importa lo que diga Cam?
– Bueno, quizá podríamos…
– No te muevas -gruñó Savage.
Aunque Savage le había dado un susto de muerte, Tucker se quedó inmóvil. Savage estaba de pie a un metro y medio a su izquierda, en una sombra debajo de una rama. Tucker no se había dado cuenta de que se había acercado tanto; sólo oyó la voz que salía de una zona de sombra.
Tucker estaba en una posición de vulnerabilidad por los tres lados: las sombras le rodeaban. Notó una presencia justo a su lado, donde las sombras daban forma a algo rudimentario pero con apariencia de vida. Se dio la vuelta para orientarse y sintió el pánico en los nervios. Apretó con fuerza la rama que llevaba en la mano.
– ¿Tucker? -La voz de Szabla sonó con un crujido en el transmisor-. ¿Estás ahí?
La conexión recibía interferencias a causa de la lluvia y Tucker rezó para que se cortara. Tenía que hablar para desactivar el transmisor, pero sabía que no debía hacer ningún ruido. Con los labios temblorosos, intentó hacer callar a Szabla, pero sentía la garganta atenazada.
No se había movido ni un centímetro desde que Savage le había avisado. Tenía un pie ligeramente levantado a unos diez centímetros del suelo. Un trueno estalló en la noche. El sudor le goteaba por la frente.
– Ni un centímetro -murmuró Savage-. Ni respires.
Bajo el peso de todo el cuerpo, la pierna izquierda empezó a temblarle a la altura de la cadera ligeramente. La flexionó un poco y consiguió detener el temblor. El agua de la lluvia le caía sobre la cara y parpadeó con fuerza para sacarla de los ojos. Los nudillos de la mano con que agarraba la rama estaban blancos. Un poco de barro adherido a la bota que tenía levantada cayó al suelo.
Un rayo iluminó la noche y vio, delante y por encima de él, a la enorme criatura, a una distancia no mayor de un brazo y medio, a su derecha. Se balanceaba arriba y abajo y estaba perfectamente camuflada con el follaje a su alrededor. Tenía las patas anteriores dobladas, en actitud de rezo, y las grandes alas, plegadas a la espalda. Si no estuviera justo a su lado, él no la habría visto entre las ramas, ramitas y hojas.
Los ojos de la criatura, normalmente de un tono verdoso, eran negros en la noche. Entre ellos y colocados en forma de triángulo se encontraban los ocelos, tres ojos más pequeños que utilizaba solamente para distinguir la cantidad de luz. Brillaban como perlas bajo el arco de las antenas. Los ganchos de la punta de las extremidades estaban aferrados alrededor de una ancha rama de Scalesia a unos cuatro metros y medio del suelo. La rama crujía al balancearse.
Tucker volvió la cabeza con dolorosa lentitud y miró el rostro de la criatura. Las antenas frontales vibraban en la brisa, las distintas partes de la boca temblaban y, por un instante, Tucker vio su propio reflejo atemorizado en los ojos negros.
La voz de Szabla sonó, cortante:
– … Próxima orden. Creo que podemos tomar un poco el mando…
Tucker sufrió un ligerísimo temblor al escuchar la voz y las antenas de la criatura se irguieron al notar el movimiento. Tucker tenía los orificios de la nariz dilatados y el pecho tembloroso a cada intento de respirar.
El ataque fue tan rápido que Savage no pudo ni siquiera verlo. Las patas de presa atraparon a Tucker y lo aplastaron en un instante. Tucker chilló al notar las púas de las patas que le atravesaban la carne y que casi le cortaban por la mitad. Tenía un brazo clavado a un costado. El ataque duró tres milésimas de segundo.
La rama de Tucker cayó al suelo.
La criatura se dejó caer de la rama y aterrizó hábilmente sobre sus patas sin aflojar la presa. La terrorífica cabeza se acercó a la nuca de Tucker y la boca se abrió mostrando una colección de herramientas naturales.
Savage se lanzó contra la criatura y le clavó el cuchillo en el protórax. La hoja rebotó en el duro y ceroso exoesqueleto, incapaz de atravesar esa superficie lisa. Aunque el golpe no perforó la cutícula, la criatura se tambaleó hacia atrás bajo su fuerza. El brazo que Tucker tenía libre se agitaba intentando agarrarse al aire mientras él gritaba. Savage le agarró el brazo y tiró, aunque sabía que el bicho le tenía agarrado con demasiada fuerza. A Tucker la sangre le salía por la boca y le bajaba por la barbilla.
La criatura habría atacado a Savage si sus patas de presa no hubieran estado ocupadas con el cuerpo de Tucker. Lanzó a Tucker contra el suelo y se inclinó encima de él en una actitud de control del territorio.
Savage se tambaleó hacia atrás. Tucker, bajo el abdomen de la criatura, se retorcía entre las hojas del suelo. La criatura abrió la boca pero no emitió ningún sonido. El aire silbó a través de sus espiráculos y Savage dio otro paso hacia atrás.
La sangre se deslizaba por uno de los brazos de Tucker, de un rojo brillante sobre la piel blanca. Savage le oyó respirar angustiosamente a causa de un pulmón perforado. Estaba perdido. No había forma de sacarle de allí.
Pero Savage llevaba en la sangre el permanecer en el campo al lado de un camarada caído. Dio otro paso más hacia atrás para alejarse del alcance de la criatura y agarró el cuchillo al revés, con la larga hoja apoyada en el reverso del antebrazo y el filo hacia el exterior, listo para cortar. La criatura inclinó la cabeza y le miró como con curiosidad. Todo era oscuro a su alrededor, pero con los rayos pudo ver que la lluvia se deslizaba por los costados de la criatura. Tenía la boca abierta otra vez, como en un rugido silencioso, unas fauces compuestas de maxilares superiores e inferiores y labro. La criatura se incorporó en toda su longitud de dos metros y medio. Por detrás, el abdomen y las alas se tensaron, compactos y firmes, como el cuerpo de un caballo. Aunque Savage se encontraba a bastante distancia, parecía que se cernía sobre él.
De repente, la criatura extendió las alas y retrocedió sobre sus patas posteriores. Ocupaba todo el espacio entre los árboles y en la parte interior de las patas anteriores aparecieron dos marcas como de ojos. Las alas posteriores frotaban la parte superior del abdomen produciendo un sonido áspero. Bajó el cuerpo, dio un paso hacia atrás alejándose de Tucker y le dio un golpe con las patas anteriores que le desplazó unos metros por el suelo. Tucker aulló, más de miedo que de dolor, e intentó avanzar a rastras. Tenía los intestinos desparramados en el suelo, a su lado, y con una mano intentaba volver a colocárselos dentro mientras que con la otra intentaba avanzar.
Savage se había quedado inmovilizado por la duda, incapaz de ponerse al alcance del bicho y deseando desesperadamente ponerle las manos encima. Deseó que Tucker se desvaneciera. Pero Tucker nunca se había desvanecido, ni de dolor ni de pánico. Continuaba moviéndose, agitándose como un muñeco pasado de cuerda.
La criatura lanzó las patas de presa hacia delante de nuevo, levantó a Tucker del suelo y curvó el abdomen hacia dentro. Tucker chilló al ver que la boca se aproximaba a él. Las mandíbulas penetraron en su nuca y Tucker se quedó inerte entre las patas delanteras, sacudido por algunos espasmos.
Savage y la criatura se miraron mientras ella comía.
Mascaba con las mandíbulas inferiores y manipulaba y sujetaba la carne con las superiores. La cabeza de Tucker cayó al suelo con un golpe seco. La criatura no se molestó en recogerla.
Savage observó cómo se comía uno de los brazos de Tucker, mientras el codo salía por la cavidad preoral. A pesar de las fuertes y cortantes fauces, la criatura comía desordenadamente. La imagen de las distintas partes de la anatomía de Tucker entrando en la boca de la criatura era escalofriante.
Savage se agachó y miró a la criatura, apartándose la lluvia de los ojos con el antebrazo.
– Voy a matarte -susurró, casi cariñosamente.
La criatura se detuvo un momento, como si le hubiera oído. Bajó la cabeza y arrancó un grueso trozo de carne del costado de Tucker. Cuando volvió a levantar la cabeza, Savage se había ido.